DEPORTE
Mientras avanza el mundial de rugby, las pocas jugadoras argentinas de este deporte hacen lo suyo: durante el fin de semana se realizó el Tercer Encuentro Nacional de Rugby Femenino. Sin apoyo oficial pero con muchas ganas, las chicas le pierden el miedo al contacto entre ellas y contra el piso.
› Por Gimena Fuertes
Lourdes picó primera, el resto la corría de atrás sin poder alcanzarla. “Seguí, así, tranquila, bien”, le gritaba su capitana desde afuera. Pelota en mano, atravesó la línea y anotó un try. Afuera, todas aplaudieron. El fin de semana pasado, lejos de los caros auspiciantes y de círculos elitistas, se llevó a cabo el Tercer Encuentro Nacional de Rugby Femenino del año en el que compitieron siete equipos de todo el país. “Queremos sumar jugadoras, armar más equipos. Hay uno en cada punta de la Argentina, las distancias son extensas y se nos hace difícil juntarnos para competir. Necesitamos apoyo aunque sea para financiar los viajes”, pide Mónica Mottura, capitana de la división femenina de rugby del Club Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó y organizadora del torneo.
El encuentro terminó el domingo al mediodía con el clásico tercer tiempo, en el que además de compartir la comida, las 120 mujeres que agujerearon la tierra húmeda del campo de juego recrearon jugadas y acumularon anécdotas. El equipo Ñandú, del Club Municipal Vicente López, o Vilo, se llevó el primer puesto, seguido por Malen, de Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, y Sixty, de Resistencia, Chaco.
Durante la calurosa tarde del sábado de una primavera anticipada unas juegan, mientras otras entrenan, y otras tantas alientan desde afuera. Entre ellas está Ximena Santillán, con su incipiente panza de tres meses al aire. Es la capitana de Ñandú, el equipo de Vilo o club de la Municipalidad de Vicente López. Ahora tiene 32 años, pero empezó hace 10 a jugar en una clínica (o taller) del profesorado de educación física. “Todo empezó como una herramienta de laburo, para aprender y así poder trabajar de entrenadoras para chicos, pero nos gustó tanto que seguimos. Se fueron sumando más chicas. Ahora nos buscan por Internet para venir a aprender.” Ximena está ansiosa porque no puede jugar debido al embarazo. Camina alrededor de la cancha gritándoles a sus compañeras. “Estoy más nerviosa que ellas”, admite. Explica que lo importante de este deporte es “perder el miedo al contacto, tanto con otra chica como contra el suelo”. Para Ximena “lo que tiene de bueno es que todas puedan jugar: la alta, la baja, la gorda, la flaca, la más rápida, porque hay puestos para todo tipo de chicas –dice sin sacar la mirada de la cancha–. ¡Mirá cómo corre ésa!”, se distrae. “Vienen de distintos lugares para jugar, porque si te gusta, viajás desde donde sea.” Sin embargo, “a veces se hace difícil”. A diferencia de sus pares masculinos, las jugadoras en su mayoría no pertenecen a clases acomodadas, todas trabajan para vivir y además estudian, cuidan hijos, entrenan. “Hace falta que una de nosotras esté dentro de la Unión de Rugby de Buenos Aires o la Unión Argentina de Rugby –sostiene–. No es que haya discriminación, hay falta de conocimiento.”
Viviana Garat es capitana de Las Pumas. Tiene 25 años y juega de apertura en Sixty, el equipo de Resistencia, Chaco. “Allá en el norte es difícil, no hay apoyo de la Unión. Es laburo de cada una juntar la plata para viajar. Nuestro club sí nos apoya mucho, hacemos rifas, actividades. Hay mucho desconocimiento en algunos lugares, de hecho en el mundial femenino de rugby no hay un equipo que represente a Sudamérica. Los equipos no llegan a ocho o nueve jugadoras. A veces hacemos juegos seven, de a siete, tipo americano. Hay oscilaciones de participación, porque todavía lo ven medio raro. Los padres no entienden que quieras ir a jugar. Los varones allá apoyan mucho porque al ser una ciudad chica ya nos conocen todos y les parece más natural, pero hay provincias en las que no hay nada”, cuenta Viviana.
