LIBROS
Género, poder y discursos sociales (ed. Eudeba) es muchas cosas: un manual, un libro de consulta, una puesta al día, una señal de caminos que no se han explorado lo suficiente. Es, también, un trabajo riguroso en el que July Cháneton demuestra qué tan necesario es, en estos días, mirar con atención lo que, en cuanto a género, sucede en Argentina.
› Por Soledad Vallejos
Esta semana Nati se operó. En reportajes de diarios y televisión, hace meses, había explicado sus razones: se sentía mujer en cuerpo de varón; necesitaba que su cuerpo acompañara lo que sentía, a costa de intervenciones arduas, si era preciso. Siempre se presentó con nombre femenino, siempre habló de sí en femenino, siempre reclamó para sí esa identidad, desde ella misma y desde los demás. Y sin embargo el cable de que la agencia DyN distribuyó el martes decía: “El adolescente (...) fue operado. (...) ‘Estoy tranquila, sé que todo va a salir, va a ser un gran cambio, estoy sintiendo que de a poco la vida me está mostrando su lado positivo’, había dicho ayer el menor, conocido como Nati, minutos antes de entrar al quirófano (...)”. (Nati accedió a la operación –costeada por la Administración Provincial del Seguro de Salud– porque su deseo fue categorizado como solución a una patología: padecer el síndrome de Harry Benjamin, lo que ponía en riesgo su vida porque la volvía autoagresiva. Nos queda la duda de qué pasaría con su voluntad, con la construcción que hace de su identidad, si no hubiera existido la descripción de esa enfermedad.)
Porque de adecuación, inadecuación y conflicto se trata, porque cosas de apariencias banales son las que ejercen y abren caminos a violencias y nociones biempensantes como la tolerancia, prestar atención no sólo a esas noticias, sino a cómo se narran, a cómo se entregan para ser pensadas, a cómo y desde dónde y por qué pensarlas, atender a todo eso no siempre es fácil. Por eso, también, siempre son oportunos los encuentros que rompen certezas y llevan a la incertidumbre. De eso se trata Género, poder y discursos sociales (ed. Eudeba, colección Enciclopedia Semiológica), un libro en el que la doctora en Letras y Especialista en Estudios de Género July Cháneton se propone un objetivo que, aunque se haga pasar por modesto, resulta provocador: contribuir a “la producción de un saber estratégico”. Habría que agregar a eso que, además, lo que se propone es construir un saber situado, fundamentalmente argentino, diferencia enorme tratándose de un campo de estudios en el que abundan textos dedicados a otros casos, a otros países, en los que los detalles, por ajenos, hacen necesarias operaciones de apropiación más elaboradas. No es lo mismo leer desde aquí una teoría generada en el ámbito europeo, en base a casos europeos, que una norteamericana, como tampoco lo es una de otro país latinoamericano, por cercano que pueda parecer. Lo mismo puede decirse de las observaciones, aun aquellas que no pretendan lograr estatuto de teoría. Hay algo aquí pedagógico, sí, y a buena hora, cuando los usos de la palabra “género” empiezan a resultar asombrosos, y, a la vez, las currículas universitarias de grado intentan incorporarlo más orgánicamente.
Crónicas periodísticas de los días en que el Congreso trató la Ley de Cupo, entrevistas con mujeres de la Villa 31 de Retiro, textos, almanaques y publicidades de Caras y Caretas, discursos de prohombres fundadores de la Argentina moderna, fragmentos del diario anarquista La voz de la mujer... Cháneton demuestra la riqueza de materiales desatendidos, de orígenes y marcos de lo más variados. Tras una primera parte que desarrolla la inevitable base de acuerdos teóricos a partir de los cuales abordar lo demás (historizaciones sobre políticas sexuales y género, teorías discursivas y culturales), las posibilidades que el pasado lejano y no tanto abren para pensar estos años, estos días (justamente estos días que verán la asunción de la primera mujer elegida presidenta en el país), son infinitas. De lo que se trata, en suma, es de afilar la mirada para leer entre líneas. A partir de allí, otro pensamiento, otras estrategias de poder tal vez sean posibles.
