› Por Marta Dillon
Cada quien tiene sus taras de frente a los cumpleaños. Por mi parte debo decir que tanto me emocionan como me sorprende su inminencia, esa comprobación anual de que el tiempo se obstina en pasar siempre por los mismos sitios, tal vez para dejar claro que sólo lo que está muerto deja de cambiar. Y los aniversarios que llevan un cero a sus espaldas... ésos parece que pesaran el doble. Fronteras visibles, otorgan extrañas cucardas después de atravesadas.
Este aniversario no se escapa de la norma: 10 años, una década. Hasta hay dos formas de nombrarlo. Y llegó así, nos sorprendió trabajando, aunque su peso específico obligue a hacer un alto y a echar mano de la primera persona para saber de qué se trata esto de ponerle la letra y el cuerpo a un espacio singular –al menos dentro de las publicaciones “para mujeres”– que si algo intentó en este tiempo es desplegarse a la pluralidad de voces y experiencias.
No es tan extraño que en estas páginas las periodistas que trabajamos usemos la primera persona, a contramano de lo que se supone debe ser en un medio masivo. Es que esta manera de poner en juego la subjetividad en las historias que contamos es una marca en el orillo de este suplemento. Es la manera en que aprendimos a generar ecos sensibles, a ir más allá “del relato de los hechos”: la primera caja de sonoridad es la propia. Es fácil entender esta premisa después de haberse enfrentado, por ejemplo, a otra mujer que se quiebra en llanto cuando se le pregunta por su gozo: no es sólo que tenga once hijos y que la conversación tenga lugar porque ella tiene que exigir a voz en cuello una ligadura de trompas; entender el porqué de ese llanto exige mirar dentro y revisar cuántas veces una estuvo disponible a los deseos ajenos sin más cuestionamiento que buscar una falsa valoración.
La propuesta de Las12, desde un principio, era que fuera escrito por mujeres. ¿Y qué otro sentido puede tener esto más que el de revisar los modos en que asumimos en nuestra vida cotidiana esos prejuicios, estereotipos, inequidades y un largo etcétera a la vez que descubrimos y describimos ese mismo corset para la libertad en otras experiencias?
Hacer Las12 es una constante toma de conciencia que contamina de rebeldía la vida privada de cada una. Y aunque parezca peyorativa, reivindico la palabra “contaminar” por la cantidad de veces en que, personal y transitoriamente, habría deseado seguir caminando acompañada de cierto blando olvido. Al menos para que duelan un poco menos las chanzas sexistas, o esa manera del amor que mal que mal la mayoría hemos aprendido y nos ata a un sentimiento de bolero que suele enmascarar a la violencia. Para no tener que estar saltando como leche hervida cada vez –siempre hay otra vez– que advertimos cómo se trata a nuestros cuerpos, nuestros goces, nuestras producciones, nuestro deseo de ser madres o no serlo, de serlo con quien queremos y como queremos. Podría decir, apelando al lugar común tantas veces banalizado y demonizado, que hacer Las12, en los distintos lugares que me tocó desde hace diez años, es un camino de ida. Y que esa ida es un punto de fuga, no por esquivar el bulto sino por la posibilidad de abrir la puerta a mundos posibles, imaginables, fáciles de soñar, difíciles de construir, siempre necesarios.
Diez años es mucho tiempo. El suficiente para acompañar a mi hija en su tránsito de niña a mujer, por ejemplo. El suficiente para mirarme en ese espejo que ella me devuelve y saber que convocar a la diversidad, a la determinación de cada una y de cada uno, a la libertad en el confín de sentidos que esa palabra implica es un riesgo que desestabiliza las más de las veces pero que ampara a todas las experiencias, las pasadas y las por venir. La letra tiembla mientras escribo, como dice una de las hacedoras de Las12 en este número aniversario, escribo con el cuerpo, como dice otra compañera. No puedo evitar que se me caiga el lagrimón frente a tantas voces que hoy se acomodan en estas páginas para dar cuenta de cómo se ha ido construyendo este mundo posible e imposible que se pare cada viernes. Nos habría gustado incluir más voces; falta, por ejemplo, la voz de la maestra, María Moreno, que ahora mismo da clases de crónica en la Universidad de Berkeley. Falta la voz de Alejandro Ros aunque no sus tapas, creaciones colectivas siempre cómplices de los temas que decidimos abordar. Como dije, el aniversario nos sorprendió trabajando y las y los que faltan sabrán perdonarnos. Tenemos la certeza, de todos modos, de que habrá más aniversarios y de que seguiremos en el camino porque este espacio afianzado a lo largo de una década no existe “hasta que” sino que se propone como una página que cada semana está en blanco y donde quisiéramos inscribir esos mundos posibles que todavía no han sido nombrados.
Quienes hacemos Las12, estoy segura, no somos las mismas después de poner el cuerpo y la palabra en esta tarea. Ojalá algo de la revolución que a diario nos alborota se traslade a quienes están del otro lado del papel. Si así fuera, aunque sea por un instante, habremos cumplido la tarea. Habremos sabido poner estas páginas a disposición de múltiples voces que a diario dan cuenta de la multiplicidad de experiencias, de placeres y dolores, de lo que significa ser mujer, aun cuando ese significado sea dinámico y todos los días tengamos la oportunidad de seguir aprendiendo. En eso estamos, en esto seguiremos estando. ¡Salud!
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