MIGRACIONES
Hasta fin de mes puede verse una muestra de fotos que visibiliza a las inmigrantes italianas que, a la sombra de algún varón, desembarcaron aquí hace 100 años. Un recorrido que se empeña en cerrar el círculo con tantas mujeres que hoy buscan en itinerarios inversos –diseñados por sí mismas, sin que sobre ellas se proyecte más sombra que la expulsión de los países de destino– un futuro posible para ellas y sus familias.
› Por María Mansilla
¿Por qué Calle 13? ¿Por qué no suena, mejor, otra música? Una cancioneta, una tarantela. ¿Será que sintonizaron una FM cualquiera? Qué hace, si no, el reguetón en un agasajo como éste, la muestra Miradas de luz dedicada a las “protagonistas de la aventura que fue la inmigración italiana en la Argentina desde mediados del siglo XIX, a ellas que no siempre decidieron y cuya condición hacía que estuvieran relegadas a segundo plano”. Esto se lee al entrar al salón de exposiciones Corporación Buenos Aires Sur ubicado bajo la autopista, Bolívar 1268, San Telmo.
Entre 1870 y 1950 llegaron a nuestro país 2.500.000 italianos: 500.000 eran mujeres. En 1914 casi el 30 por ciento de la población argentina era extranjera; ellas pronto fueron el 10 por ciento de la población femenina porteña. Casi nunca viajaban solas. Venían como hermanas, hijas, esposas, incluso prometidas: llamadas luego de casarse mediante un poder. “Vinimos con necesidad de progreso, de dejar atrás años de inestabilidad –dijo María Herminia Mónaca Alesina de Rizzoti, una de las protagonistas de esta aventura oceánica, según el libro Mujeres Inmigrantes: Historias de vida–. Estábamos dispuestos a alcanzar esta tierra de la que se hablaba en Italia como de promisión y trabajo.”
Vinieron escapando de la guerra, víctimas de persecuciones políticas, exiliados económicos. Traían todo lo que podían: los regalos de casamiento, las tijeritas de bordado, las ollas, las máquinas de coser. Atraídas por historias que afirmaban que esta era la tierra de las vacas, de la leche, del trigo, del pan. “Los chicos esperábamos algo fabuloso, la abundancia. En Vicenza decían que en la Argentina había árboles que daban chocolatines y que las bicicletas nuevas se encontraban abandonadas en la calle”, contó Gigliola Zecchin en Yo, italiana.
Muchas se instalaron en La Boca, esa bahía tan parecida a la Liguria. Las que tenían que salir a trabajar, trabajaban como mucamas, lavanderas, cocineras, planchadoras, colchoneras. Luego encontraron un lugar en las grandes fábricas, principalmente en textiles como Alpargatas y Grafa. La mano de obra femenina inmigrante llegó a superar en un 25 por ciento a la local. Por entonces, ya ganaban menos que sus compañeros varones. Entonces, muchas participaron en las reivindicaciones sindicales. Desde el periódico Tribuna femenina, Carolina Muzzilli, hija de italianos, hablaba de derechos laborales y denunciaba la explotación infantil. Por su parte, Julieta Lanteri –la primera italiana en graduarse en la universidad, se recibió de médica– agitaba conciencias por el voto femenino.
Muchas de ellas fueron, seguramente, las que empuñaron sus armas en la recordada “huelga de las escobas”, cuando mujeres inquilinas de 500 conventillos de Barracas y La Boca protestaron contra el altísimo costo de los alquileres y el hacinamiento en el que vivían. Su arma era la escoba y su blanco, barrer a los caseros. No obtuvieron demasiado: por entonces regía la Ley 4144, conocida como Ley de Residencia, que deportaba a quien perturbara el orden público y su poder arbitrario la volvía un gran obstáculo para la lucha de los trabajadores.
Lejos de los conventillos, otras familias saltaron del barco al tren, del tren a la tierra prometida: las colonias agrícolas para las cuales habían sido contratadas en Europa. Y como tantas veces lo escuchamos: aquí, en “la Merica”, resultó que no había chocolates en los árboles ni bicicletas nuevas tiradas por ahí. Ni campos ni trigo ni leche. Puro monte. “El viento era muy fuerte. Cuando llegué y vi una nube de tierra me quise morir; era una desolación. En una oportunidad corría el viento tan fuerte que se llevó hasta las gallinas y los patos. El agua la teníamos que ir a buscar a 4 km, era muy salada”, relató Vittoria Irene Mion en el Congreso de Historia Regional sobre La presencia de los italianos en la Patagonia.
