Vie 03.10.2008
las12

CULTURA

La avidez es femenina

Sostienen mayoritariamente el edificio de la cultura desde diversas posiciones, pero rara vez son visibilizadas por los medios o las encuestas se ocupan de ellas: las mujeres que llenan los teatros, la universidad, los talleres, las salas de cine, que compran más libros que los varones. Una panorámica por algunas de estas actividades relacionadas con el estudio, la gestión, el consumo, la solidaridad arroja resultados sorprendentes sobre la presencia femenina como sostén de múltiples manifestaciones culturales, en una suerte de revolución silenciosa.

› Por Moira Soto. Informe: Guadalupe Treibel

Si nos atenemos a la clásica definición de cultura como “el cultivo de las capacidades humanas y el resultado del ejercicio de estas capacidades” –que rescata José Ferrater Mora en su célebre Diccionario de la Filosofía–, podemos decir que, en líneas generales, en nuestro país las mujeres están ocupando posiciones mayoritarias. Llamativamente mayoritarias en algunas áreas, y como mínimo igualitarias en otras, si bien esas actividades como estudiantes y profesionales, gestoras, productoras, público consumidor, no suelen tener su correlato en esferas con poder de decisión, salvo mediante las consabidas excepciones.

En verdad, es un fenómeno mundial este interés perseverante de las mujeres por estudiar, leer, asistir a las más diversas manifestaciones, trabajar en lugares de expansión cultural... Hace década y media, alguien insospechable de feminismo, Mario Vargas Llosa, escribía en el diario español El País (“La cultura en el gineceo”, titulito que se las trae): “Desde que empecé a enseñar literatura y a lo largo de tres décadas, en distintas universidades y en diversos países, he verificado una ley sin excepciones: a medida que aumentaba frente a mí el número de polleras, el de pantalones disminuía”.

Según el citado escritor, tanto en conferencias eventuales como en clases regulares, si el tema era la literatura, el número de oyentes y alumnos masculinos tendía a achicarse y el femenino a crecer, “de una manera sistemática y, en los últimos años (el artículo es de 1994), abrumadora”. En esas fechas, Vargas Llosa, percibía esta realidad en las universidades de Estados Unidos, particularmente en Humanidades y, más allá de la antigüedad de caracterizar a las mujeres como “polleras” y a los varones como “pantalones”, reconoce que se trata de un conocimiento cualitativo que repercute (...) particularmente el contexto vital de una persona. Y sorprendentemente, va más lejos aun: “Si la cultura del futuro, como todo parece indicarlo, ha de ser preferentemente femenina, porque será hecha sobre todo por y para las mujeres, ella (la cultura) tenderá a reflejar la experiencia humana cada vez más desde esa perspectiva (...), ello implicará una revolución iconoclasta, no cabe duda. Un verdadero desarreglo y ordenamiento de los valores, los mitos, las imágenes, los deseos y los fantasmas configurados en las ficciones y en las filosofías, las artes plásticas y la historia, surgidos desde la condición masculina. Y que irán siendo progresivamente reemplazados por otros radicalmente distintos”. A continuación, Vargas Llosa la embarra un poco al hablar del “eterno femenino”, pero nadie le quita lo escrito previamente. Observaciones que bien podrían aplicarse a la Argentina en lo que tiene que ver con la modificación en la universidad de cifras totales de mujeres respecto de las de los varones: en 1989, el total de egresados y egresadas de la UBA daba los siguientes números: varones 6202 y mujeres 6733; en 1999, varones 4576 y mujeres 6812, en 2005, varones 6376 y mujeres 10.663 (vale destacar que en carreras que la tradición indicaba como poco femeninas, como Exactas, los varones sumaron 234 y las mujeres 304 en 2005, mientras que en Ciencias Económicas, hubo en el mismo año 2118 varones y 2385 mujeres, y en Arquitectura, 587 varones y 943 mujeres).

Aunque no existan estudios académicos sobre consumos culturales que crucen cultura con género, y no existan estadísticas comparadas sobre el número de mujeres que compran libros, van a talleres, trabajan como voluntarias en centros culturales, concurren al cine, el teatro, los conciertos, visitan museos y galerías, producen obra artística, no hace falta más que asomarse al hall de cualquier teatro, a la cola para pagar en la librería, a las exposiciones y otros lugares afines para confirmar que la mayoría es femenina (muy particularmente en ciertos consumos, y en actividades culturales en comedores). En determinados ámbitos puede ser arrolladora, como es el caso del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte), por ejemplo, en la carrera de Artes Dramáticas, las muestras de futuros actores y actrices demuestran que la proporción puede llegar a ser de 15 a uno.

