TALK SHOW
› Por Moira Soto
Todo comienza con un típico accidente en la ruta: un coche da varias vueltas y empieza a incendiarse, los conductores que fueron chocados dan su versión del hecho, un hombre —expulsado del auto que volcó— queda tendido en el pasto, aparentemente inconsciente. Las cosas de la vida empieza por el final y a medida que se desarrolla el relato de un día en la vida de Pierre, se va consolidando el presagio de que es su último día. “La jornada de un hombre común, arquitecto, separado hace poco de su mujer y ahora amante de Hélène, amigo desde siempre de François, padre de un adolescente que lo reclama, hijo de un hombre mayor que pide protección.” Situaciones de la vida reconocibles y corrientes que el director Claude Sautet convierte en excepcionales al provocar –con magistral transparencia y un sutil crescendo emocional– la identificación del/la espectador/a.
Aunque las circunstancias concretas que expone, aunque los detalles de comportamiento con que retrata a sus personajes no se correspondan exactamente con los nuestros, hay algo de la fragilidad de los sentimientos, de lo inestable de la felicidad, de lo inasible de la vida que se escurre, que nos concierne en alguna medida. Lo extraordinario es que Sautet consigue que su film resulte apasionante sin contar una historia fuerte u original, avisando desde el comienzo cuál ha de ser el final y apenas mostrando escenas banales de la vida cotidiana. El realizador es capaz de generar un suspenso inquietante en torno de una breve carta de ruptura que, en la mitad del viaje, Pierre le escribió a Hélène en medio de un bajón (“debemos dejarnos para no volvernos miserables”), se arrepintió en la oficina de correo, guardó en su bolsillo y ahora –en este tiempo que parece dilatarse, estallar, descomponerse– queda tirada en el suelo después del choque hasta que la recoge un policía.
Romy Schneider es Hélène, la mujer que se levanta de la cama, se envuelve en una toalla, mordisquea una manzana en el balcón, se sienta con anteojos frente a la máquina de escribir para continuar una traducción. Pierre (Michel Piccoli) está detrás de ella. “¿Qué hacés?”, pregunta Hélène. “Te miro”, sonríe con ternura él. Así arranca esta jornada y así se va deslizando sin grandes escenas, sin explosiones catárticas: una visita del papá de Pierre que le pide unos francos y se queja un poco, encuentros del protagonista con su ex, con su hijo, con una vieja empleada doméstica, con François, un roce con Hélène previo a una comida en la casa de los padres de ella y un diálogo ríspido antes de tomar Pierre intempestivamente la ruta hacia Rennes. Cosas de la vida que afectan a este hombre en su estado vulnerable, al borde de una crisis, a punto de encarar cambios, de mudarse por un tiempo a otro país, enamorado de Hélène pero molesto porque su ex mujer tiene novio.
Las cosas de la vida es la primera de cinco películas que Romy Schneider hizo con Claude Sautet, años después de quitarse de encima las capas de merengue y crema chantilly que la cubrieron durante las tres entregas de Sissi (1955, 1956, 1957), que filmara siendo muy joven bajo la férula de su madre Magda Schneider, actriz exitosa que supo simpatizar con el nazismo. Luego Romy encabezó Cristina, con Alain Delon, y cayó muerta de amor por el lindo galán. Lista para soltar amarras, contra la voluntad de su progenitora le dijo no al millón de marcos que le ofrecían por una cuarta Sissi y se fue con Delon a París, donde la pareja interpretó en teatro una tragedia isabelina sobre incesto entre hermano y hermana –Lástima que sea una puta, de John Ford– con puesta del mismísimo Luchino Visconti.
Aunque ya había filmado con varios directores importantes, Sautet no conocía ninguno de sus films cuando la convocó en 1969 para Las cosas. Desde el primer cruce de miradas, entre el cineasta y la actriz se estableció una perfecta complicidad. Muy requerida en Francia y otros países, Schneider siempre reconoció que Sautet fue el director que mejor la comprendió, ayudándola a liberarse de miedos y angustias. El último film que hicieron juntos fue la magnífica Una historia simple (1978). Después de la temprana muerte de ella a los 42 —apenas duró once meses su corazón malherido por haber perdido a su hijo de 14 en un accidente doméstico—, dijo de ella Sautet: “Tenía una vivacidad animal, era capaz de cambios de expresión radicales. Atormentada, pura, violenta, orgullosa. Se entregaba a un personaje desde el primer ensayo”. Nacida en 1938, Romy Schneider cumpliría 70 años el próximo 23 de septiembre si el dolor que trató de aliviar con alcohol y tranquilizantes no hubiese sido tan abismal.
Las cosas de la vida, mañana sábado a las 23 por TV5, en versión subtitulada.
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