Viernes, 30 de mayo de 2008 | Hoy
DEBATES
Con Feministas en todas partes. Una etnografía de espacios y narrativas feministas en Argentina, Laura Masson pone la lupa de la sociología sobre ese colectivo siempre un poco menospreciado –incluso como objeto de estudio–, pero que ha logrado permear en las sociedades las ideas que generaron los cambios más radicales en la vida cotidiana de las personas.
Por Verónica Engler
Que las feministas son una minoría, que son de clase media, con títulos universitarios e inclusive con doctorados en el extranjero. Estos fueron los calificativos más suaves que escuchó la doctora en antropología Laura Masson –directora del Programa Permanente de Estudios de la Mujer de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires, en Olavarría– cuando empezó a pergeñar la idea de centrar su mirada sobre las feministas.
¿Por qué podría ser relevante para las ciencias sociales estudiar a estas mujeres de posición acomodada?, le preguntaban, se preguntaba ella misma. “Me interesaba ver qué modelo femenino se puede rescatar en la historia política argentina”, cuenta Masson sobre las ideas germinales que dieron origen a su tesis de doctorado –realizada durante cuatro años en la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil–. Feministas en todas partes. Una etnografía de espacios y narrativas feministas en Argentina, que acaba de publicar la Editorial Prometeo. “Me parecía que las feministas no aparecen reconocidas, Eva (Perón) sí aparece en cualquier relato.”
La investigación de Masson analiza a las feministas en tanto militantes y al feminismo como un universo en sí mismo. Para acometer con su objetivo, Masson realiza un recorrido por las ideas y discusiones a partir de las cuales las feministas crean categorías para clasificar e interpretar la realidad, que les permiten reconocerse en una trayectoria compartida basada en experiencias comunes.
La idea, dice la antropóloga, era “poner al feminismo en el campo de lo político” para poder apreciar esa otra forma de hacer política que ha sido escuela para todas las mujeres que hoy se levantan en público y hacen escuchar su palabra.
En la investigación circunscribiste bastante tu campo de estudio: las feministas en tanto militantes, y no en otros roles, y el feminismo como universo en sí mismo, sin contraponerlo a otros como el Estado o la política androcéntrica.
–El feminismo es un tema sobre el que no se trabaja, hay muy poco escrito, porque no es un tema legítimo, es muy difícil legitimarlo por fuera de lo que son los estudios de género. A mí me interesaba poner al feminismo en el campo de lo político, no en el tema de género, porque si no las mujeres se quedan siempre en las cosas de mujeres, y no me parece que el feminismo sea sólo cosa de mujeres. Dentro de las ciencias sociales en general, dependiendo de las tradiciones de cada lugar, hay problemas que son más legítimos que otros. Si trabajás con pobreza o con indígenas, por ejemplo, esos temas a todo el mundo le parecen muy naturales. Cuando iba a reuniones de discusión, que es el control que se hace con los pares en la construcción de un problema de investigación, me decían: “pero ¿quién conoce a las feministas? Si no hay feministas”, “estas minas están locas”, “pero ¿cuántas son?”. No era un objeto legítimo. Me dio bastante trabajo poder presentarlo. Uno no existe por fuera de ese mundo, así que también tuve que ir en contra de mis propios prejuicios, me vi obligada a ir más allá de eso, a decir: “no son muchas; sí, son de clase media; sí, son blancas; sí, son universitarias, son educadas; pero me parece que vale la pena estudiarlas, ver esto desde un punto de vista sociológico, poder mapear ese campo y mostrarlo como acción política, que es lo que ellas dicen que hacen”.
–Me parece importante sobre todo para hacer un aporte al campo de los estudios sobre políticas. Me parece que la concepción de política que tienen las feministas está totalmente por fuera de la idea más hegemónica o de sentido común de lo que es la política, que tiene que ver con los partidos o con los movimientos sociales. Me parece que el feminismo hace un aporte muy valioso, porque es una manera de hacer política muy vinculada con la noción de persona, es una política muy radical en ese sentido, se hace política a partir de subvertir las categorías desde las cuales se entienden el mundo y la realidad. En la investigación utilizo la definición que da (Pierre) Bourdieu, la de subversión herética, que quiere decir que se hace política cuando se puede cambiar el sentido del mundo. Lo que se entiende hegemónicamente por política es un mundo masculino en el que las mujeres siempre aparecen en relación con los hombres, se las mira a partir de un parámetro masculino. A mí me interesa mirarlas a partir de lo que ellas mismas proponen. ¿Por qué medirlas en función de ese parámetro hegemónico cuando acá hay otra propuesta de política que puede ser entendida en sí misma, que produce cambios en sí misma y que está haciendo modificaciones en varios espacios, incluso del Estado? Precisamente, también es una mirada sobre el Estado en ese sentido, en el que hay partidos políticos, representatividad. El feminismo habla de otra forma de representatividad, de otra forma de hacer política y de otra manera de influenciar la propia sociedad, cuestiona también la distinción entre acción individual y acción colectiva. Eso es maravilloso, porque podés ser feminista estando sola, podés hacer una acción feminista sin pensar en el colectivo, no tenés que rendir cuentas ante el Partido para tomar una decisión. La acción colectiva y la individual no necesariamente se tienen que divorciar una de otra.
