Vie 15.02.2008
las12

PERFILES

Memorias del asfalto

Como una manera de colaborar con el reciclado de materiales no biodegradables –aunque sin jactarse de ello–, Débora Piwnica creó una línea de productos, desde carteras hasta tapizados, que no ocultan su materia prima, sino que la convierten en diseño. Con esa impronta de las rutas argentinas, estos objetos están dando vueltas por buena parte del mundo.

› Por Valeria Burrieza

Mientras algunas gomerías se van civilizando, porque las mujeres también vamos a emparchar las gomas y ciertas cosas quedan fuera de lugar, las de las terminales de colectivos conservan el folklore de la grasa, la costumbre de saludar dando la muñeca para que el otro no se ensucie, de mantener la pava al costado de la hornalla encendida y, lo más importante, conservan esa decoración tan particular, por llamarla de alguna manera, con fotos de mujeres a las que se les ven hasta las trompas del útero.

Imaginen un trabajo de empapelado que alguien se tomó muy en serio, que cubre absolutamente todas las paredes, desde el techo hasta el piso, de principio a fin, con millones de poses, todo un horizonte de tetas gigantes, culos de otro planeta y el más amplio surtido de Silvias Suller, Silvias Pérez y Silvias Peyrou.

Ella llega con su estilo de antidiva, menuda pero fuerte, ropa ajustada pero no tanto, el pelo anudado con una colita, lentes oscuros y andar decidido. Baja de un Falcon viejo y se mete en la gomería de la terminal del 168, en el puerto de San Isidro, un lugar que no le hace honor al pretencioso lema de que San Isidro es distinto a todo lo demás.

La chica está en esa edad en que algunos la llaman señora, su nombre es Débora Piwnica, le dicen Deby y al lado de las protuberancias que empapelan la gomería, parece una hormiga atómica de chocolatín Jack. Deby entra saludando a cada uno por su nombre, acepta algún mate, charla un rato y se va con una docena de neumáticos ya jubilados que tira en el baúl.

Lo que sigue es una tarea que necesita mucho amor: horas de limpieza, cepillado, encerado y lustrado de las viejas cámaras, que después pasarán por una etapa de corte y confección y se convertirán en carteras, bolsos, cinturones y carpetas, cada uno con un importante currículum personal de asfalto y ruta. Con su nueva forma volverán a las calles, pero esta vez por otros caminos, colgadas del hombro de quién sabe qué historia.

“Todo empezó cuando mi hermano vivía en Río (de Janeiro) con una novia y se puso a hacer cinturones con cámaras viejas de bicicletas. Cuando volvió y se separó empecé a trabajar con él, pero los cinturones eran como una cosita y nos pusimos a ver qué mas se podía hacer. Así surgió esta locura”, dice Deby.

La locura se llama Neumática, reciclados urbanos (neumaticanet.com.ar), e incluye bolsos, morrales y carteras hechos con neumáticos viejos de colectivos, autos, bicicletas, camiones y hasta máquinas agrícolas. Algunos están hechos de una sola pieza, otros llevan parches o válvulas que en algún momento se usaron para inflar y otros tienen impresos números, letras, códigos o el logo de Fate, según lo que el material original ofrezca porque hasta ahora Neumática no hace ningún tipo de intervención extra.

“Todo esto tiene un poco el espíritu del reciclaje, porque los neumáticos tardan 500 años en degradarse, pero no nos gusta usarlo como lema. Está bueno que cada uno haga algo, pero de ahí a ponerlo en un logo o hacer marketing con eso, no nos da. No estamos salvando el mundo, la idea es hacer rodar el material de nuevo, sólo eso”, dice Deby.

Con el baúl lleno de neumáticos engrasados, la chica del Falcon vuelve al taller que comparte con su hermano Roby a orillas del río, en el bajo de San Isidro. Es un PH alto, construido sobre pilotes para evitar las crecidas; los neumáticos se apilan abajo de la casa, desde donde se ven los colores de las velas de windsurf, el pasto brillante que crece cerca del agua y los juncos de la orilla.

Deby no es nueva en la zona y tampoco en locuras de este tipo. A fines de los años ‘80 inventó un negocio de ropa vintage y ropa nueva que cosía con telas rescatadas de retacerías. Tenía un local en Martínez y empezó a vestir a músicos y artistas, hizo desfiles en las estaciones abandonadas del Tren de la Costa (antes del lifting turístico) y después se fue a trabajar como diseñadora al Soho de Nueva York. Tuvo también un período ejecutivo en el que organizó las fiestas “Las vacas sagradas” en Parada Cero, un lugar de los años ‘90 en la costa de Vicente López. Pasó por la producción de videoclips y trabajó en un canal de música. Todo eso antes de recolectar neumáticos en las gomerías de colectivos.

Sus carteras llevan un poco la impronta de todo eso y también llevan tatuada parte de la historia de las calles argentinas. Porque con el calor del asfalto, los neumáticos calcan el dibujo de las cubiertas que las llevan y ese tatuaje queda para siempre, único, irrepetible, indeleble, el recuerdo orgulloso de una vida transformada en marroquinería pistera que se vende en Palermo, el bajo de San Isidro y también en Brasil, Italia, Francia, España y Estados Unidos. Un poco de ruta sudamericana para el mundo.

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