› Por Victoria Lescano
Una década de periodismo de moda en un suplemento cultural dedicado a temas femeninos. Esa fue la consigna de los comienzos del suplemento circa 1998. Pide un muy buen cocktail que imagino ya tomaremos, pero también una mirada revisionista. En el transcurso del verano previo a su salida, con Sandra Russo y María Moreno, las editoras de entonces, las premisas fueron delinear una sección de moda buceando en la celebración de extravagancias en distintos períodos de la historia de la moda, esos de los que se alimentan caprichosas y de modo cíclico las tendencias. Desde Las12 la militancia por la moda pasó y pasa por el rescate de los íconos de la moda y sus revolucionarios aportes estéticos: de los postulados de moda freak de Diana Vreeland a los trajes de Adrián Greenburg para Greta Garbo, los zapatos de Ferragamo construidos con papeles de caramelos o cortezas de árboles, el corte al bies de Vionnet, los happenings con minifaldas de Mary Quant concebidos como uniformes de la juventud en la escena londinense de los años ‘60, el punk couture predicado por Vivienne Westwood una década más tarde. La incorporación del traje masculino en placares femeninos de Yves Saint-Laurent, y también en rescates de líneas de los años ’50 con materiales tecnológicos de Miuccia Prada, el furor de los diseñadores belgas y las creaciones de Rei Kawakubo, la “cabeza” de Commes de Garçons, para intelectuales.
Sobre la escena local, de los comienzos del colectivo de moda Diseñadores del Bajo al del Baf Week, los ciclos de moda argentina en la Rural, crónicas de una diseñadora que trasladó el luto por la muerte de su madre a ropas y una pasarela arty a otra que boxeó a los dictados de moda desde un ring en Palermo –Prisl– y quien por estos días se dedica a ser la mamá de Antonia, de las monjas de una congregación de Navarro que inspiraron a Pablo Ramírez para delinear los exquisitos trajes de su primera colección, las primeras puntadas con canicas y desarrollos textiles de Trosman Churba, el rescate de telas preciosistas y con métodos propios de Laura Valenzuela, Cecilia Gadea, Araceli Pourcel y Nadine Zlotogora, la mirada lúdica y experimental de Juana de Arco, Vero Ivaldi Pesqueira y Kukla, pasarelas celebradas tanto en parque de diversiones como en casonas del siglo diecinueve, y con té a beneficencia.
A diferencia de otras publicaciones femeninas en las que supe y suelo colaborar, Las12 significó libertad para escribir sin prejuicios acerca de lo que se supone “está de moda” y también sin la presión de pautas publicitarias. De ahí que las páginas de moda siguieron los cambios políticos y económicos que reflejó la moda de los últimos diez años: de los diseños hechos con retazos de telas y mucho ingenio que sirvieron para construir una identidad de diseño tras la caída de las marcas, el comienzo de las ferias de diseño indie como modo de supervivencia, y en 2008 hace foco en los cruces con pasarelas latinoamericanas, la evolución con muchos esfuerzos y sin aval industrial de los diseñadores argentinos. De los diversos artículos elijo de modo muy arbitrario una entrevista con Fridl Loos, creadora austríaca de casi 90 años que en 1998 me invitó a tomar un whisky, en su casa del Bajo –la misma que fue un referente de la modernidad en Buenos Aires de los años ’50, y en 1998 lucía atiborrada de almohadoncitos y carpetas por doquier–, confesando: “Me aburre hablar hoy de moda, prefiero ver documentales de animales o películas con el guapo de Marlon Brando”. Y también otra en el que dandy Bioy Casares enunció: “Si bien los desfiles me aburrían espantosamente, yo adoraba pasar el tiempo en compañía de mi madre y la acompañaba a las casas de moda de París. También me resulta gracioso de la moda observar esa especie de competencia que establecen siempre las mujeres entre sí”.
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