Lo colectivo no pasa necesariamente por un tipo de organización pautada, en la cual hay una representación reconocida y acordada. El feminismo no se entiende sin la dimensión internacional, y esa dimensión es colectiva de alguna manera, lo que no significa que para hacer acciones se necesite que estén todas las personas juntas en un determinado momento haciendo una manifestación. Aunque hay dimensiones donde lo colectivo sí se constituye de esa manera, por ejemplo en los Encuentros Naciona-les de Mujeres, o en los Encuentros Nacio-nales de Mujeres Feministas donde, de algún modo, esto se pone más de manifiesto. Pero después, lo colectivo también se juega a partir de reconocerse, por ejemplo, en el lenguaje, en la bibliografía. Hay categorías propias del feminismo que no las creó una persona, se crearon colectivamente, como “patriarcado” o “empoderamiento”. Entonces lo colectivo opera, pero no como forma organizativa necesaria a partir de la cual tengas que reconocerte para manifestarte. Vos te manifestás en tu lugar, desde tu espacio, pero con categorías y formas de percepción del mundo que son propias del colectivo. Ahí está la articulación de lo colectivo con lo individual. Y me parece que es bien interesante porque la oposición entre lo individual y lo colectivo atraviesa a todas las ciencias sociales. Y en ese sentido también se plantea la legitimidad del feminismo como problema sociológico, precisamente porque colectivamente es difícil ver a las feministas. En una manifestación, ¿cuántas son? Son cien. Entonces, como son pocas, no es relevante. Sin embargo, (el del feminismo) es un discurso que ha permeado toda la sociedad, son muchos los cambios que se han producido a través del feminismo, no necesariamente reconocidos como tareas que han hecho las feministas, precisamente por esta particularidad que tiene de no ponerse de manifiesto de la misma manera que otras expresiones que se consideran políticas. El feminismo plantea a través de una revisión interna de la propia historia, la idea de la rebeldía, de romper con lo instituido, con determinadas categorías y formas de representarse el mundo. Por eso no lo pienso como un movimiento social, me parece que “espacio social” es una categoría que puede, de alguna manera, contener mejor toda esta diversidad y toda esta singularidad del feminismo.
–Esto tiene que ver con dos nociones básicas dentro del feminismo, que son las de autonomía e igualdad. Tenemos una tendencia a ver el conflicto como algo negativo, cuando el conflicto puede ser parte de esa forma de funcionamiento. La manera de garantizar que sos igual, que sos autónomo, es, precisamente, confrontándote con el otro. Lo que sucede es que esos espacios de confrontación se privilegian en determinados momentos, y en otros momentos pasan a un segundo plano y se privilegia más un espacio de comunión. Es necesario pensar el conflicto a partir de esta noción de autonomía en la cual vos tenés tu propia palabra, tu propia opinión y la hacés valer, porque eso es lo que te muestra a vos como mujer autónoma, feminista.
–Sí, las diferentes categorías de acusación también sirven como categorías de reconocimiento. Acusás a alguien que reconocés en un punto como parte de tu mundo y como un igual, si no ni te preocupás por clasificarlo. Es un diálogo conflictivo. Estas son acusaciones y oposiciones que funcionan dentro del espacio del feminismo, por eso hay acusaciones que entran y acusaciones que no entran, por ejemplo la derecha no entra, vos no vas a acusar a ninguna feminista de ser de derecha, porque si es de derecha no es feminista, es excluyente. Hay acusaciones que son excluyentes y hay acusaciones que son inclusivas, se dan esas dos cosas.
–La jerarquía es una palabra casi prohibida desde el feminismo porque es un movimiento igualitario. Para mí, la igualdad es como una especie de ilusión. Pero, no es lo mismo una organización que se plantea desde el vamos como jerárquica a otra que pretende ser igualitaria. La que pretende ser igualitaria va a enfrentar determinados problemas, son los problemas de las diferencias y de ciertas jerarquías, es muy difícil pensar en que no hay jerarquías. Lo que sí hay es todo un trabajo corporal, espacial, de uso de la palabra, hay toda una regulación en la organización que es tendiente a la igualdad. Capaz que la igualdad no se logra en la práctica, pero es un valor que se sostiene. Dentro del feminismo sí hay jerarquías, hay cacicazgos, lo que pasa es que se regulan. Entonces, en ese sentido, lo que hice fue tomar dos nociones de igualdad: la igualdad como equivalencia y la igualdad de orden, que aparecen jugando en distintos momentos. Hay un momento que es de igualdad en el cual se construye la causa, se habla en nombre de las mujeres, y ahí se construye una igualdad de equivalencia: somos todas iguales por pertenecer a una misma clasificación. Después está la igualdad de orden, y es ahí donde surge el conflicto, porque es cuando una dice algo y la otra le contesta porque “mi palabra vale tanto como la tuya”, y ahí es donde ves interactuar con mayor vehemencia a las que son como líderes del feminismo, a las que llaman las “vacas sagradas” o las “feministas viejas”. Ahí es donde “nadie habla más alto que la otra”, es una manera de demostrar la igualdad: “somos iguales, porque vos no sos más que yo ni yo soy más que vos”, ahí aparece el conflicto para resolver el tema de que no tiene que haber jerarquías. A mí me parece importante hacer esa distinción, porque si no parece que las feministas son contradictorias porque dicen que son todas iguales y sin embargo hay jerarquías y también se pelean. Sí, se pelean y hay jerarquías, porque hay diferentes nociones de igualdad. A mí me parece fascinante el feminismo precisamente en esas pequeñas cosas que nadie ve. Es como una escuela política, en esos espacios las mujeres aprenden a hablar, a hacer uso público de la palabra, que es algo absolutamente masculino.
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