Viernes, 22 de noviembre de 2002 | Hoy
MUSICA
A los 43 años, Claudia Puyó, aquella chica de rulos invencibles que le hacía coros a Fito Páez y que a lo largo de los años siguió fiel a su propio estilo musical, presenta su tercer álbum: Entre la razón y la tempestad. Acaso una manera de exorcizar las pesadillas colectivas y personales que casi la arrasan. Pero aquí está, y sigue cantando.
Por Sandra Chaher
A través de mí
pasa la razón y la tempestad”, canta con voz desgarrada Claudia
Puyó en el primer tema de su nuevo álbum, el que le da nombre
al CD: La razón y la tempestad. Y uno se acuerda de la chica guarra,
con rulos por la cintura, que taconeaba los escenarios siendo bastante más
que la corista de Fito Páez en esa gira luminosa y vertiginosa que fue
La rueda mágica. Y entonces piensa: esta mujer vuela con los vientos
furiosos de las tempestades, ¿por qué hablar de la razón?
¿Es que a los 43 años está buscando una lógica para
interpretar sus abismos interiores? Veamos.
Ella tiene una explicación, algo bastante diferente de lo previsible:
“Yo soy una persona muy mental, que quiere entender. Y ésta es una
época tempestuosa, demasiado difícil, donde cuesta mucho entender
lo que pasa afuera... La injusticia, por ejemplo. Pero es cierto que este disco
puede interpretarse también como mis tempestades internas y mi intento
de entenderlas. Las preguntas uno se las hace hacia adentro y hacia afuera,
y lo que me cuesta entender de mí es este vivir todo el tiempo entre
el cielo y el infierno, porque yo no sé por qué vivo así,
si es porque la vida me trae las situaciones o porque yo tengo una forma de
pensamiento que he repetido y que me lleva a eso. Siento que el sentido de la
vida tiene que ver con luchar y resistir determinadas cosas que se te aparecen
delante, maravillosas o terribles. Y pasar por eso te deja medio rota. Después
pegás los pedazos, pero la memoria te dice que estás rota. Como
ese poema de Benedetti donde un padre le dice a un hijo: ‘Llorá,
botija, son macanas que los hombres no lloran. Llorá, pero no olvides’.
No olvidar, porque olvidar sería perder la batalla”.
Cuando
te vi partir
Claudia almuerza mientras conversa. Tiene los rulos rubios largos
hasta la cintura, como siempre. La cara despejada, clara, un poco pecosa, un
poco aniñada, aunque parezca más una chica frágil, golpeada
pero guerrera, que una nena. Siempre on the road. El aroma que sale de la copa
de tinto es delicioso y la luz que entra del techo le ilumina la cara, que no
se ensombrece con sus declaraciones de tristeza, porque elige hablar del dolor
rematando las frases con carcajadas irónicas. Un recurso para poder contar
lo que le duele sin llorar. Una estrategia de la resistencia.
La razón y la tempestad es su tercer álbum en casi veinte años.
“Sí, tres discos hasta ahora es muy poco –concede–, pero
tiene que ver con mis tiempos internos.” En el ‘85 sacó su
primer álbum solista, Del Oeste, y después se fue a España.
Formó con Tito Fargo, un ex Redondo, Los Románticos de Artane,
un grupo con el que recorrió el under madrileño y grabó
un disco. “Artane es el nombre de una droga que se toma para el mal de
Parkinson y que en mi barrio de la infancia los pibes la tomaban mucho. De romántico,
nada.”
En el ‘94, después de la gira con Fito, llegó el segundo
álbum solista, Cuando te vi partir. “Estuve dos años tocándolo
y después... vinieron tres años personales difíciles, pero
no sé si quiero hablar de eso. Y a partirdel ‘99, además
de tocar con la viola en boliches de Buenos Aires, empecé a grabar este
nuevo disco. Pero como de entrada decidí que fuera una producción
independiente, con mis amigos, con pocos recursos, lo iba haciendo mientras
podía pagarlo y cuando los músicos podían tocar. Empezamos
en febrero del ‘99 y terminamos en noviembre del 2001. Quise hacerlo por
la mía porque, bueno, cada vez tengo más dificultades con la superficialidad
del medio discográfico, y del planeta... Si me costó a los 20
exponerme como figurín, como una barbie que cantaba, imaginate ahora...
Creo que cada día somos menos los interesados en la música que
en la estética. Y habría que preguntarles a (Stevie) Wonder o
a Ray Charles qué es de verdad la música, a ellos que no ven.”