En 1907, Joaquín V. González inauguró “Las primeras conferencias de la extensión universitaria” proponiendo al auditorio una indagación sobre “la mujer moderna”, ese ser tan extraño que asomaba ante la opinión pública mientras nacía la Argentina moderna. Sostuvo una línea casi progresista, habló de desterrar prejuicios y aceptar una nueva soberanía, hasta que mentó “el alma femenina”, dio dos pasos más y desbarrancó: “Desde el punto de vista de las capacidades, la división del trabajo por sexos no es siquiera un problema, mientras la mujer no asuma una actitud directriz y haya escuelas que la especialicen”. Dijo también que la sociedad crecía de acuerdo con una ley fisiológica y que, por lo tanto, “si la mujer no debe construir puentes o escribir óperas, es inútil que se lo prohibamos”. Esa misma lógica –inapelable en la generalización de su falacia– habilitó los derechos civiles, políticos y económicos acotados: al tiempo que pregona una igualdad “alentando sus ‘sanos deseos y aspiraciones’, la excluye como alteridad por vía de la división sexual del trabajo (...) es decir, distribución de los géneros en relación con sus respectivas y ‘naturales aptitudes’”, rescata Cháneton. Algunos años antes La voz de la mujer, el periódico anarquista hecho por mujeres, interpelaba combativamente a los hombres, y al año siguiente de la conferencia de González, Victoria Ocampo escribía una carta a Delfina Bunge en la que los argumentos de las anarcas se repetían con diferencias leves: “El hombre es una bestia que abusa de su libertad y de la fuerza legal que le otorgan los prejuicios sociales. Prejuicios de que la mujer es la única víctima”. La distancia social, rescata Cháneton, era abismal, pero “se borra por completo a favor de una subjetividad transclasista”: allí donde la solidaridad de género opera por sobre diferencias de clase. ¿Por qué no pensar que eso sigue sucediendo ahora? ¿Sería posible rastrearlo, estudiarlo?
En noviembre de 1991 (esto es, hace sólo 16 años), el Congreso trató la Ley de Cupo Femenino. Se habló de ello en términos de batalla (las mujeres en lucha contra la sociedad machista), pero también con visos de “erotismo-sexualidad” (eran episodios protagonizados por mujeres alteradas, por malones de ellas, convertidas más en cuerpos con emociones desbocadas que en voces), vale decir, desde un punto de vista masculino, “un lugar de enunciación androcéntrico (en el) que este ‘acoso sexual’ es vivido como un amenazante clima de guerra”. Cháneton rescató una perla para cerrar el fragmento: decían algunos que “los hombres de seguridad estaban indignados: fueron desbordados (...) ante la impotencia por detenerlas”.
Las palabras del poder pueden ser camaleónicas y sus efectos, persistentes, pero eso no quiere decir que no puedan ser modeladas, disputadas. No hay inmovilidad en ellas, sino voluntades políticas. Y la que sugiere Cháneton tiene ganas de subvertir. Recorre, en algunas páginas, las alegorías de revistas de principios de siglo XX y su pulsión por mostrar a la patria como una mujer fornida, maternal, levemente sensual, y al pueblo con estampa de varón forzudo, sacrificado. Vira la autora, repentinamente. Con esas alegorías, argumenta, pasa algo parecido a lo que “sucede con las identidades queer. Travestis y transgéneros en general muestran (...) el carácter performativo del género, en la medida en que desbaratan la matriz heterosexual según la cual la vinculación sexo-género-deseo se presenta (...) como natural, (...) como mandato dictado por la naturaleza”. Cualquier relación con la operación de Nati y sus relatos no es pura coincidencia.
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