Vie 25.04.2008
las12

Un espacio de síntesis

› Por Maria Mansilla

Llegué tarde para ser redactora de La Camelia, de La Aljaba, de La Alborada del Plata: éstas fueron las primeras publicaciones rioplatenses relacionadas con la emancipación femenina. Entre sus eslóganes se leía: “Libertad. No licencia. Igualdad entre ambos secsos (sic)”, “Dedicada al bello séxo Argentino (sic)”, “Sin ser niñas ni bonitas, no somos viejas ni feas”. En realidad, lo que más lamento es haber nacido 100 años después de que Juana Manso se jugara sus ahorros e hipotecara su casa para fundar, dirigir y escribir Album de señoritas. Me habría encantado trabajar con ella, tener como brújula la fiebre de una de las primeras escritoras en desplantar no sólo al protector seudónimo, sino a las poderosas Damas de Beneficencia (según cuenta Graciela Batticuore en La mujer romántica).

Pero llegué a tiempo para escribir en Las12, para ser su soldadera, para marchar al pulso de otra editora cautivante. Entiendo que a pesar de las distancias en el tiempo y en las conquistas, hay una vocación común: “Si algún mérito tienen (estas páginas), es la pretensión de conservar a los venideros la tradición escrita de los dolores que han trabajado nuestra sociedad”, como firmó Manso en el folletín que apenas duró unos meses, por falta de lectoras.

Hace 10 años, yo trabajaba en una oficina. Todos los viernes llegaba el Página, y miraba el suplemento de reojo. Después fui creciendo, a mis hermanas, a mis amigas y a mí nos fueron pasando cosas –embarazos no deseados, injusticias salariales, compañeros de trabajo demasiado babosos, diagnósticos difíciles, novios violentos, divorcios sin cuota alimentaria...– y eso era: Las12 me ayudaba a entender. A descifrar.

Empecé a escribir sobre temas femeninos en Elle; lo que menos aprendí fue de moda, Claudia Pasquini y Ana Torrejón me enseñaron que había que mirar más allá. A su vez, me acerqué a los llamados temas sociales siendo parte del equipo de Hecho en Buenos Aires, la revista que vende la gente con problemas de vivienda. En Las12 encontré la síntesis de ambos espacios: temas sociales con perspectiva de género. Escritos con el corazón en la mano, y sin guantes ni barreras. En Elle me enseñaron, también, que las periodistas no somos personajes: somos periodistas. Y yo agrego: puentes, servidoras, contadoras de historias, querellantes, disconformes, lobbistas, soñadoras. ¿Ingenuas? Creería que no. Como dijo Poniatowska: “La fuerza de la gente da mucha esperanza”. Conservo la esperanza, al menos, de empezar por casa a generar conciencia. Más o menos me va, pero yo sigo. Cuando peleo con mi novio, el guión se repite, la discusión siempre pronuncia el mismo diálogo:

–¡Dejá de escribir en Las12 y se te va a pasar!– chicanea él.

–¡Qué decís! –le grito. Y luego pienso: “Puedo dejar de escribir en Las12, já, total, lo peligroso es... que deje de leerlo”.

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