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Viernes, 19 de septiembre de 2008

TEATRO

Esta dama es una gloria

No es común que una popular figura del espectáculo regrese a la escena demostrando que veinte años (de ausencia) no es nada y sea recibida con entusiasmo por el público. Gloria Montes, cantante y comediante que se hizo a sí misma, a los 83 tuvo su segundo debut en la revista del Maipo, pisando el escenario y entonando cuplé y tango con mucho garbo.

 Por Moira Soto

Ella pertenece a la gloriosa estirpe de las cómicas vocacionales, esas actrices y cantantes de altri tempi que sabían convertir en risa casi todo lo que tocaban. Como Olinda Bozán, Margarita Padín, Elena Lucena, la genial Niní Marshall, Gloria Montes descubrió espontáneamente esa irresistible veta humorística que hacía troncharse de risa al público en un colmao y en un cabaret, en el teatro, el cine y la televisión. Gloria actuó junto a estrellas legendarias de la revista, junto a grandes figuras del teatro, se divirtió en los rodajes de películas de los Cinco Grandes del Buen Humor y a comienzos de los ’80 filmó un par de comedias con Olmedo y Porcel. Entonces, después de casi cuatro décadas de carrera, decidió aceptar la sugerencia de su marido, que siempre la había bancado a full, y se retiró pensando que era para siempre. Pero volvió pasadas dos décadas y pico, este 2008, haciendo su entrada triunfal en la lujosa revista Maipo siempre Maipo, entre el cuplé y el tango. En este segundo debut, muy aplaudido, Gloria Montes cumplió 83 rozagantes años sobre las tablas de un teatro en el que ella supo actuar. De rosa, peinada y maquillada especialmente para la ocasión por Miguelito Romano, la diva se presta a las fotos.

“Me llama mi querido amigo, mi hermano del alma Jorge Luz, y me cuenta que le van a hacer un homenaje en el Maipo Club y que me van a llamar. Ponete lo mejor, me recomienda”, recuerda Gloria. “Bueno, fui una tarde y ensayé tres temas para hacer en la reunión, ‘A la luz de un candil’, ‘Madame Ivonne’, ‘La luna y el toro’, todo en registro de parodia. En la fiesta estaban Lino Patalano, Claudio Segovia. Hice los temas, gustaron mucho, me aplaudieron mucho, me felicitaron. Y como a los quince días me llaman del Maipo, me dicen que quieren hablar conmigo porque se cumplían los cien años del teatro y querían que yo participara de un espectáculo. Las lágrimas se me empezaron a caer, se formó un charco alrededor... No te imaginás todo lo que pasó por mi cabeza en instantes.”

¿La película condensada de tu trayectoria?

–Muchos años desfilaron desordenadamente, reviví emociones inolvidables. Por ejemplo, cuando estuve en el Maipo encabezando con Alfredo Barbieri y Don Pelele... Cuando debuté en El Nacional con Pepe Arias, hace 62 años si las cuentas no me fallan... En aquel momento estaban Nélida Roca (que era muy tímida a pesar de lo imponente que parecía, y cuando entrábamos a un sitio con mucha gente me pedía: “Che, neno –así en masculino–, no me dejes sola”), Alberto Anchart, Nené Cao, Beba Bidart. Una barbaridad de talentos.

¿Fuiste a la cita reciente en el Maipo con el corazón en la boca?

–Sí, le pedí a mi marido que me acompañara porque sabía que me iban a temblar las piernas. Llegamos, nos recibieron con champán y caviar. Escuché todas las cosas lindas que me decían a mí, que soy una mujer grande, pero coqueta. Bueno, me hicieron el ofrecimiento y acepté. No te podés dar una idea del agradecimiento tan grande que sentí por este regalo de volver al teatro cuando creía que me había retirado del todo. Todos estos años sin subirme a un escenario y regreso justamente al Maipo estos tres meses maravillosos. Volví a tener 20 años, me enganché enseguida con toda esa vida del teatro, los ensayos, los camarines. Finalmente hice mis temas, el público me recibió con tanto cariño. La emoción fue enorme, se me aparecieron todas las caras de los artistas con los que compartí ese escenario, pero también me sentí tan segura en ese espacio que me pertenece, como Dominguín en la Plaza de Acho. Yo, a mi edad, rodeada de gente tan joven, los bailarines, niños y niñas para mí. Mi camarín era Una noche en la ópera, siempre lleno. Han sido tres meses de una felicidad y un placer que realmente me rejuvenecieron, no me duele nada, tengo nuevas fuerzas, estoy muy activa.

