Vie 15.08.2008
las12

SALUD

Relaciones íntimas: salud y derechos humanos

Durante la conferencia internacional de sida que se llevó a cabo la semana pasada en México, no sólo hubo números alarmantes para la situación de mujeres y jóvenes, sino que volvió a ponerse el foco en el viejo tema de la discriminación y el estigma. La infectóloga argentina Mabel Bianco resume algunas de las conclusiones más relevantes para nuestro país.

› Por Roxana Sandá

Aids 2008 se destacó por ser la segunda conferencia internacional de sida más grande de la historia, pero sobre todo por tratarse de la primera que se realiza en un país de América latina, donde el estigma, la discriminación y la negación de derechos representan los principales obstáculos para la expansión de los tratamientos antirretrovirales y la prevención. No resulta casual entonces que éstas fueran las principales conclusiones que cerraron el encuentro y que la médica infectóloga argentina Mabel Bianco, titular de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (Feim), que participó del encuentro en México entre 24.000 participantes provenientes de unos 190 países, reinterpretara como “la necesidad de volver a conectar la salud pública y los derechos humanos”. Y en el caso particular de la Argentina, orientar esos ejes hacia un ejercicio de actualización permanente de derechos de las mujeres y niñas.

Esta edición de la Conferencia tuvo pocas novedades médicas.

–Pero hubo muchas del orden sociopolítico. En principio, se trata de la primera conferencia que se realiza en América latina, con todas las dificultades existentes en la región para hablar de estas cuestiones. Sin embargo, todos los participantes coincidieron en que se debe trabajar contra la homofobia y contra la discriminación a la orientación sexual y al trabajo sexual. Lo más interesante fue que se pronunciaran de esta manera en un país conservador y con fuerte presencia de la iglesia católica.

¿Qué volvió a instalarse en el centro de la escena?

–Un sentido de reivindicación. Se volvió a poner en el centro del vih los derechos humanos y particularmente los derechos de las mujeres. Cuando arrancó la epidemia, uno de los médicos pioneros, Jonathan Mann, primer director del programa sobre sida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), planteó como excluyente la consideración de los derechos humanos. Sostenía que las comunidades más afectadas por la enfermedad resultarían las más discriminadas. Por tanto, además de la cura, debía promoverse que no se discriminara.

Sin embargo, los logros científicos fueron casi excluyentes de otras perspectivas sobre la epidemia.

–Los avances terapéuticos de mediados de los noventa hasta 2000 marcaron que, si bien no aún existe la cura, puede lograrse que la gente viva, y bien. De alguna manera, esto provocó que en la medicina tradicional, y sobre todo entre los profesionales de la salud pública, se empezara a decir “no tantos derechos humanos y más salud”. Los salubristas de Latinoamérica tienen la teoría de la obligatoriedad de las vacunas. Esas medidas los dejan tranquilos, pero no necesariamente son cumplidas por las poblaciones. Por fortuna, en el encuentro se dejó claro que “salud pública o derechos humanos” es una falsa opción.

¿La Academia se pronunció en ese mismo sentido?

–Por primera vez la gente de Harvard, de la Liga canadiense de Derechos Humanos, siempre tan metidos en la conferencia científica, participaron en las discusiones de la aldea global, el área de discusión de las organizaciones no gubernamentales dentro del encuentro. Terminaron presentando un petitorio de diez puntos sobre derechos humanos y lo avalamos unas 600 organizaciones no gubernamentales. Creo que fue un hito.

¿Qué otras declaraciones de importancia se realizaron?

–Ministros de Salud y de Educación de cada país o sus delegados se reunieron para rediscutir propuestas y consensuaron una declaración que promueve la educación sexual para los jóvenes, algo que para la Argentina puede resultar de menor relevancia por considerarnos adelantados al tener una ley en esa materia, pero no es menos cierto que nuestra ley todavía no se está implementando; va más lenta que un tranvía a caballo. De paso, cabe aclarar que en representación de la Argentina no asistió ningún funcionario de peso.

¿Cuáles fueron los capítulos dedicados a las mujeres?

–Lamentablemente, aún está todo muy disperso. Pero se reconoció que las mujeres frente al sida no representamos solamente casos relacionados con el trabajo sexual ni con la prevención de transmisión madre-hijo. Aclarado esto, destaco que en esos puntos también hubo avances. Se planteó que el trabajo sexual debe ser respetado y reconocido, y se lo diferenció de tráfico. Y en cuanto a la transmisión madre-hijo, se valoró la urgencia de que se reconozca del derecho de las mujeres a un ejercicio mayor de sus derechos sexuales y reproductivos, a la prevención y al tratamiento del vih.

¿Qué situación intentó visibilizar desde su participación en la Conferencia como médica y como presidenta de Feim?

–Hicimos una sesión sobre mujeres que tienen sexo con mujeres y la invisibilidad en la epidemia. Y creo que empezamos a patentar esa posibilidad de abrir el tema de la bisexualidad y el virus. Hay una cantidad de mujeres que no se identifican como lesbianas y tienen relaciones sexuales con otras mujeres. Están invisibilizadas porque se sostiene que aquellas que tienen sexo con mujeres no corren riesgo, cuando en realidad muchas viven en la marginalidad o mantienen relaciones estables con varones o, al ser identificadas por su bisexualidad, muchas son especialmente abusadas por los varones. Representan un grupo de riesgo importante al que por ahora no se le da ninguna atención.

