SOCIEDAD
Durante las últimas semanas se conocieron dos casos de niñas de apenas once años con embarazos tan avanzados que ya no puede siquiera discutirse sobre la pertenencia de un aborto no punible. Estas historias tan pequeñas como sus protagonistas son emergentes: año a año, el número de niñas madres aumenta en la Argentina –en Santa Fe, por ejemplo, sólo en la mitad de 2005, 307 niñas menores de 14 dieron a luz–: una situación que se registra como grave, aunque no lo suficiente.
› Por Luciana Peker
A los 11 años la menstruación viene o está por venir o ya le vino a una compañera de banco y una espera esa marea roja como se espera lo desconocido: con temor, desesperación, pasión, alegría, dolor o expectativa. A los 11 –o 12– años la menstruación divide. Pero no es un ritual de tacos altos o un beso inaugural. No es un rito, es un rastro. A los 11 años aparece la palabra mancha –y ya no por juego–, pero esos 11 años no son iguales para todas las niñas argentinas. Para esperar hay que saber qué se espera. Y para saber –a los 11 años– alguien (de más de 11) tiene que saber explicar que ese cuerpo es decisión y deseo. No manipulación o destino.
Este último mes las noticias se plagaron de títulos con nenas de 11 años que no tendrían que haber dejado –ni dejar– la sala de pediatría y ya están acorraladas en la de obstetricia. Son noticia porque esta vez el capricho de las noticias las sacó del silencio. Pero no son las primeras, ni las únicas. “Está creciendo la cantidad de nenas que se embarazan desde que menstrúan –que puede ser a los 9 años– hasta los 14. La tasa de fecundidad por mil para la franja de 10 a 14 años, en 1960, era de 1,0 por cada mil pre-adolescentes. En cambio, ahora, es de 1,8”, resalta Mabel Bianco, médica y presidenta de la Fundación Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM).
Una de ellas es la niña-nena o gurisa, como acaricia el guaraní el nombre de las chicas, que no esperaba su menstruación: ni esperaba que le viniera, ni que se vaya, ni que volviera. Su mamá tampoco se fijaba en ella, pero habría que ver qué es fijarse en lugares sin baños, sin toallitas volcando sangre azul como en la tele, sin alas, olores, sin información. Su mamá la llevó al hospital San José por vómitos y se enteró de que su hija –de 11 años y apenas 1,30 de estatura para imaginarse la fragilidad de su cuerpo– estaba embarazada de seis meses. Los médicos dijeron que el embarazo es de alto riesgo porque su contextura física (recién ahora pesa 47 kilos y medio) no está preparada para sobrellevar un embarazo y sus huesos no le dan para un parto natural. La internaron y ella, la gurisa, se escapó. Se escapó del hospital San José para volver a jugar en las calles de tierra, como quien quiere escaparse de un destino. Que no tendría por qué serlo.
Los diarios escribieron que fue presuntamente violada –un presunto que no usan cuando tienen que culpar a un presunto ladrón de su presunto delito– como si a los 11 años una nena embarazada tuviera que probar que no fue libre. Pero ella, la gurisa, no sólo no es libre ahora. No lo fue cuando el Estado no le dio educación sexual, esas dos palabras serias que se vuelven crueles cuando callan y palpables cuando la alfabetización debería contar que la menstruación viene todos los meses (y si no viene puede señalar un embarazo), que el cuerpo de una mujer (y niña) es suyo, que nadie puede forzarla, tocarla ni a penetrarla, que si alguien la violenta no se deje amenazar porque el violador es el otro y no –NO– presumiblemente ella, que tiene que contarle a su mamá y a su maestra si alguien la abusó e ir a un hospital a pedir ayuda, que en el hospital le tienen que dar una pastilla para que ese abuso no siga.
No es solamente una niña la que está embarazada. Es un Estado el que calla. Es Argentina la que olvida a sus nenas de 11 años. Las olvida cuando no les habla.
Y las deja, como a ella, en El Pozo, un barrio, olvidado, escondido, como su nombre, como el silencio. “¿Qué es lo que pasa con la desprotección de estas pibas? Una nena de 11 años no está en condiciones de criar a otro chico. ¿Cuándo le van a reparar algo a esta nena?”, se pregunta Irene Intebi, psicóloga, ex coordinadora del Programa de Maltrato Infantil del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y autora del libro Abuso sexual infantil: en las mejores familias.
Pero ella, la niña de 11 años, trajo a las noticias a otra niña de 11 años, también de Corrientes –de la Ciudad de Concepción–, embarazada de siete meses por la violación del marido de la mamá, al que su mamá denunció, y que ahora está detenido. Sin embargo, las dos no son dos. Son muchas. El 0,4 por ciento de los bebés argentinos nace de una mamá menor de 15 años, según cifras del Indec. La cifra descifra que 2945 chicos/as nacieron, en el 2004, hijos de mamás de 14, 13, 12 u 11 años que todavía debieran ser hijas. En el 2005 la cifra de bebés de madres precoces fue 2725. La gravedad de casi 3000 embarazos anuales de niñas madres es clara. Pero más grave de lo que se tiene en cuenta.