Vittoria vio cómo el viento se voló su producción en Colonia Regina, donde precisamente en la década menemista sus “nietas” pelearon por evitar que les rematen los campos, ahorcadas por los créditos y la baja rentabilidad del sector, y se sumaron a la agrupación Mujeres en Lucha. En el campo, cuentan, allá lejos y hace tiempo además de contribuir a la agricultura familiar pronto las mujeres se convirtieron en enfermeras, parteras y profesoras de idiomas a puro trueque: recibían gallinas y verduras a cambio.
La mayoría de estos relatos están exhibidos en la muestra mencionada más arriba. Bajo el nombre Las migraciones entre Italia y América latina ayer y hoy: el rol de la mujer, la ONG Istituto di Cooperazione Economica Internazionale (ICEI) de Italia continúa trabajando en la educación para el desarrollo en los países del sur del mundo, como nos llaman. Entre otras actividades, se realizó el seminario Migraciones laborales y estudios de género: una perspectiva comparativa entre Italia y América latina.
“El objetivo también abarca un programa a realizar en Italia, para que la sociedad italiana sea capaz de revivir su pasado como inmigrante para tener una actitud más positiva hacia los inmigrantes de hoy”, espera Alicia Bernasconi, secretaria general del Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (Cemla) y coordinadora de dicho seminario. “Es una preocupación hacer entender que el inmigrante de hoy es parte de nuestra propia historia; los mueven las mismas necesidades, las mismas inquietudes”, agrega Bernasconi.
Cuando casi se termina de recorrer Miradas de luz, las fotos en sepia desembarcan en otras, en otras imágenes que cargan la prepotencia del tiempo presente. “Sueño con cruzar el-me-ri-dia-no”, dice la letra, entonces cobra sentido que, efectivamente, sea de Calle 13 la música que suena bajo la autopista. Ya no más familias posando con telones pintados de fondo (y los más chicos que siempre salen movidos), ni novias de negro ni ejércitos de mujeres con ropa de trabajo; las fotos muestran ahora a una mujer envuelta en un aguayo, a una flaquita oriental con melena desflecada, a una chica de rasgos caucásicos trabajando la arcilla. ¿Son ellas sus herederas?
Ambas generaciones de mujeres migrantes se vieron forzadas a expatriarse buscando escapar de la inestabilidad, con necesidad de progreso. ¿Eso las emparienta? “Vamos por debajo de la tierra como las ardillas / yo vo’a cruzar la muralla / yo soy un intruso con identidad de recluso / y por eso me convierto en buzo / y buceo por debajo de la tierra / Pa’ que no me vean los guardias y los perros no me huelan / Abuela no se preocupe que en mi cuello cuelga la virgen de la Guadalupe...”, cantan los puertorriqueños.
“Quizá nos parecemos un poco en el trabajo. Porque si hacemos historia, vemos que las que bajaron de los barcos fueron las mujeres pobres de Europa”, relaciona Natividad Obeso, peruana, al frente de Amumra (Asociación de Mujeres Unidas Migrantes y Refugiadas en Argentina). Y pronto cuestiona: “Pero ellas tuvieron otros privilegios. En el momento de bajar del barco tuvieron el Hotel de Inmigrantes, recibían un documento. Cómo vivió la migración europea, eso queremos visibilizar a nivel mundial frente a esta nueva directiva europea”.
“No hay ningún parecido entre aquellas mujeres y las que migran hoy –sentencia María Inés Pacceca, antropóloga de la UBA, consultora de la OIM (Organización Internacional de las Migraciones)–. El único parecido es que son mujeres. En la migración de ultramar, la que llegó de Europa, las mujeres no eran migrantes autónomas. Las de ahora, en cambio, son cabeza de migración, o sea que son la primera persona de la unidad doméstica que emigra. Muchas veces, incluso, lo hacen en cadena con otras mujeres. Es decir, tienen una hermana, cuñada o amiga que las asiste. La mayoría son jefas de hogar. En el caso de las mujeres con hijos, uno de los dispardores de la migración es una ruptura conyugal y la necesidad de proveer un sostén para la familia.”
Las mujeres suman la mitad de los 95 millones de personas que migran, en todo el mundo, según calculó el Fondo de Población de Naciones Unidas. Son las protagonistas de la llamada feminización de las migraciones, una manera de mirarlo que no surgió de las grandes instituciones para brindarles contención sino del movimiento de mujeres estadounidenses que en los años ’70 promovió estudiar su fisonomía, su valor, sus urgencias.
