› Por Diana Maffía*
Todavía recuerdo cuando se anunció la aparición del suplemento, la expectativa y la emoción, el boca en boca destacando las notas que por primera vez sentíamos estaban escritas para nosotras. Ya entonces Página/12 tenía columnistas excepcionales, y mujeres periodistas destacadas con las que contábamos para publicar lo que otros medios no publicaban, sobre todo en temas de derechos sexuales y reproductivos. Pero Las12 fue y sigue siendo un festín, el anuncio de que es viernes y comienza un tiempo nuestro, una complicidad sostenida por diez años para hacer visible lo invisible y hacerlo con talento, con placer y con alegría.
Las12 es una tribuna feminista y un espacio de debate, una escuela de buen periodismo donde algunas de pichonas ya le sacaban filo a la pluma y hoy descuellan por todas partes. No sé cómo hicieron pero el nido nunca quedó vacío. En Las12 encontramos el libro que vamos a querer leer, la película que vamos a querer ver, ese pliegue de pensamiento que no se nos había ocurrido pero al verlo allí escrito sentimos que es lo que habríamos querido decir, el testimonio expuesto como si nos lo contaran en privado y sin reservas, la nota de opinión que a veces nos incomoda en el sentido más literal de la palabra, nos saca de las comodidades de lo convenido y nos interpela nuevamente para que tomemos posición personal sobre temas muy diversos.
En Las12 leí la entrevista a Ivone Gebara sobre teología feminista, hablando en los términos del privilegio epistémico de los oprimidos pero para las teólogas de la liberación (y que tanto eco me hizo en la filosofía), diciendo “nosotras sabemos todo lo que ellos escriben, pero ellos no saben nada de lo que nosotras escribimos”. Fue hace muchos años, en el 2002, pero me pareció importante que lo que parecía ser un motivo de queja se levantaba como una posibilidad de hacerse fuerte. Nosotras sabemos más, precisamente por elegir como lugar de resistencia una cultura devaluada por el poder.
En Las12 disfruté de Angélica Gorodischer escribiendo sobre escritoras latinoamericanas; degusté las muchas reseñas de Moira Soto de la que recuerdo especialmente su delectación con la colección de Vampiras de la literatura; amé la escritura de María Moreno, que volvía de carne y hueso nuevamente a las mujeres entrevistadas, sacadas de los aparentes márgenes para ponerlas en el centro por obra y gracia de la palabra; adoré a Marta Dillon, Sandra Russo, Sandra Chaher, Sonia Santoro, Luciana Peker, Soledad Vallejos, porque encontré las mejores perspectivas de las muchísimas formas de violencia ejercidas sobre las mujeres (sobre sus cuerpos, sobre su palabra, sobre su trabajo, sobre sus modelos de identificación, sobre sus destinos, sobre su libertad, sobre su autonomía, sobre su autoestima, sobre sus imágenes, sobre sus roles, sobre sus obras); valoré la campaña para nacionalizar episodios que quedarían de otro modo como olvidadas injusticias en localidades lejanas al centro del poder.
Y finalmente, a Las12 agradecí que me permitieran formar parte algunas veces en la construcción de solidaridades colectivas y el reflejo de solidaridades y resistencias construidas de otras múltiples maneras por este movimiento de mujeres tan diverso, tan cambiante, que tan melancólicas nos pone a veces pensando que no avanzamos nunca, que nos queda tanto por hacer, y que sin embargo nos deja ver que tanto ha evolucionado cuando lo vemos en el prisma de estos diez años. Los diez años de Las12.
* Legisladora de la Ciudad de Buenos Aires (Coalicion Civica)
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