Cuando participaste en aquel concurso del Sevilla Colmao, hace seis décadas, ¿tenías el proyecto de dedicarte al espectáculo?

–Me gustaba de corazón cantar, había aprendido escuchando radio. Te cuento cómo me presenté: yo estaba bordando –soy muy del bastidor– unas sábanas de hilo en blanco y rosa. Vivíamos en Santa Fe y Canning con mi mamá, mi papá y Pedrito, un primo que se crió con nosotros, para mí como un hermano. Entonces, Pedrito interrumpe para decirme lo del concurso: “Dale, nena, presentate”. Yo tenía poco más de 20 y sólo había cantado en casas de familia, algunas actuaciones en el colegio. Digamos que estaba especializada en la canción popular española. Por eso debuté en el Sevilla con “La Lirio” (Gloria canturrea con su fresca voz: “... de un café de marineros, y en el café yo era niña, color de lirio moreno”), también hice “El barquito”.

¿Tu familia estaba de acuerdo en que te presentaras?

–Mi mamá no quería saber nada de que yo cantara en público, por lo que se decía de las artistas. Sin avisarles nada, a la rastra llevamos con Pedrito a mi mamá y a mi papá al Colmao. Yo tenía que subir al escenario en algún momento, así que cuando llegó la hora me excusé: “Perdón, voy al toillette”. Y en vez de volver, aparecí sobre el escenario y canté. Sin humildad, la sala se vino abajo. Había que hacer un solo tema, pero me aplaudieron tanto que canté otro. Cuando regresé a la mesa, mi papá me abrazó y me confesó: “Yo sabía a qué veníamos”. Don Rafael Montes estaba enterado y me apoyaba. “Mami, perdoname”, le pedí a mi mamá que también estaba enternecida: “No, hija, está bien si esto es lo que quieres hacer”.

¿Ese mismo día te ofrecieron actuar regularmente?

–Sí, ahí mismo, eran todos españoles. “¿Tú quieres trabajar?” “Ay, no sé”, dije yo que era medio careta, casi del todo. Hago muy bien las gallegas, hasta en España se confunden, pero tengo sangre flamenca por el lado de mi papá, muchos andaluces. “¿Cómo que no sabes? ¿Y cómo aprendiste a cantar?”, se asombraron. “En ningún lado.” No se lo podían creer, les conté lo de la radio, que es la pura verdad. Dios me dio la voz y el oído, y del resto me encargué yo. Escuchaba a intérpretes como Angelillo, el Niño de Utrera, Mario Gabarrón, Pachita Barreta –una contralto maravillosa–, Ana María González. Pero mi cantante favorita era Libertad Lamarque, y años después la imitaba con todo en La Botica del Angel. Me gustaba Miguel de Molina y luego tuve el honor de trabajar con él en El Nacional. Miguel me decía con su acento: “Chiquita, esa voz que tú tienes, por Dios que tú eres española, que los de aquí no tienen sal y tú la tiene’ toda”. Mirá, si hago un repaso de toda la gente con la que actué, entre la que está mi querido Pedrito Rico, no te alcanza el espacio. Pero no puedo dejar de decirte que en Perú trabajé con Nat “King” Cole y se nos cortó la electricidad en la plaza de toros, y yo seguí cantando con toda mi voz hasta que se prendieron de nuevo las luces. Nat me agarró y me besó diciéndome: “Good, good, good”.

Volvamos a tu exitoso arranque en el Sevilla Colmao.

–Los que lo dirigían me dieron dinero para hacerme tres trajes, porque yo no tenía mayores recursos, mi padre trabajaba de ordenanza de Obras Sanitarias de la Nación. Eramos muy humildes. Me pusieron con el maestro para pasar los temas, eran diez y yo ya los sabía porque escuchaba La Hora Española en Radio Argentina. Bueno, después de un año en el Sevilla, me contrataron en el Tronío. Ahí estaba el maestro Francisco Marrodán, que me dirigió y me dejó hecha una Lily Pons. Hasta ese momento, cantaba en serio unos temas tan dramáticos que me moría de sentimiento. El maestro me dijo que me iba a escribir tres temas especialmente para mí. Fueron “La Eufrasia”, “La Prudencia” y “Qué quieres de mí”. Y debuté como cantante cómica sintiéndome muy a gusto.

