LITERATURA
El espacio de la infancia y el gusto del pueblo natal donde siguen rondando las mágicas palabras de Olga Orozco son motivo de un documental y de un intenso anecdotario que hoy, cuando se cumple otro aniversario de su muerte, se despliegan como homenaje en la Casa de la lectura.
› Por Verónica Engler
“Había una vez una casa (no) Había en un tiempo una casa (no) Había en varios tiempos varias casas que eran una sola casa. ¿Era realmente una casa o era un espejo fraguado por los tres tiempos de modo que cada uno era la consecuencia y el motivo del otro?” A esa casa, que no era una, volvía y de ella se iba una y otra vez la poeta Olga Orozco, esa giganta de las letras argentinas que tuvo su punto de anclaje en Toay (en la provincia de La Pampa, a 11 kilómetros de Santa Rosa), un pueblo lleno de médanos y tamariscos y cardos rusos que ruedan con el soplo de un viento temerario, como en las películas del Far West. Ese lugar, en donde pasó los primeros ocho años de su vida, es el territorio prodigioso donde abreva buena parte de su escritura.
Las palabras de “Había una vez”, uno de los textos de La oscuridad es otro sol (su primer libro de narraciones), marcan el comienzo del documental homónimo sobre la infancia de Orozco que se proyectará hoy en Casa de la Lectura (Lavalleja 924) en homenaje a la poeta que moría hace justo nueve años, el 15 de agosto de 1999.
Extraña la situación en la que se encuentra la obra de esta escritora –ganadora del premio del Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo y considerada una de las voces más altas de la poesía nacional–, ya que sus libros se encuentran en su mayoría descatalogados o completamente agotados y sin reediciones a la vista.
“La infancia de Olga en Toay, su familia, su casa, los personajes del pueblo y el paisaje signan su obra”, señala Juliana Rodríguez Poussif, una de las realizadoras del documental –junto a Albertina Sales y Silvio Tejada, los tres artistas pampeanos, como la propia Orozco–. “En toda su obra poética, su niñez está implícita y explícitamente evocada, contada, cantada, transcripta. Olga Orozco nunca dejó de ser esa niña”, explica la cineasta, ferviente admiradora de su comprovinciana.
El inicio del texto “Había una vez” está dado por la llegada de Olga a Toay, a esa casa, a esa familia, que será la suya. Es su propio nacimiento el que narra la poeta. “Todavía no sé hablar; cuando aprenda habré olvidado el camino por donde vine”, evoca el pasado, conjura el futuro. Luego vendrá la certeza de saberse una de las sobrevivientes, junto a sus dos hermanas –Laura y María de las Nieves, en sus carnaduras literarias–, de los seis vástagos de la familia: dos hermanitas muertas de pequeñas antes de su llegada y Emilio, que murió a los 19 años de tuberculosis. A ese hermano ido es al que le dedicará “Para Emilio en su cielo”, uno de los poemas que brillan en Desde lejos (1946), su primer libro.
“Los relatos de Olga están escritos no desde una visión de su infancia sino desde un regreso desde el porvenir”, comenta el odontólogo Luvi Díaz Maison, amigo entrañable de los últimos años de la poeta, que se encargó amorosamente de embalar los más de cuatro mil libros que Orozco atesoraba en su departamento porteño para transportarlos luego de su muerte hasta la Casa de la Cultura de su pueblo natal.
Díaz Maison, al igual que Orozco, nació en Toay y siguió un periplo similar al de ella. Primero Bahía Blanca y luego Buenos Aires. En la capital ambos ingresaron en la universidad y la amistad que cultivarían en años venideros los acechaba todavía sin insinuarse. Esa “relación maravillosa”, como la describe el amigo memorioso, nació en 1994, cuando se reunieron en Toay durante los festejos del primer centenario del pueblo.
