› Por Ana María Bovo*
La escritora Carmen Martín Gaite residió un tiempo en la ciudad de Nueva York. Por entonces, su madre ya había muerto. Una noche, soñó con ella. Desde una ventana del otro lado del río le enviaba un mensaje cifrado con destellos de luz, jugando con un espejito que tenía en la mano: un código secreto que sólo ellas compartían. La escritora conservó durante el día la felicidad del sueño y lo narró en una carta destinada a su amigo Paco Nieva. Trataba de descifrarlo recordando una costumbre de su mamá: a la caída del sol, abandonaba la labor sobre el regazo y se ponía a mirar por la ventana. Era, como tantas otras, una mujer “ventanera”. “Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos.” Decía también en la carta que de los ojos entumecidos de una mujer pueden salir, enloquecidos, pájaros en bandada con rumbo a “un reino inconcreto del que sólo se sabe que está lejos”. Su madre supo arribar con la imaginación hasta la isla de Manhattan; el mismo lugar adonde Carmen pudo llegar con su tarea de escritora.
En ocasión del aniversario de Las12, pensé primero en esta imagen de las mujeres ventaneras que solo volaban en secreto sin moverse de su sitio. Y después, pensé que en estos diez años ustedes han trabajado mucho para que las mujeres traspongan los límites de las ventanas y dejen que el cuerpo vaya detrás de los pájaros de sus ojos, a reinos concretos donde puedan reunirse con sus deseos. Aun con las peripecias, los peajes que implica semejante viaje.
*Narradora, docente
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