› Por Gimena Fuertes
Confieso que cuando empecé a escribir para Las12, en diciembre de 2003, sabía algo de feminismo e intuía otro poco. Desde entonces las palabras de muchas mujeres quedaron registradas en mi grabador para luego ser inevitablemente tergiversadas por mi teclado. En un primer momento, este trabajo me obligó a la brusca evidencia de la opresión de género. Lo veía en todas partes: en el tren, en la tele, en la calle, en el trabajo, en el corrector ortográfico de mi procesador de texto, al que le tuve que empezar a agregar un montón de palabras en femenino. Empecé a señalar con un largo dedo a aquellos que soltaban frases misóginas, caían en prácticas discriminadoras, repetían costumbres no cuestionadas. Seguí entrevistando a trabajadoras, militantes barriales, luchadoras, médicas, especialistas en género, sociólogas. También me crucé con funcionarias a las que les basta mandar gacetillas de prensa con el remanido recurso de la “barra a” para hacer ver que no discriminan por género. Y conocí ONG que con la excusa de luchar por las mujeres reciben un financiamiento suculento de fundaciones y organismos internacionales. Ahí me di cuenta de que no todas luchamos por lo mismo. Y que vemos de una manera diferente cómo nos oprime el patriarcado. Entonces bajé el dedito y me empecé a preguntar cómo yo también era víctima o cómplice de muchas de las cuestiones que señalaba en otros y otras. Eso me obligó a tomar posición en algunos temas y me di cuenta de que lo que más me entusiasma es hacer notas sobre mujeres que la pelean desde abajo. Me gusta dar a conocer cuando un grupo de enfermeras denuncia que la maternidad de su hospital no da abasto, cuando las costureras clandestinas se organizan en cooperativas o cuando las campesinas no ceden sus tierras a los grandes sojeros. El sentimiento de haber hecho un pequeño aporte me inunda cuando, a través de una nota, una organización de mujeres de La Matanza se entera de que otro grupo lleva adelante una tarea similar a la suya en Jujuy y, en consecuencia, se ponen en contacto. Pero por más que el optimismo haya llenado mis pulmones, todavía no alcanza para diluir la sensación de espanto que me produce la naturalidad con que se recibe el festival misógino y homofóbico de la tele y de la calle. Después de haber hecho muchas notas, todavía sigo agregando palabras al corrector. A veces, al mirar alrededor, creo que Las12 es un oasis violeta en un descolorido mapa de medios. Y aunque un suplemento de género no vasta para cambiar las cosas, por lo menos sugiere que no estamos solas. Y ahí es cuando las cosas pueden empezar a cambiar.
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