Pero la vida de Orozco estuvo ligada desde el principio a la de su futuro amigo. “Mi abuela Encarnación le había salvado la vida. La curó de un empacho cuando era muy chiquita”, cuenta sobre esa mujer grandiosa, capaz de exorcizar cualquier enfermedad, que aparece retratada en “Unas tijeras para unir”, también de La oscuridad es otro sol. “Encarnación siempre estaba muy presente, porque para Olga era como un refugio de todos los males. Ella decía que cuando tenía una encrucijada, que se sentía muy mal, la nombraba y todo se solucionaba.”
Díaz Maison tenía las llaves del departamento de la calle Arenales, en Barrio Norte, que Orozco le había ofrecido para evitar tener que bajar desde el noveno piso cada vez que su amigo venía o se iba de esas visitas placenteras que acostumbraba realizar cada fin de semana. Antes de partir hacia Banfield, apenas cerraba el portón del edificio, Díaz Maison escuchaba la voz de su amiga a través del portero eléctrico que le decía: “Luvi, que la virgen y tu abuela te acompañen”.
Cuenta Rodríguez Poussif que comenzó a relacionarse más fuertemente con la obra de Orozco en Barcelona, donde vivió algunos años antes de filmar el documental (2002-2003). Allí se sorprendió al ver que su comprovinciana era consideraba una inmensa poeta, con una obra inconmensurable en intensidad y profundidad. Por ese entonces, la autora de También la luz es un abismo y de Relámpagos de lo invisible no tenía muchos lectores en su tierra natal. “Era conocida en ámbitos muy específicos, pero no como una de nuestras poetas referenciales –recuerda Rodríguez Poussif–. Por ser considerada ‘metafísica’ y no telúrica, justamente, en estos mismos ámbitos, muchas veces no fue legitimada, sin entender que la obra de Olga Orozco es La Pampa, cuenta La Pampa”. Este hecho, a sus ojos injusto, sumado al enamoramiento incondicional que siente por la obra de Orozco, lanzaron a Rodríguez Poussif a la aventura cinematográfica de narrar los primeros años de la vida de la poeta, durante los cuales comenzó a urdirse ese entramado de imágenes y sensaciones singularísimas que cifraron su visión poética de la realidad, del mundo, de la vida y de la muerte.
Uno de los aspectos de Orozco que más cautivaron a la cineasta a la hora de encarar el proyecto documental fue “esa manera cíclica de ver la vida, su desafío constante al tiempo, la convivencia de todas sus edades en su presente, su capacidad lúdica, la vividez que tiene la niña que fue y la que sigue siendo”.
¿Habrá sido la poeta, como sugirió una de sus hermanas, producto de un primoroso huevo incubado por la enana del circo del pueblo en un árbol del jardín familiar? Horror sin igual le produjo esa hipótesis de origen espurio que suponía su llegada previa a la de sus padres que, ya adulta, resguardaría en unas piedritas (de los lugares de origen de ambos, de Sicilia la de él, de San Luis la de ella) que apretaría fuerte para atraer sus espíritus a la hora de escribir.
“La pequeña Lía (alter ego de Olga) va renovando hechos y vivencias –acota Diaz Maison–, encuentros del pasado colmados de asombro, de visiones, de asechanzas, de temores, de sucesos extraños, de magia y fantasía, donde el juego está siempre presente.”
Esta viajera del tiempo, de tanto en tanto, necesitaba aclarar: “Soy por lo que fui y fui por lo que soy”. Porque su infancia, decía, había crecido con ella.
Hoy a las 19 hs. se llevará a cabo el Homenaje a Olga Orozco (en el aniversario de su muerte) en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924, Capital Federal, con entrada libre y gratuita. Se proyectará un recital que dio la poeta en vida y el documental sobre su infancia Había una vez, filmado en Toay (Santa Rosa) y Buenos Aires, con dirección, guión, fotografía y montaje de Juliana Rodríguez Pousiff. También habrá una performance teatral-poética Relámpagos de lo invisible, de y por la actriz Fabiana Rey, con dirección de Nora Lezano. Y finalmente hablarán sobre su obra Ivonne Bordelois, Luisa Peluffo, Miroslav Sheuba y Luvi Díaz Maison.
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