SEXUALIDAD
A las ya archifamosas reuniones de tuppersex –que reúnen a mujeres para venderles en privado juguetes sexuales– se han sumado otras ofertas, también a domicilio y por lo general dentro de barrios privados: sexólogas, consultoras y expertas en sexo oral hacen su primavera poniendo saber donde escasea el placer.
› Por Luciana Peker
En la mesa ratona hay medialunas, alfajorcitos de maicena, galletas de avena, mate amargo y jugo de naranjas. También hay pijas de plástico verdes, amarillas y azules, de distintos tamaños, con o sin arneses para sujetar en la pelvis, palmetas de terciopelo con strass, pezoneras en forma de estrella o corazón, aceites corporales con sabor a chocolate y delfines, gusanitos y margaritas de juguete con una vibración parecida a la del celular. Alrededor, ocho mujeres que promedian los 40 años miran, prueban y preguntan cómo se usan mientras comentan sus mejores y también sus más ridículas experiencias sexuales. Sentadas en sillones, banquitos y algunas sillitas infantiles rojas, a la hora en que los chicos de la casa están en el colegio, su mamá y las amigas desparraman otros juguetes en una zona que suele estar minada de rompecabezas, muñecas pálidas y helicópteros a pilas.
En plan de té entre amigas, cumpleaños sin hombres o despedida de soltera, los encuentros de mujeres tienen varias propuestas nuevas para amenizar la charla: cursos de fellatio teórico-prácticos, venta de lencería sexy, kiosco de juguetitos y clases de sexo a cargo de profesionales, todo sin moverse de casa o como máximo en el living de alguna amiga, al estilo de las reuniones de tupperware, en las que las amas de casa de antes mataban el ocio doméstico aprendiendo sobre los usos de los envases plásticos.
En Buenos Aires, la oferta es diversa y está en expansión: incluye a trabajadoras del sexo que cuentan sus trucos para tener una mejor performance, sexólogas que dan cátedra, vendedoras con bolsos llenos de merchandising de colores y, si se quiere avanzar en algún postgrado, hay clases de striptease, de baile del caño, talleres de seducción o de masajes eróticos.
Las propuestas tambalean en la cuerda floja entre la autoexigencia femenina de hacer las cosas bien y las ganas de divertirse con amigas.
Ella llega con la puntualidad que se les exige a las animadoras infantiles y apoya con determinación los diez centímetros de taco aguja de sus botas rojas con cordones negros sobre la alfombra. Se sienta con las piernas abiertas en una silla reservada al frente de la mesa, con la gracia impropia de esos seres nocturnos que provocan algún tipo de desconcierto en medio de un hábitat ajeno, encandilado de sol, margaritas, hamacas y casitas en un jardín arbolado de San Isidro.
Para romper el hielo, una de las mujeres agarra una raíz de jengibre puesta como decoración en un centro de mesa y, enarbolando el tubérculo, dice: ¿Para qué sirve esto, chicas? “Usalo para cocinar, para hacerte un té, lo que quieras, pero no trates de metértelo en el culo porque no sabés cómo arde, hay quienes lo usan pero no deja de picar y arder, si sentís que no estás preparada para una experiencia extrema, mejor no pruebes”, contesta Paola Kullock (www.pkescueladesexo.com.ar), ex masajista de Colmegna, que ahora lleva clases de sexo a domicilio y tiene una agenda intensa que incluye dos o más encuentros por día.
Antes de empezar, la señorita maestra de léxico desatado cuenta con los dedos de la mano en alto cuáles son las tres reglas de su clase de juegos sexuales: 1. No todo es para todas. 2. Hay que tener tiempo, si hay criaturas en la casa hay que buscar el momento y el lugar adecuados. 3. La pareja tiene que querer.
Después pregunta si hay alguna que nunca haya fingido un orgasmo. Hay miradas nerviosas entre las amigas y nadie contesta, hasta que una lanza una violenta carcajada y todas se relajan para empezar a contar cuántas veces fingieron para complacerlos, para dar por terminado un encuentro olvidable o porque estaban cansadas.
El temario de la clase incluirá desde cómo manipular un pene con éxito (ojo, con material didáctico para que practique cada una de las asistentes) hasta consejos prácticos para recuperar el interés de los maridos con métodos lúdicos como el disfraz de colegiala o el de mucama, claves para tener sexo anal y consejos para mejorar el oral. También habrá un rato de explicaciones sobre cómo usar accesorios para el placer, con demostraciones prácticas incluidas y, al final, como souvenir, se venderán raspaditas con cinco opciones para jugar a lo que toque.
