Vie 12.09.2008
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INTERNACIONALES

Que digan dónde están

Con la asunción de Asif Alí Zardari, viudo de la asesinada Benazir Bhutto, en el gobierno de Pakistán, los familiares de casi 500 desaparecidos esperan que por fin se revele la suerte de sus seres queridos y la ubicación de las cárceles clandestinas, creadas desde 2001 con la complicidad de los Estados Unidos. Mientras, madres y esposas siguen reclamando, emulando, sin saberlo, la lucha de las Madres de Plaza de Mayo.

› Por Josefina Salomon, Desde Londres

Mientras en la Argentina Domingo Bussi y Luciano B. Menéndez engruesan las listas de militares condenados por delitos de lesa humanidad frente a quienes finalmente encontraron algo de justicia, del otro lado del mundo las desapariciones continúan siendo un arma del terrorismo de Estado –y nuevos pañuelos se alzan en otras cabezas para pedir por sus seres queridos–.

Según las Naciones Unidas, actualmente hay casos de desapariciones forzadas en decenas de países y, tal como en la Argentina de los ‘70, pocos son los que se animan a denunciarlas.

Amina Masood Janjua, una artista paquistaní de 44 años, no sabía lo que significaba estar “desaparecido”, nunca había escuchado de Videla, Massera, Pinochet o de la ESMA, ni sabía lo que fue la Operación Cóndor. Todo ello hasta que un día su esposo, Masood, nunca llegó a la cita a la que había prometido ir ni regresó a su casa.

Aquel día fue hace más de tres años, y desde entonces Amina es la cara visible de la lucha contra las desapariciones en la llamada “Guerra contra el Terror.”

Su historia comenzó el 15 de julio de 2005, cuando Masood salió de casa rumbo a la estación de autobuses para encontrarse con su amigo Faisal Faraz. Varias horas más tarde, Amina descubrió que Masood nunca tomó ese autobús ni llegó a la estación, se había, simplemente, desvanecido. Según testigos, ambos hombres habían sido detenidos por fuerzas de seguridad paquistaníes en aquella estación central.

Amina siempre se asegura de decir que Masood nunca había sido arrestado o cuestionado por la policía antes de su desaparición. Este padre de dos adolescentes pasaba la mayor parte de su tiempo entre su agencia de viajes y las clases de tecnología que dictaba en un instituto terciario, mientras ella creaba obras de arte y criaba a sus hijos –hoy dos varones adolescentes–.

“No sé qué pasó con Masood. Sé que nunca subió a ese autobús porque en la estación mantienen un registro de todos los pasajeros que viajan y varios testigos me dijeron que vieron cuando lo detuvieron, pero nadie sabe dónde está”, dijo Amina a Las12.

“Creo que Masood está muy cerca de mi casa. Me lo han dicho algunas personas que fueron liberadas y que lo vieron en una celda. Dicen que hay lugares secretos de detención en las afueras de las principales ciudades de Pakistán. Algunas veces, a los detenidos hasta los venden a otros países.”

Tras hacer las denuncias correspondientes y no recibir ninguna respuesta. Amina comenzó a tocar otras puertas, dentro y fuera de Pakistán.

“Al principio fui a protestar sola porque nadie más se animaba, aunque mucha gente estaba desapareciendo, y luego las historias comenzaron a emerger. Otras mujeres se unieron y formamos un movimiento para exigir la liberación de nuestros seres queridos”, añadió Amina.

Después de una de las crisis políticas más grandes de la región, que concluyó con la renuncia del ahora ex presidente paquistaní –y aliado norteamericano– Pervez Musharraf, las nuevas autoridades están intentando diferenciarse de lo que fue, pero los desaparecidos todavía no aparecen.

Organizaciones de derechos humanos acusan al gobierno paquistaní de haber desaparecido a cientos de personas en el contexto de la “Guerra contra el terrorismo”, incluidos menores de tan sólo 10 años. La mayoría de aquellas personas fueron detenidas después de los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York –la práctica de desapariciones era casi desconocida en Pakistán antes del 2001–. Aunque el gobierno niega todas las acusaciones, organizaciones de familiares de victimas estiman el número actual de desaparecidos en más de 500.

“El nuevo gobierno se ha reunido conmigo y me han prometido que van a liberar a Masood. Esto es positivo pero todavía estoy esperando que cumplan sus promesas. ¿Por qué se están tomando tanto tiempo en liberarlo?”, dice Amina con una mezcla de lo que suena entre desesperación y esperanza.

Según los expertos, los contextos son diferentes pero la lógica de desapariciones en los ‘70 y hoy es la misma: las fuerzas de seguridad detienen a personas contra quienes no tienen evidencia concreta para llevarlos a un tribunal y los mantienen secuestrados en lugares secretos, muchas veces con la complicidad de otros gobiernos, aunque hoy pocos se avergüenzan de admitirlo.

Hoy, el gobierno de Estados Unidos no tiene miedo de justificar su complicidad, aunque prefiere no utilizar la palabra “desapariciones”. En septiembre de 2006, George W. Bush autorizó un programa de detenciones secretas manejado por la CIA. A pesar de las críticas internacionales, el programa fue reautorizado en el 2007.

“Siento que parte de lo que pasa en Pakistán es para dejar a Estados Unidos contentos. Es un juego de números y dólares: cuántas personas pueden detener y vender, cuántos hombres que puedan ser acusados de terrorismo. Todo esto es para dejar a Estados Unidos feliz, para ser su amigo en la guerra contra el terror,” dijo Amina.

DESAPARECIDOS QUE APARECEN

Poco se sabe de la suerte de aquellos cientos que se “desvanecieron”, aunque en los últimos años, los pocos que fueron liberados de los calabozos secretos hablaron de una trama maquiavélica de torturas, vuelos secretos, complicidades y cárceles similares a la de Guantánamo.

Según Reprieve, la organización de abogados que representa a más de una docena de actuales detenidos en Guantánamo, la mayor parte de los hombres que pasaron por el centro de detención norteamericano en Cuba estuvieron en algún momento desaparecidos y potencialmente cientos de personas están hoy detenidas en los centros secretos que la CIA opera alrededor del mundo.

Lo cierto es que nadie sabe exactamente qué es lo que pasó con los que todavía están desaparecidos.

Es una extraña tarde de verano en Londres –la ciudad donde el sol vale su peso en libras–, poco más de 20 personas, lideradas por una mujer con un pañuelo, protestan en una plaza. Exigen frente a una embajada saber dónde están sus familiares desaparecidos. La gente pasa y mira. Miran con curiosidad pero nadie se une en el grito, tal vez les da miedo, pensarán que aquellos que algunos llaman víctimas “algo habrán hecho”, o simplemente no les interesa. Amina Masood Janjua usa un pañuelo cubriéndole la cabeza en cada manifestación. Es un signo de su religión que siempre la acompañó. No sabe que del otro lado del mundo es también el signo de una lucha que mujeres como ella empezaron hace más de 30 años y que no se detiene, que sigue exigiendo la aparición de sus seres queridos. No es sólo la herramienta del terror lo que se replica; también la voluntad de resistencia de quienes se niegan a ser solamente víctimas.

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