De este lado del continente, Argentina sigue siendo un destino que promete algo así como abundancia, aunque no tanta como mientras estaba vigente el plan de convertibilidad. Ni el puerto de Génova ni el de La Boca son lo que fueron; hoy las inmigrantes zarpan de terminales de ómnibus de Perú, Bolivia y Paraguay, principalmente. Es sabido que las paraguayas empezaron a llegar por cuenta propia, digamos, hace 50 años. Las bolivianas y chilenas, en los ’70. Las peruanas, en los últimos 10 años. Tienen entre 20 y 40 años, están en plena edad productiva. Incluso entre las que llegan de más lejos, como la ex Yugoslavia o la ex Unión Soviética, se mantiene esta tendencia. La excepción la imprimen los miembros de la comunidad china: primeros, los hombres.
Bernasconi comparte los datos que manejan en el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (Cemla): aunque comenzó a ser visible en las últimas décadas, siempre hubo en nuestro país exiliados de los países limítrofes y, como hoy, siempre representaron más o menos el 3 por ciento de la población. A su vez, de todos los extranjeros que viven en la Argentina, el 70 por ciento nació en países de este continente.
“La gran diferencia entre la sociedad receptora de inmigrantes del 1900 y la del 2000 es que, en aquel entonces, había una gran demanda de trabajadores, el país estaba en pleno crecimiento”, retoma Alicia Bernasconi, del Cemla. Detalla las herramientas que el Estado puso a disposición para facilitar la integración social: la educación pública y una ciudad –Buenos Aires– abierta, dispuesta. Su enumeración pone en contraste la situación actual. Bernasconi agrega otra diferencia: “En la discriminación a los inmigrantes hay un sesgo racista muy claro”.
Ellas ponen cuerpo y subjetividad a las cifras que cuentan que en Argentina el 80 por ciento de las mujeres trabajadoras del hogar son migrantes. Hacen trabajos relacionados con la industria, con los servicios –como cuidadoras de niños y de gente grande–. La mejor de las veces emprenden comercios propios. La peor: el 70 por ciento de las víctimas de la trata para explotación sexual son latinoamericanas.
Si son cada vez más las que dejan todo y se vienen, ¿será que por fin pueden hacer incidencia política en los países adoptivos para mejorar su situación? Los ámbitos donde las migrantes sí lograron hacerse escuchar corresponden a la lucha contra la burocracia por obtener documentación, en la agrupación comunitariamente, en lo relacionado con la salud y la educación de sus hijas e hijos y en el impacto que generan en las economías de los países que dejaron (por envío de remesas) y adoptivos.
Las organizaciones que hablan en su nombre pelean por el cumplimiento de sus derechos lejos de la victimización: muchos de esos derechos son los que están escritos en una ley de migraciones (la 25.8719) que fue sancionada en el 2004 y todavía no ha sido reglamentada. “Ofrece a los migrantes el goce de derechos que la constitución argentina garantizaba a los inmigrantes europeos de fines del siglo XIX y principios del XX, pero su aplicación está todavía lejos de ser automática”, explica Bernasconi.
La ley mencionada y la Convención de los Derechos de los Trabajadores Migrantes son una conquista que se atribuye al ya conocido Tribunal Internacional de Mujeres Migrantes que organiza cada 8 de marzo Amumra. Pronto se viene el tercero. En este tribunal simbólico las mujeres migrantes dan testimonio de sus vivencias de todos los días: explotación laboral, abuso policial, violencia familiar.
“Con los tribunales logramos visibilizar el tema de la explotación laboral y concretar esas herramientas legislativas. Estamos luchando para que desde el gobierno se generen programas de atención al migrante y defensorías”, dice Natividad Obeso. Reconoce el mérito: “Todo lo logramos por la perseverancia que pusimos. Cuando empezamos con estos proyectos, me acuerdo, hacíamos 60, 70 llamados diarios a Casa de Gobierno hasta que fuimos escuchados, al fin”.
En este instante, alguien está llegando al país, está ilusionándose con un aviso engañoso, está siendo tentado por alguna mafia de trata de personas, está despidiéndose de su familia y de sus amigos, saltando sus propios muros y los muros de los otros, está cerrando la puerta de su casa sin saber si podrá salir o si algún día va a poder volver. A ellas y ellos les canta esa canción que pone la piel de gallina dedicada al que no tiene identidad, al que llegó sin avisar, nómades sin rumbo, sin brújula, sin tiempo, sin agenda, inspirado por leyendas, sin comodidades, sin lujo, protegido por los santos y los brujos, y con un mismo idioma sacudir todo el planeta. En la grabación en vivo, desde la tribuna alguien grita: ¡Latinos stand up!
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