Por momentos, la reunión toma el tono de manual de autoayuda sexual en tres pasos: algo así como disfrácese de lo que a él más le guste, si eso no funciona vaya a tomar un café con su pareja sin usar ropa interior y, por último, tómese un fin de semana en un lugar relajado para dedicarle al amor, lejos de la rutina.
“A las mujeres les permite divertirse, liberarse, entretenerse, sacarse dudas y pensar en sexo, cosa que a veces cuesta. Además, ellas quieren aprender, siempre están ávidas de juegos nuevos y mejores maneras de hacer las cosas, no nos olvidemos que la gran fantasía del hombre es estar con dos mujeres y la de la mujer es ser la mejor amante, la inolvidable, la más recordada”, dice Kullock, que cobra $ 200 más viáticos por sus servicios delivery.
Cuando la clase pasa del capítulo sobre estimulación manual al de estimulación oral, es el momento de mayor interés. “Chicas, chuparla bien tiene dos secretos –dice ella inclinándose hacia delante y poniendo tono de secreto profesional– entusiasmo y respiración. ¿Vieron que se dice que los gays la chupan bien? Bueno, la diferencia es que ellos lo hacen con entusiasmo y nosotras porque es parte del combo. La segunda clave es respirar siempre por la nariz, si inspiramos y exhalamos por la nariz no nos ahogamos. Tampoco tengan miedo de lavársela antes de empezar si es necesario, pero háganlo ustedes, porque ellos a esa altura están ansiosos y no les importa.”
Celia Laniado (www.sexologacelia.com.ar) es sexóloga egresada de la UBA y empezó a salir de su consultorio para asistir a reuniones de mujeres y hablarles de lo que, por experiencia profesional, sabe que quieren escuchar. Armó diferentes rutinas que incluyen teoría y juegos. Tiene un promedio de cinco pedidos de encuentros cada fin de semana que duran poco menos de dos horas, incluyen una asistente y se pagan $ 490.
“Hoy en día las mujeres están ávidas de conocimiento y quieren mejorar su performance sexual –dice–. También hay muchas que creen que saben, pero tienen una gran confusión, se nota por las preguntas que hacen, son muy inocentes. A veces ni siquiera saben lo que es un orgasmo y lo confunden con el punto G.”
Para acompañar esta suerte de mercado de perfeccionamiento sexual, también surgió una rama de venta de productos eróticos a domicilio. Desde hace años, estas reuniones, conocidas como de tuppersex, tienen éxito en Estados Unidos y en algunos países de Europa como España, donde hay una marca muy conocida y exitosa que se llama La Maleta Roja (www.lamaletaroja.com).
La forma de comercialización remite a la época de nuestras abuelas, que se juntaban para comprar envases herméticos de plástico, los famosos tupperware, o las ollas Essen o cosméticos de venta por catálogo.
Las chicas tuppersex no son mujeres en minifalda y tacos, sino todo lo contrario: personas comunes y corrientes que llegan a las reuniones con una sonrisa, muy dispuestas a enseñar los secretos de una verdadera juguetería para adultos. Las sesiones incluyen una combinación de educación sexual, terapia de grupo y presentación comercial, donde las clientas pueden mirar y tocar los juguetitos en encuentros que duran entre dos y tres horas.
“Me animé a tener un vibrador sólo porque me invitaron a una reunión en la casa de una amiga y vino una chica a mostrarnos y vendernos cosas, pero si hubiera tenido que ir a un sexshop creo que me hubiera dado fiaca. Además tengo la idea de que el material que hay en esos locales es demasiado llamativo, no tendría en casa una pija de dos metros, por ejemplo, pero si es un animalito de color y me lo encuentra alguno de los chicos, es distinto... ¡mientras no se lo lleven a su cuarto!”, dice Bárbara, publicista de 36 años, madre de dos niños de tres y seis.
Dueña de Sophie Jones, una de las empresas pioneras en venta de juguetes sexuales (www.sophiejones.com.ar), Ana Ottone opina que “cuanto más reducido es el grupo, mejor es el clima, porque hay más confianza. Las mujeres somos bravas y si hay alguna que no conocen, entonces la timidez y la vergüenza priman por sobre las ganas y la curiosidad. La verdad es que el ambiente se hace divertido rápido, no bien abro la valija y ven todos los colores ya se relajan y entusiasman”.