En La razón y la tempestad la acompañan Gringui Herrera, Daniel
Colombres, Facundo López Burgos, Mariana Baraj, Fito Páez, Tito
Fargo, el Chango Farías Gómez, entre otros. Son sus amigos, con
los que ella tocó en todos estos años, les hizo coros, los acompañó.
“Yo grabé mucho en discos de otros, es gente que amo, y amo lo que
tocan. Pocas veces, alguna, me equivoqué con ellos...”, mientras
lo dice la mirada perdida la deja en evidencia ante un recuerdo al que le pone
cara irónica, como si ya hubiera pasado el traspié, como si ya
no importara, como si una vez más, lo importante es que de ésa
también se levantó y siguió. No hay rencor en su cara sino
tristeza. Y vuelve a las tragedias, que en su vida fueron varias: “Uno
puede tratar de entender las tragedias, pero sólo eso, entenderlas. Y
yo no las entiendo, por eso no me tranquilizo. Porque también uno se
cansa y ahí querés abandonarlo todo. Entonces tenés que
razonar para seguir luchando”. La razón también como estrategia
de resistencia, aunque no siempre sirva, porque quién mejor que el que
sufrió para saber que no hay antídoto para el dolor, sólo
tiempo para que sus garras nos suelten y dejen en su lugar cicatrices eternas.
Pesadillas personales
Los infiernos
de Claudia Puyó fueron muchos y verdaderamente trágicos, la muerte
no escatimó guadañazos para ella: amigos y parejas que partieron
por sobredosis, por enfermedades... porque decidieron irse. Le dejaron el alma
rota, preguntándose si hay algo más desolado que la injusticia,
la de la vida y la de las instituciones. “Este disco originalmente se iba
a llamar No Soul –dice con una media sonrisa–, una mezcla de ‘no
al soul’ y de ‘sin alma’, pero no tenía nada de qué
reírme.” La razón y la tempestad es, dice ella, muy diferente
de sus discos anteriores. “Le tengo mucho amor, porque yo soy como muchas
personas a la vez y eso se ve acá. Pasaron muchas cosas entre canción
y canción por el tiempo que tardé en grabarlas, y entonces hay
distintos colores de voz, de estados de ánimo. Son como trece estados
solitarios juntados en un solo compacto.” Y se lo dedicó a dos amores
que ya no están: su amiga Laura España, que murió de hace
unos años de sida, y a Juan Enrique Martínez, ese amor por el
que pasó tres años difíciles y del que no quería
hablar, pero finalmente habló. Para él también hay un par
de canciones en el disco. Una se llama “Haydeé”, otra probablemente
sea “Nada”, la que cierra el álbum. La mamá de Martínez
se llamaba Haydeé Georgetti y fue asesinada en Mar del Plata en mayo
de 1998. El principal sospechoso fue su hijo quien, después de desaparecer
varias semanas, se suicidó el 25 de junio del mismo año. El y
Claudia ya no eran pareja, pero sí amigos, quizás almas mellizas
y solitarias, y ella fue incriminada en el caso por sospecha de encubrimiento.
Unos años después, la causa prescribió por falta de pruebas
y a nadie pudo probársele nada, pero ella apareció en los titulares
de policiales.
“Fue muy injusto y tremendo todo lo que pasó. Destrozaron mi alma.
Encima que me habían quitado a gente que yo amaba, porque Juan se mató
por la sospecha que había sobre él, me condenaron a mí.
Creo que el hecho deque yo estuviera en el medio a él lo perjudicó.
Hay demasiado horror y cabos sueltos en esta historia, pero bueno, estamos hablando
de la Argentina. Nosotros, ciudadanos comunes, corremos más riesgos y
nos condenan, mientras que los torturadores y asesinos andan por ahí.”
Además del blues, de las baladas, del rock, hay en La razón y
la tempestad una suave versión de “La Pomeña” con arreglos
del Cuchi Leguizamón. “Hace unos años, el Chango Farías
Gómez y Peteco Carabajal me invitaron a tocar en un Encuentro de Brujos
que se hizo en Buenos Aires. El Cuchi ya había muerto y me emocionó
mucho la versión que hacía el Chango de ‘La Pomeña’,
una mezcla de zamba y samba. Y además la pensé como un homenaje
al Cuchi. Y la letra es poesía pura. Eulogia Tapia es una mujer que me
dijeron que existe y que tocaba la caja, como dice la canción: ‘La
caja en sus manos tiembla’.”
Cuando habla de música, Claudia parece entrar al purgatorio de su vida.
El infierno queda atrás, y al cielo lo alcanza estremeciendo con su voz
maravillosa. “Tocar siempre es un exorcismo, para el que te escucha y para
vos. Te abstraés por un rato de la realidad. Y, sobre todo, salís
de tu cabeza.”
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