En Argentina hay equipos en Junín de Mendoza, Bahía Blanca y Vicente López en Buenos Aires; Resistencia, Chaco; Colorado, Formosa; Corrientes y Santa Fe. Desde el altoparlante se escucha: “Próximo partido: Charoga de Santa Fe - Las brujitas de Bahía Blanca”. Unas entran en la cancha y otras salen. Ya es el mediodía y van ocupando el comedor por tandas. Fideos con tuco y manzana de postre es el menú del día. Los bolsones esperan en el piso del comedor entre chicos que corren por todos lados. Maridos, novios y familiares varios revolotean alrededor de las jugadoras. “Para cuidar a los chicos se hacen cargo las que están afuera, cuidan a todos por igual, los chicos ya están acostumbrados, es bueno que nos vean jugar”, cuenta Mariana Zapata, 33 años, mamá de Tiziana de cuatro, y una de las fundadoras del rugby femenino de Vilo. “Soy empleada, madre, jugadora y entrenadora. Es una locura, pero con mi marido, que también juega, tenemos la misma pasión. Nos repartimos la semana para entrenar y si nos vamos de gira apelamos a algún tío o abuelo bueno para que cuide a la nena. Me encanta ver a las nenas jugando, antes no lo veías. Pero hay nenas en muy pocos clubes. Los nenes y nenas pueden entrenar juntos hasta los 11 años, internacionalmente es así, somos los únicos retrasados”, explica.
Debido a la falta de jugadoras los equipos no llegan a quince miembros, por lo que se arman juegos de siete, ocho o nueve. Mariana explica que “a veces hay una evolución seguida de una involución”. “Cuando hay mucha diferencia entre equipos no se puede competir. Chaco es muy importante y si las chicas no pueden viajar ya no podemos jugar, porque en Buenos Aires solo somos cuatro contando a Bahía Blanca. Queremos que nos hagan un reglamento, estamos jugando con un reglamento de 15 varones. También necesitamos difusión y clínicas.”
Silvia, Gabi y Laura están esperando su turno para entrar. Tienen entre 17 y 18 años y son de Colorado, Formosa, pero como no llegaban a juntar más jugadoras, se sumaron a Sixty, el equipo de Resistencia. Es la primera vez que participan de un torneo nacional y que vienen a Buenos Aires. “Se corrió la voz por el colegio, nos fuimos a probar y se armó el equipo. La primera vez se siente miedo”, cuenta Laura con un acento cantarín.
“Soy Salas, Vanesa”, se presenta una de las jugadoras mientras pone cara de mala para la foto. “Siempre iba a ver a mis amigos varones jugar, hasta que un día vino una entrenadora a la tribuna y nos preguntó si queríamos probar y salté del banco”, recuerda Vanesa, de 24 años. Tuvo que dejar el profesorado de educación física porque está desocupada y no puede pagar la cuota. “Pero me las arreglo para pagar el club, lo único que quiero es entrenar.” Fue parte del seleccionado nacional en 2005 pero un golpe –y su consecuente hematoma interno– la obligó a dejar de jugar por unos meses. “Pero las cosas malas que me pasaron no pudieron hacerme dejar el rugby, tuve que esperar a que se disolviera y seguí jugando. Mis viejos están curados de espanto”, sonríe.
Para el próximo encuentro nacional habrá que esperar hasta el 13 y 14 de octubre. Mónica, la organizadora del torneo, va y viene para que todo salga bien. Ella empezó a jugar hace 20 años “cuando no había nada de nada”. “Si bien el rugby es un deporte muy machista, la sociedad de ahora es distinta. Vamos a los profesorados de educación física para difundir este deporte. Decimos con orgullo que somos mujeres jugando al rugby.”
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