Carina, ama de casa y madre por partida triple, empezó a coordinar reuniones para vender lencería y juguetes. “En la mayoría de los casos, las mujeres compran por primera vez, entonces quieren probar y piden indicaciones sobre cómo usarlos, pero además muchas veces me piden consejos puntuales, por ejemplo sobre masturbación femenina, algo de lo que todavía, andá a saber por qué, no se habla”, dice.
Sophie Jones y Sexto Sentido son algunas de las empresas que están formando esta nueva casta de chicas tuppersex, que andan con un bolso de productos de sexshop a cuestas. Laura tiene 28 años, es psicóloga, estudia sexualidad y está al frente de Sexto Sentido (www.sextosentidoweb.com), una empresa que surgió hace tres años.
“El negocio fue mutando bastante, tres años atrás era impensable lo que está sucediendo ahora. Mucho de este cambio se debe al fenómeno Rampolla y a los medios de comunicación, la gente cada vez se anima más, tanto los clientes como las consultoras. Muchas mujeres se están incorporando a nuestro equipo de consultoras porque encuentran un espacio para contactar a otras mujeres y trabajar en un tema tan lindo como es la sexualidad humana”, dice.
Tenía 15 años cuando el tren emprendió un viaje que me llevaba mucho más lejos que a Rosario. Aunque, ahí, en esa parada estuviera Pablo. Y aunque en la mochila estuviera el guardapolvo y la odisea de decir que iba a Gualeguaychú, a lo de una amiga. El viaje fue más lejos. A mis 15 –que ya fueron hace más de otros 15– el sexo ya era presión. Ya me habían dicho –en mi primera vez– que el sexo era ese ir y venir en donde no se debía hablar sino era para repetir vocales. Sin levantar la mano, pero con el miedo de lo indebido en el momento de los enredos, le dije que me estaba haciendo pis. Se lo dije para irme o, justamente, para no irme. Me acuerdo, cada vez más, de Pablo diciéndome “meate” –y no ordenándomelo o frenándome– sino abrazándome para ahorrarme las vergüenzas, para levantarme las barreras, para desalinear el cuerpo de los deberes y dejarme suelta, pero apretujada, como cuando en un rock el cuerpo gira con la libertad de fluir y la confianza de la mano agarrada. Esa fue mi primera vez –no la de los otros– y la metáfora que elijo para definir la sexualidad que me gustaría elegir: enlazada y libre, sin ataduras morales pero tampoco de manuales, que hoy son mucho más penetrantes –en el plano íntimo, no el público, en donde es al revés– que los discursos conservadores.
“You’re one hot mummy”, decía, en inglés, supongo que porque el inglés parece más sexy, igual que la palabra sexy, la propuesta de la zona femenina del Festival de Cine Erótico de Buenos Aires (que se realizó en Costa Salguero del 15 al 18 de noviembre) y que incitaba a las mujeres que –como yo– hemos sido madres a que también seamos mujeres calientes (¿vieron que en castellano es más fuerte?). “El taller está dirigido a que puedan redescubrir su sensualidad sin perder de vista su rol de mamá”, ofrecía el taller de corte (de mamaderas) y confección (de portaligas).
No quiero despreciar de plano el tendal de consejos para mujeres –las clases de striptease, las reuniones de tuppersex, que venden consoladores como antes se vendían ollas Essen, y las clases de Erotic SOS que también se ofrecían en el Festival– porque, tal vez, a alguien, o algo, sirve. Si el sexo es placer, la mirada abierta, las ganas de aprender, la sed de probar son parte de un camino que puede hacer del cuerpo un paladar deseante. Pero ése es, justamente, el punto G del sexo: el deseo y no –¡no!– el deber.
Mientras que la maternidad es un huracán que, muchas veces, suele abrazar al nuevo bebé con tanta intensidad que no hay lugar para la arrasadora entrega del sexo y el parto, también, deja al cuerpo partido, ganado, desbordado y con más necesidad de caricias que de vibradoras braguitas para levantar el sex appeal. Por un tiempo. Por eso, también es cierto que estimular una maternidad deseante es un nuevo –e interesante– paradigma. Sin embargo, la necesidad y densidad de clases, posgrados, doctorados y disneylandias sexuales para aprender a dar la vuelta en la montaña rusa del cuerpo me parecen más aterradoras que libertarias. Bah, me dan ganas de volver a viajar en tren y que el sexo se re-descubra como un viaje sin paradas fijas, sin destinos a los que llegar, ni boletos que pagar. Como un viaje en donde la gracia es el viaje y dejarse viajar. Con abrazos y palabras (que, a veces, en castellano, también calientan más). Y sueltan más que vocales.
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