¿Qué se dijo sobre la feminización de la enfermedad?

–Es una realidad sobre la cual Naciones Unidas dice un sí pero no, pero en verdad está invisibilizando el problema. Es cierto que según se enfoque la epidemia desde el punto de vista de los casos de sida, todavía predominan los hombres, pero si se observa su crecimiento, es decir, las nuevas infecciones, se descubre el aumento marcado de la feminización en muchos países. En el caso de la Argentina el número creció en registro. La última revisión que efectuó el programa Onusida marca ese aumento desde el 2000. Abarca grupos de chicas de 15 a 24 años, que tienen relaciones precoces, en su gran mayoría forzadas.

¿Se cuestionó la actuación de los servicios de salud?

–En la Conferencia se habló de los servicios de salud pública y su mejoramiento, pero debió hacerse mucho hincapié en la estigmatización. Bill Clinton fue orador en una mesa sobre servicios de salud y vih-sida. Dijo que esas áreas están mejorando, y habló del trabajo que realiza la fundación que representa en Africa, Europa del Este y Asia. Pero trazó un cruce particular entre los servicios de salud y la desigualdad de género que afecta a las mujeres y a algunos grupos de minorías sexuales: remarcó que la discriminación alimenta la epidemia y que por tanto debemos hacer algo, porque por más mejoras que brindemos a los sistemas de salud, las personas más afectadas nunca llegarán a las salas de atención sanitaria mientras sean discriminadas.

¿Algunos de los estados participantes propusieron generar áreas destinadas exclusivamente a las mujeres, más allá de los programas de lucha contra el sida?

–Algunos abogaron por crear una nueva agencia de las mujeres en Naciones Unidas. Eso se expuso en el marco de este encuentro porque México apoya la creación de una estructura fuerte de género. Y el médico canadiense Stephen Lewis dijo que así como hay un Unicef, debería haber una agencia con mucho dinero para trabajar por la igualdad para las mujeres y las niñas.

Uno de los puntos más sensibles de la Conferencia fue la discusión sobre la criminalización del virus.

–En Africa, por ejemplo, se aprobaron cantidad de leyes que criminalizan la transmisión. Muchas de las mujeres de esa región lo aceptaron porque el virus es transmitido por sus parejas estables. Esto sumado a la infinidad de desigualdades que padecen las mujeres de ese continente por parte de los hombres. Pero ahora están reconociendo que la criminalización del virus es una barbaridad que no puede avanzar.

¿Cómo deberían convivir las sociedades con esta enfermedad?

–Se planteó la posibilidad de comenzar a hablar de la “normalización” del sida, pero hay quienes pensamos que aún no es tiempo. En los países existen cargas muy fuertes de discriminación; millones de personas no logran acceder a terapias antirretrovirales. En la Argentina, cada cinco personas que se infectan, sólo una comienza el tratamiento. En toda América latina, la discriminación impide que el sida sea considerada una enfermedad normal. Y además no hay una cura definitiva.

¿Qué cuadro de situación se expuso sobre vih-sida en la Argentina?

–La mayoría de las voces fueron de las organizaciones; prácticamente no hubo declaraciones del Gobierno. Se resaltó que hay tratamiento disponible, pero que debe enfatizarse la prevención. Y la educación sexual es un compromiso que no se está cumpliendo. Se ha comprado mucho preservativo y se distribuye, pero no se sabe bien a quiénes. Hay que orientar esta distribución a grupos con vulnerabilidad incrementada. Es muy fuerte la discriminación sobre las poblaciones transgénero y travesti, que reclaman les sea permitidos el uso del nombre elegido en las salas de atención sanitaria, para no ser derivadas a los servicios de hombres. Precisamente, esas comunidades no acuden a los servicios por la discriminación que sufren. Representantes de las trabajadoras sexuales también exigieron controles sanitarios voluntarios y no forzados como se realizan en la actualidad, en las provincias donde circula la libreta sanitaria.

La violencia de género es otro aspecto grave que se relaciona con el sida.

–Fue otro de los reclamos sonados. Se pidió la aplicación urgente de un protocolo para víctimas de violencia sexual, para prevención del embarazo adolescente con la anticoncepción hormonal de emergencia y profilaxis posexposición para el sida. Hubo muchas críticas acerca de que los servicios de salud sexual y reproductiva no entienden o no incorporan la atención a mujeres que viven con vih.

¿Por qué cree que la presencia del Gobierno fue tan pobre?

–Fue una pena no tener autoridades con quienes dialogar. Las asociaciones de profesionales y las organizaciones de la sociedad civil tuvimos que conformarnos con hablar entre nosotras. Desde los ministerios de Salud y de Educación no hubo decisión de participar en la Conferencia. Los pocos que estuvieron no tenían poder de decisión de políticas públicas. Aquí, todo el mundo hizo mutis por el foro. Es cierto que nunca hubo mucha agenda política que digamos para estas cuestiones, pero este año hubo menos que nunca. Creo que es para pensarlo y para preguntar por qué.

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