¿Luego pasaste a hacer comedia también sin aprendizaje previo?

–Sí, Carlos Petit me vio en el cabaret El Marabú, donde estábamos con las Hermanas Verón, Azucena Maizani, D’Arienzo, Pichuco... Sí, señora, así como se lo cuento. Petit me dejó una tarjetita y al otro día lo fui a ver. “Usted canta muy bien, señorita, pero quiero saber si es una actriz.” Como verás, todo me llegó como un vendaval, sin buscármelo. “Léame esto”, me mandó, y le leí. Esta vez no fue tan fácil como con el canto, en el comienzo no llegué y tuve una cortina. Después empezamos con los sketches, por ejemplo, el de los marineros, con Alfredo Barbieri, Don Pelele, Oscar Valicelli, Tato Bores y yo, no sabés lo que era eso...

¿Muy picaresco?

–Comparado con lo que se hace ahora, de una gracia inocente. Picaresco puede ser, en el sentido de que insinuaban las cosas, pero nada de palabrotas. Si mal no recuerdo, uno de los primeros en empezar a decir palabras más fuertes fue Adolfo Stray, que causó sensación cuando se quejó: “Me cagó una paloma”.

¿En los años ’50 llegás al cine con la misma fluidez?

–Sí, fue algo natural. Cómo me reí filmando, con los Cinco Grande, Los peores del barrio. Estábamos todos disfrazados de personajes como D’Artagnan, Desdémona, en la calle, frente a la casa de los dueños de Muebles Díaz, y no nos permitían entrar. Enfrente había un manicomio, y yo con Jorge Luz al lado, 40 grados de calor, corriendo por las calles con unos tacos de doce centímetros. Yo estaba enamorada del Pato Carret en esa película.

Contame brevemente la afortunada experiencia de La pérgola de las flores.

–Estupenda experiencia a la que llegué gracias a esa gran persona y gran director que era Cecilio Madanes. El me había visto en un vodevil de Feydau, donde hacía a una mucama, y me llama para esta comedia musical. Cuando me dio el libro, le dije que no lo podía hacer, que era mucho para mí. “Siéntese y me lo lee todo”, me ordenó casi. “Este me va a pegar”, pensé y le obedecí. Era un santo, Dios lo bendiga. El creía en mí, pero yo no me tenía tanta confianza. Le comenté que nunca había hecho algo parecido. Madanes me aseguró: “Usted lo va a hacer muy bien y la obra va a ser un éxito”. Tenía razón: estuvimos año y pico en Caminito y después pasamos al Avenida. Un elenco de ensueño: Jorge Luz, Elena Lucena...

¿También trabajaste en night clubs?

–Siempre me llamaban de distintos lugares, era muy solicitada por los night clubs. Cuando se fueron Olinda Bozán, Margarita Padín, quedé yo. Podía hacer en una noche cuatro boliches, como dicen ahora: yo estoy en la onda también, ojo. Cuatro boliches al hilo cantando mi repertorio.

¿Ya estabas casada?

–Sí. Conocí a mi marido estando en Colombia, era un espectador sentado entre Irma Roig y Eduardo Cuitiño. Argentino y cordobés. Bueno, flechazo, declaración: “Yo quisiera que usted fuese mi esposa. No me enamoré nunca, es la primera vez”. Me quise morir ahí nomás. Le aclaré que no iba a dejar a mi mamá y a mi papá solos en Buenos Aires. El aceptó, a los seis meses vino a mi casa y pidió mi mano. Yo tenía que cumplir algunos compromisos y llegué poco después. Nos casamos y aquí estamos, 49 años de amor, un hijo, una hija, una nieta.

¿Tu marido nunca te cuestionó tus actuaciones?

–Jamás, me saqué el premio mayor de la lotería. Nunca se metió en mis contratos, todo lo arreglaba yo. Siempre tuvo mucha confianza y una mentalidad abierta. Y te digo más: yo le llevo seis años. Es un tesoro.

¿Estás disponible para seguir actuando?

–Totalmente, me encantaría una buena comedia, si es musical, mejor. Tengo fuerzas, salud, ganas, canto en el mismo tono que hace 60 años. Lamentablemente, la revista del Maipo se cortó antes de lo previsto. También me gustaría hacer un show con mis canciones, mis recitados.

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