Justamente es una carrera directamente relacionada especialmente con espectáculos teatrales que son vistos por mayoría de mujeres en el off y en la calle Corrientes. Independientemente de los datos obtenidos a simple vista en cualquier sala (salvo las que ofrecen teatro de revistas, donde se igualan varones y mujeres) donde las espectadoras pueden llegar a un 80 por ciento, hay cifras de hace dos años elaboradas por el Complejo Teatral San Martín, gracias a una encuesta realizada en todas las salas, entre varones y mujeres de entre 21 y 30 años, y entre 51 y 60 años, que arroja un 64 por ciento de público femenino y un 36 por ciento de masculino.

“A diario me relaciono con muchísimas mujeres”, dice Guillermo Cacace, docente del IUNA y uno de los más destacados y originales directores jóvenes (actualmente ofrece en Apacheta una imperdible puesta de Stefano, de Armando Discépolo). “Me dedico al teatro y es mayoritario el número de alumnas, también el número de público femenino y crece la cantidad de talentosas colegas en la dramaturgia y la dirección. Compañeros/as de trabajo asustados/as por tal fenómeno, temen una merma de lo masculino. Yo me pregunto cuál es el soporte de tal temor, me pregunto también si la preocupación no tiene que ser reenviada hacia qué modelos de lo femenino y lo masculino siguen determinando conductas sociales. Conductas que arraigadas en el inconsciente colectivo depositan la confianza hacia uno u otro sexo, según el desafío de la tarea. En una clase de actuación donde abundan las mujeres, se piensa, no sin cierta ligereza, que falta la energía de lo masculino. Una y otra energía, concebidas como compartimentos estancos, no son más que un estereotipo. He visto a actrices durante su formación haciendo maravillas con el rol de Hamlet ... Hemos visto cuán inquietante resultaba una puesta de Veronese donde todos los roles estaban invertidos... Se recordará a Cristina Banegas protagonizando El padre, de Strindberg en la puesta de Alberto Ure. Y la lista podría seguir. Pero hay algo que es cierto: sería deseable que la asistencia a cualquier actividad no produzca recortes de género que alimenten la maquinaria de lo discriminatorio: ‘Esto es para los nenes, esto es para las nenas’. Pero de allí a pensar en la imposibilidad de mejores desarrollos de algunas tareas por la ausencia de varones, hay una distancia. Siendo que además lo cotidiano se habita por muchos hombres con una alta energía femenina y por muchas mujeres con alta energía masculina. Esto puede ser motivo de mayor o menor aceptación por quienes están al frente de los grupos de trabajo, pero lo innegable es que es un hecho. ¿Qué hacer entonces? Rendirse frente a la evidencia y buscar modelos alternativos de la distribución de roles o aferrarse a estereotipos que no cooperan con la necesaria plasticidad que nuestro tiempo demanda. Lo masculino, lo femenino, lo paterno, lo materno, son funciones, lo confirmaron hace mucho prestigiosos eruditos, dejemos que sean ejercidas por quienes en ellas encuentran una vía para su plenitud. Creo que las capacidades de liderazgo y organización unidas a una sensibilidad-otra, empiezan a tener consecuencias visibles... Los hombres nos enriquecemos en una tarea habitada por la diversidad y encontramos que de no tener lugar lo femenino, el quehacer se debilita en tanto nuevas alternativas, miradas que revelen zonas que lo puramente masculino mantiene veladas. El terreno de lo cultural tiene una plasticidad de raíz en lo que lo funda, y necesita de lo plural como un nutriente de su condición. Las mujeres están sabiendo tomar ese lugar para una nueva afirmación positiva de su potencia”.

En talleres de todo tipo y pelaje, la presencia femenina se impone ampliamente, también –aunque en una escala un poco menor– en las bibliotecas. Por otro lado, hay casi 300 comedores bajo el programa de apoyo al Grupo Comunitario del Ministerio de Desarrollo del Gobierno de la Ciudad, de los cuales 233 tienen como referentes legales a mujeres, aunque se supone que hay más no inscriptos, muchos de los cuales realizan múltiples actividades culturales (a las que concurren más mujeres). Bibliotecarios y bibliotecarias consultados/as por Las 12 en ocho bibliotecas barriales coincidieron en que, en general, concurren más mujeres. Mercedes Román, a cargo de la biblioteca José Mármol señala que se acerca un público de entre 40 y 50 años, que es reincidente, pero aclara que en el actual ciclo de cine y literatura de los martes, de 38 personas, 35 son mujeres. Carlos Verzello, de la Guido Spano, sostiene que el 70 por ciento de asistentes es femenino, y que en temas de investigación y cultura, el 65 por ciento es femenino. Jorge Quintana, de la Baldomero Fernández Moreno opina que el público está repartido equitativamente, aunque es ascendente el número de mujeres. Entre las que se encuentran —según Juan Desiderio, de la biblioteca Estanislao del Campo— muchas amas de casa en pos de psicología o autoayuda. Las cifras concretas aportadas por el Departamento de Coordinación General del Libro y Promoción de la Lectura, hablan de una mayoría femenina entre el 55 y el 57 por ciento.

