ARTE
A María Giuffra le llevó un tiempo comprender que si pintaba cuerpos sin rostros era porque estaba poniendo, en trazos y colores, su infancia como exiliada e hija de un desaparecido. Con el tiempo, también descubrió que ciertos recuerdos de niñez no eran tan únicos ni tan privados sino compartidos con otras mujeres y otros varones.
› Por Maria Sol Wasylyk Fedyszak
Al principio, en el lienzo blanco, quedó estampada la figura de un hombre de espaldas, junto a cientos de siluetas. Pero María aún no sabía de dónde provenía esa imagen, de qué rincón interno nacía esa necesidad de pintar figuras mutiladas y cuerpos sin rostros. Poco a poco esas imágenes fueron incorporando otro significado. La palabra “desaparecido” rondaba en su mente desde pequeña, cuando todavía no tenía claro qué quería decir. Mientras tanto ese rompecabezas inconcluso emergía en cada trazo del pincel. Con el paso de los años las secuelas que dejó la dictadura en ella y en cientos de hijos se transformaron en eje central de su trabajo. En estos días, María Giuffra presenta esas historias de su niñez y la de sus amigos a través de su obra Los niños del Proceso.
“La zurdita de mierda”, “El niño delincuente subversivo”, “La familia delincuente subversiva”, son retazos de textos que María combina con imágenes de niñas y niños inocentes e indefensos, con sus juguetes, enlazando de esta manera lo siniestro con la ternura. Esas frases las escuchó en su infancia y muchas veces otros las usaron para mencionarla cuando estaba en el colegio. El papá fue secuestrado cuando ella tenía seis meses, en 1977. “Quise exponer en Casa de Gobierno cuando me enteré de que mi viejo había laburado allá, en el departamento de arquitectura.” Y allí pueden verse 25 de sus obras en óleo, acrílico, dibujo, collages, tinta y crayones.
“Mi abuelo tenía como hobby pintar y hacer esculturas, muy buenas. Mi viejo heredó esa pasión, dibujaba muy bien, me lo dice todo el mundo, tenía mucha facilidad.” Su familia la recuerda de chiquita en cualquier rincón de la casa, dibujando, inmersa en otro mundo. Cuando a los 8 años volvió del exilio en Brasil, su mamá la inscribió en la Escuela de Educación Estética de Ramos Mejía donde hacía escultura, pintura, expresión corporal, música: “Eso fue lo que me rescató de todo”. Ahí ya no sentía que la miraban raro sus compañeritos por su acento portugués. Se sintió libre. Ese fue el primer rescate, pero no el único. “La infancia es algo que tengo muy presente. Hoy tengo 31 años y ya no me interesa lo que digan de mí o que hablen mal de mí, pero cuando sos chica lo que te dicen te afecta de otra forma. Yo me acuerdo de muchas sensaciones de esa época. Por ejemplo, cuando me tuve que ir con mi vieja a Brasil, mi tío, que también se tuvo que exiliar, me crió como a una hija más. Yo lo amo, pero me acuerdo patente de esa sensación de que era el papá de otro.” Hoy esa última frase está estampada en una de sus pinturas. Las frases que aparecen en sus trabajos las retoma de discursos, cosas que escuchó o de los diarios de la época. “En ellas quise usar la ironía”, señala.
Cada cuadro nace de distinta manera. A María le gusta pintar de día, en el tercer piso de su casa, nutrido de luz natural y rodeada de sus pinceles, lápices y acuarelas y recuerdos. “Nunca me pongo frente a una tela en blanco sin saber qué hacer. Siempre empiezo con algo en mente. La esencia de la imagen se me viene de golpe y trato de anotarla y de transmitir lo mismo que sentí.” Muchos cuadros surgieron de relatos de amigos. En uno de ellos aparecen osos de peluche. “Mi amigo no tiene imágenes de sus padres, sólo me hablaba de sus sentimientos.” A partir de eso surgieron cuatro cuadros. “Tiene osos porque los padres le decían a él y a la hermana ositos cuando eran chiquitos, porque eran gorditos.”
Otro de sus trabajos narra la historia de las últimas imágenes que otro compañero tuvo de su familia. “El recuerda el beso en la frente que le dio su mamá y cómo lo dejaba en la cuna con su hermanita. Después escuchó muchos ruidos, que hoy piensa que fueron disparos. Después hubo un silencio terrible y alguien abrió la puerta de su cuarto. El esperaba que fuera su papá, pero era un desconocido. Cuando se lo llevaban pasó por el living y vio el televisor destrozado en el suelo y a sus padres ensangrentados en el piso.” De esta historia salió un cuadro de su amigo junto al padre, todo rojo, ambos sentados en el suelo.
“Hoy me parece obvio en qué consiste mi trabajo, pero no era tan claro cuando comencé.” Después de un viaje a Belice, donde aprovechó para ilustrar el andar caribeño de sus habitantes, enamorada de su cultura, de su música, regresó a la Argentina con la idea de pintar acerca de hombres y mujeres de acá. “Me di cuenta de que dibujaba a mis amigos de H.I.J.O.S.” Al tiempo surgió la posibilidad de presentar un proyecto para una beca de la Fundación Antorchas. “A un amigo pintor le comenté que me quería presentar a la beca, pero no sabía con qué proyecto y él me dijo: ‘María, está a la vista lo que vos hacés y lo que vos tenés que presentar. Vos pintás sobre vos’.” En un día escribió el proyecto. “Ahí me di cuenta de que lo que yo estaba haciendo era mi historia y la de otros hijos.” Ganó la beca. Esa posibilidad le permitió dedicarse un año entero a hacer lo que más le apasiona, dibujar y pintar. A partir de ahí, Los niños del Proceso fue tomando forma.
Después de su encuentro con el arte, el segundo rescate fue su entrada en H.I.J.O.S. durante los últimos años de la secundaria. “Me vino muy bien. Yo tenía claro ideológicamente quién era, yo sabía de la dictadura, que habían saqueado al país, pero mis compañeritos, a los 12 años, no lo sabían. Yo me sentía sola en el mundo e H.I.J.O.S. fue la salvación. Encontré gente a la que le pasaba lo mismo que a mí, que tenía que ocultar lo que le había pasado a sus viejos. En H.I.J.O.S. poder decir que mi papá era montonero sin que me miren raro fue liberador. Ahí se me hizo todo mucho más liviano”, recuerda.
“Nosotros intentamos desesperadamente llenar ese vacío. Mi manera de llenarlo es pintar y contar nuestra historia.” María terminó la carrera de Dibujo en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Además de sus cuadros, trabaja como ilustradora para libros, revistas y hace animaciones.
Los niños del Proceso puede verse en la Sala de Conferencias de la Casa de Gobierno, Balcarce 50, hasta el 11 de diciembre. De lunes a viernes de 10 a 16. http://mariagiuffra.com.ar
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