Una investigación realizada durante 18 años en 18 países por la Organización Panamericana de la Salud –en la que se estudiaron 854.377 mujeres latinoamericanas, entre ellas 250.000 mujeres argentinas de entre 10 y 24 años que dieron a luz entre 1985 y 2003– remarcó que la mortalidad de la mamá y de su hijo se cuadriplica cuando la mujer tiene menos de 16 años debido a un aumento de hasta el 40 por ciento en el riesgo de desarrollar anemia y sufrir hemorragias e infecciones uterinas después del parto, con respecto a las jóvenes de entre 20 y 24 años. Mientras que en los bebés de las madres menores de 15 años el riesgo de muerte dentro del primer año de vida es un 50 por ciento mayor que en los hijos de mujeres de 20 a 24 años, por la gran cantidad de partos prematuros y bebés nacidos con bajo peso que se registran en esta población.
El embarazo pre-adolescente muestra el desamparo de las desigualdades del interior de la Argentina. Por ejemplo, solamente entre enero y octubre del 2005 en Santa Fe se registraron 307 casos de embarazos en menores de 14 años. Pero además se produjeron 200 casos de embarazos en nenas con menos de 12 –¡12!– años. ¿Hay que escribirlo con signos de exclamación para que se lea? ¿Hay qué leerlo dos veces para que se escuche? Probemos: en menos de un año, en una provincia argentina, hubo 307 chicas –una fila tan larga que podría rodear la Casa Rosada– que se quedaron embarazadas a los 14 años. Pero de esas 307 chicas, 200 –dos cuadras completas o alrededor de 20 divisiones escolares– tenían menos de 12 años.
No son adolescentes, son nenas que, en realidad, tendrían derecho a un aborto no punible, ya que la maternidad pone en riesgo su salud física y psíquica. Bianco destaca: “Si el embarazo ha sido producto de una violación y hay riesgo de salud no hay ninguna duda de que la niña tiene derecho a un aborto legal en un hospital”. Sin embargo, uno de los riesgos para las madres precoces –especialmente en ese interior abismal de la pobreza– es el aborto clandestino. En el 2001 se registró un hito que quedó enmarañado por la telaraña de la crisis. Ese año, 27 adolescentes murieron por mortalidad materna, a causa de su embarazo o parto –que, en la mayoría de los casos, sucedió por un intento de un aborto sin condiciones propicias de seguridad y salud–, pero una de esas muertes fue la de una niña de entre 10 y 14 años, según la Dirección de Estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación. Una niña muerta por un aborto clandestino. “En el 2001 fue la primera vez. Pero desde ese momento todos los años hay una o dos muertes. Ya es una constante”, desnuda Bianco, una realidad pasada por alto.
La mayoría de las niñas madres son embarazadas después de un abuso sexual. Si bien puede haber relaciones sexuales consentidas, por imaginarse una edad, desde los 13 años –seguramente cruzadas por presiones y desamparos, pero donde existe algún nivel de autonomía–, a los 11 y 12 años nadie puede hablar de embarazo sin abuso. “Por definición de lo que es una agresión sexual, un embarazo en una nena de 11 años es una violación. No puede haber consentimiento. Mientras que la noticia aparece en algunos medios como ‘niña embarazada’ y no como un abuso o violación. Ni siquiera hay una reflexión sobre cómo quedó embarazada una chica de once años”, subraya sobre el tratamiento mediático de este caso Irene Intebi.
A veces el abuso es explícito y otras, el abuso de poder, aparece más borroso, al menos, para las propias madres precoces. Una ginecóloga de un centro de salud porteño recuerda: “Hace diez años tuvimos el caso de una niña de 13 años que quedó embarazada de su pareja de 39 años, amigo del padre de ella. Aparentemente para la familia funcionaban como una pareja estable. La nena esperaba gemelos con los riesgos biológicos que ello implicaba en un cuerpo aún inmaduro. El caso fue judicializado. Hoy ella tiene 25 años, una nueva pareja y otro hijo y aún se atiende en el centro de salud.”
Pero la realidad de las niñas madres no es inmodificable. Una herramienta fundamental es la educación sexual integral en todo el país que enseñe desde temprana edad a prevenir abusos sexuales (ver recuadro) y a conocer el funcionamiento del cuerpo.
En general, los embarazos se producen a partir de la primera menstruación, aunque hay excepciones en las que puede llegar antes que un sangrado habitual. “Los embarazos que ocurren antes de la menarca son muy poco frecuentes, pero pueden ocurrir porque antes de que la mujer tenga la primera menstruación, por todo el mecanismo hormonal que se pone en marcha en la pubertad, se puede dar lugar a que ocurran ovulaciones aisladas. Y, por lo tanto, si esa niña tiene relaciones sexuales puede llegar a quedar embarazada”, explica Karina Iza, médica ginecóloga del Centro Latinoamericano Salud y Mujer (Celsam) y del Centro de Salud Nº 2 de la ciudad de Buenos Aires.
La nena de 11 años de El Pozo ya está de 30 semanas. “Yo puedo hablar de su estado clínico y clínicamente están bien ella y el bebé”, dijo el director del Hospital San José de Paso de los Libres, Juan Legarreta, a Las 12. “Ella entró en estado de mutismo pero ya responde preguntas. También está inscripta en el Plan Nacer que le manda sopa, leche, cereales y compuestos nutricionales a la casa y ya dice qué quiere comer y qué no.” La nena-niña-gurisa –a los 11 años– pide chuletas. Y le dan. Pide masitas y caramelos. No le dan, o le dan apenas poquitos. No es comida de una mamá, sino de una nena.
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