IN CORPORE
› Por Soledad Vallejos
“A pesar de la crisis económica y social del país, la industria del fitness no ha parado de crecer. El 2007 cerró con un movimiento de facturación cercano a los 700 millones de pesos y, sumando a esta cifra el movimiento que generan los proveedores de la industria del wellness, se asegura un crecimiento sin precedentes” para los números finales de 2008. Los hurras son lanzados por las empresas del sector porque, créase o no, semejantes números corresponden a la Argentina y son, en realidad, bastante cautos, porque han sido calculados sólo en base al valor promedio de las cuotas de los gimnasios (estimadas, para la ocasión, en 48$; es de suponer que algo más elevadas en los últimos tiempos). ¿Parece algo menor? Bueno, no lo es tanto.
En Argentina existen cerca de 4500 centros deportivos, y alrededor de 1.125.000 personas están inscriptas y participan activa y constantemente (vale decir, no por temporadas, no necesariamente en los inicios de la construcción de la belleza estacional primavera-verano) en gimnasios o clubes. La vida del sector parece eterna por no ser novedad en el paisaje urbano como sinónimo de amoldamiento a cánones al uso (no hay más que recordar la fiebre del fitness que se desató en los ‘80, películas con danzarinas esforzadas y esbeltísimas mediante): mujer –se sabe– se hace, y si para ello es preciso recurrir a las técnicas gimnásticas tradicionales y no tanto, y también sumarle los beneficios de novedades tecnológicas, bienvenido sea. El rubro no se detiene: de acuerdo con la revista Mercado Fitness (sí, una revista especializada, por algo se trata de un sector que puede entenderse en tanto industria; hay más emprendimientos asociados, como Cuerpo y Mente en deportes, Fitness Mujer y Management deportivo; listar sus sucedáneos en el cable o Internet sería extensísimo), el 50% de los gimnasios argentinos tiene menos de cinco años de existencia; un tercio de ellos se concentra en la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. No hay datos concretos, pero se estima que la mayor parte de los 250 socios que, en promedio, ostenta cada establecimiento está conformado por mujeres. Claro que la gimnasia, entendida como adecuación social, está lejos de ser deporte, en el sentido de desarrollo físico, competencia y fortaleza.
En una sociedad que define cada vez más fuertemente los términos de la ciudadanía por los consumos que franquean el acceso a la identidad, los gimnasios venden la ilusión del cuerpo adecuado y la promesa de un esfuerzo a la medida de los deseos de la consumidora: intenso para las sacrificadas, medio para aquellas que sólo buscan sumar un item en la libreta que las acredite como mujeres modernas, bajo pero sofisticado para las perezosas que volvieron furor las sesiones de pilates –recordemos que el boom las promocionaba como de alto impacto y bajísima dedicación–. Eso por no mentar la pertenencia y los modos de socializar propios de un submundo en el que el cuerpo acicalado y moldeado con persistencia es algo más que un bello vehículo para moverse por la sociedad, para convertirse en el modo mismo de estar en el mundo.
Y hablando de mundo: la reproducción constante de billetes que logra la gimnasia es un fenómeno global. De acuerdo con un estudio de Ihrsa, en 2008 el sector facturó más de 600 mil millones de dólares (y creció un 10% en sólo doce meses).
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