Vie 02.05.2008
las12

VISTO Y LEIDO

› Por Liliana Viola

Juan Villoro
Los culpables

Interzona
121 páginas

Un mariachi, harto de su pesado sombrero, de recorrer rancherías, en fin, de todo lo que significa ser mariachi, se aviene a representar un personaje gay en película española. Todo por la atracción de una chica con pelo blanco, su preocupante debilidad y tema de terapia. Cierta escena de esa película, en la que aparece con una prótesis formidable, lo catapulta de un día para el otro a la categoría de héroe nacional, será considerado a partir de esa imagen fugaz como “el más macho mexicano”. Mientras que en su intimidad pasa a ser un auténtico minusválido, una indefectible desilusión y objeto de extorsiones de antiguas amantes.

Si la trama de este relato es de por sí disparatada, desopilante es el discurso de su protagonista, que con sus propias contradicciones y tono confesional desmantela los argumentos y los clisés del machismo más puro. “El mariachi” es el primer cuento de esta serie que incluye seis relatos más del escritor mexicano, autor también de las novelas El testigo (Premio Herralde) y Llamadas de Amsterdam.

Los personajes de estos cuentos comparten una genuina disposición para narrar sus vidas, los acontecimientos, intimidades. El registro de cada uno, siempre algo distante, en el sentido moral del término, forma parte fundamental de las historias. El ambiente de las ciudades mexicanas y el sentido de tránsito necesario que provocan van lanzando a los personajes a confrontar con aventuras no tan cotidianas. Siempre aparece por allí una cuota de disparate, de hipérbole, ya sea en el detalle o en la peripecia. En “Los culpables” el cuento que da título al libro, dos hermanos que parecen constantemente a punto de cometer un crimen se traicionan y se manipulan, sin llegar por eso a destruir en ningún momento el nexo que implican los lazos de sangre. Los personajes deambuladores de Villoro interpretan su vida, lo que leen, las películas que ven, lo que la cultura de masas les va dando como alimento. El sentido del humor o la traicionera ironía están siempre agazapados, aun en las situaciones más dramáticas.

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