En las librerías es notoria la presencia de mujeres, entre los 25 y 75 años, y al igual que en las bibliotecas, son ellas casi siempre las que eligen literatura para los niños. Consultadas varias sucursales de Cúspide, la respuesta se reitera: las mujeres compran más libros que los hombres. Según el vendedor Federico Aranegui, ellas son de mentalidad más abierta y también siguen a los autores a través de sus libros. Gabriela González, editora y vendedora arriesga que las cifras pueden estar en un hombre cada 5 mujeres, y que ellas atienden recomendaciones que escucharon en la radio o leyeron en un suplemento cultural. Para Pablo González, vendedor, la relación sería 30 por ciento para los varones y 70 por ciento para las mujeres.

Elvira Ibargüen, escritora, artista plástica y periodista, dicta talleres de escritura y lectura en el Museo Casa de Ricardo Rojas y declara: “Toda la vida tuve más mujeres que hombres. Tanto es así que he llegado a tener un solo varón en un grupo de diez. Me gusta mezclar las edades: tengo gente joven con gente mediana y mayor. Creo que a la mujer le interesa agregar una actividad más a su vida, mantenerse actualizada. Es sabido que las mujer cuando se queda sola empieza a salir, emprende carreras nuevas de grande, se mete en grupos de estudio, aprende un idioma”. Roberto Camarra es realizador cinematográfico y fotógrafo, docente del Centro Cultural Recoleta, da talleres de fotografía en distintas instituciones. Esta es su experiencia: “Históricamente los cursos y talleres de educación no formal han tenido altos porcentajes de mujeres, pero excepcionalmente, luego de la crisis de 2001, se abrieron cursos y talleres en los que se anotaron exclusivamente desde chicas de 15 años hasta señoras de 60 y 70 años. Es decir, ningún hombre. En los talleres de Imagen del Centro Cultural Recoleta he tenido cursos a los que concurrían únicamente mujeres, desde empleadas domésticas a licenciadas en sistemas, empleadas de tienda y estudiantes universitarias. En los talleres de Fotografía de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, la mujeres suelen superar hasta cinco veces la presencia masculina. Creo que en parte es porque la fotografía es una disciplina en donde no hay que pedir permiso al cerrado mundo masculino, lo que posibilita una producción libre y extensa porque las chicas son disciplinadas y apasionadas”.

Adriana Amado Suárez es doctora en Ciencias Sociales, especialista en medios y dirige la carrera de Comunicación del UCES. Opina que “en el siglo XIX, la mujer no tenía ninguna motivación para leer y se le dio la novela por entregas, el folletín, en muchos casos joyas que hoy admiramos como piezas maestras de la literatura universal: Dickens, Balzac, Zola... Y varios los autores que coinciden en señalar que fue la mujer la que empezó a movilizar ese consumo cultural de masas. Los diarios que empezaron a instalarse en gran escala a partir de 1850 necesitaban multiplicar el público lector, y lo hicieron a través de las mujeres y de este tipo de materiales de ficción. Estas formas de la cultura han sido una especie de paso de la vida privada hacia la vida pública de la mujer. Es la actualidad funciona como un vínculo social: mientras los hombres eligen el deporte, se juntan con un amigo para mirar un partido en el bar, las mujeres, para reunirse con amigas a menudo emplean la excusa del cine, el teatro o simplemente encontrarse para tomar un café y charlar”.

Amado Suárez memora los famosos salones literarios regidos por mujeres que empezaron en Francia en el siglo XVII: “Entre nosotros, es emblemático el caso de Mariquita Sánchez. Hay razones para pensar que lo que sucede con la cultura es que se trata del espacio público que se le atribuyó a la mujer durante mucho tiempo, dentro de ciertos límites, claro. No podían ir a la universidad, pero sí al teatro, participar de aquellos salones. Creo que hay un ADN inscripto en la mujer moderna que le habilita ese espacio público: ópera, teatro, luego cine. La cultura ha sido para la mujer un motor de avance social: estar informada sobre las últimas novedades, haber leído tal novela, asistido a tal concierto... Creo que hay una tendencia de la mujer a incorporar más información, más conocimiento, a mantener encendida la curiosidad. Te pintan el estereotipo de la mujer consumidora que va al shopping y sale llena de bolsas, pero no te dicen cuántos libros llevó ese día, qué obra de teatro fue a ver... Por otra parte, soy testigo de que en el interior, en pleno monte santiagueño, las maestras son activas impulsoras de actividades culturales. A mí me parece que la mujer, después de la crisis de 2001, reforzó mucho sus vínculos sociales, y la cultura los estimula, da una pertenencia. En un ámbito como el de los talleres, a los que van más mujeres, se forman círculos que cultivan el teatro, el cine, el intercambio de libros y de música... En la facultad, nosotros hacemos cada tanto charlas específicas, se publica la gacetilla en el diario y vienen las señoras de las inmediaciones: les resulta más atractivo pasarse una hora a las 10 de la mañana en una reunión universitaria que quedarse en casa. Es una actitud que se registra en muchos lugares donde hay manifestaciones culturales con mayoría femenina. Y encuentro muy bueno que se valore ese rol porque hace a la construcción de la persona y no es un mero adorno como algunos parecen creer”.

“No hay duda de que hay una transformación en la relación de las mujeres con la cultura, un cambio silencioso pero absolutamente eficaz, importante, profundo, que se revela en todas las dimensiones de la vida”, sostiene Dora Barrancos, investigadora principal del Conicet, directora del Instituto de Estudios Interdisciplinarios de Género de la UBA, quien además acaba de publicar el libro Mujeres entre la casa y la plaza (Sudamericana). “Se sabe que en la universidad, ya la matrícula es rotundamente femenina, salvo en carreras como Ingeniería. Sin embargo, hay cursos de Ingeniería donde las mujeres están en posición interesante. También me ha llamado la atención que hay un grupo importante de mujeres que son ingenieras llegando a la carrera del Conicet, es decir, ingresando como investigadoras. En otras palabras, aunque todavía hay menos mujeres en la especialidad, se destacan notablemente. Y ni hablar de lo que es la presencia femenina en las facultades tradicionalmente concurridas por mujeres.”

Dora Barrancos se lamenta de que estas cifras no signifiquen que haya posiciones expectables en la universidad: “Ha aumentado el número, hay más rectoras pero no en la proporción que sería justa. De todos modos, yo vaticino que en 25 años, el cuadro de la buena investigación en la Argentina tendrá una feminización notable. Y no estoy hablando de situaciones laborales que al feminizarse se envilecen, pierden prestigio, creo que no es el caso. Una vez que se abrieron las puertas, aumentó la competencia femenina, se han franqueado vallas que parecían inexpugnables, hay alta competitividad en el trabajo académico de las mujeres, se están viendo los resultados. Hay disciplinas como Historia y Sociología donde es evidente yo diría la sobrerrepresentación de buenas investigadoras. O sea, son más en número y en rendimiento de calidad”.

En consecuencia, a Dora Barrancos no le extraña la presencia femenina tan fuerte en los otros consumos que tienen que ver con la cultura. “Advierto que las mujeres están ofreciendo aspectos de una subjetividad más dinámica, a medida que se han ido quebrantando los antiguos pactos de la vida doméstica. Creo, es una hipótesis, que con las grandes fisuras y tembladerales de los ‘90, época en que muchas mujeres apechugaron, tuvieron que sostener familias –me refiero a las de clase media que consume cultura– esos aspectos negativos de la situación tuvieron una conversión positiva en cuanto a la dinámica femenina, que se volvió más autónoma. Diría que la concurrencia de las mujeres al teatro, por ejemplo, es parte de la dinámica de estos nuevos dispositivos femeninos, más vinculados a lo externo, menos proclives a determinada edad a atender a hijos crecidos y a nietos...”

Cuando Barrancos estuvo dando clases en el Hannah Arendt comprobó in situ que la mayor parte de la concurrencia estaba compuesta por mujeres: “Es que el consumo letrado, por así llamarlo, es femenino, y hay una gran cantidad de gente madura, que tiene más de 45, consumidora de bienes culturales. Hay una apetencia muy grande en las mujeres que, en general, se están permitiendo muchas oportunidades en zonas donde antes eran solamente fisgonas, o sólo accedían a lo que se suponía era específico para ellas. Se ha abierto en los últimos años un juego mayor de oferta para disfrutar, gozar, entretenerse, cultivarse, socializarse que las mujeres están tomando en gran escala. Ahora que llega el Centenario, viene a cuento recordar que hacia 1910 sucedía lo inverso: se salía en familia, con el marido... Encontrarse entre mujeres es del período de posguerra para acá. No se trata de bandera feminista sino más bien de una repercusión diferente de las relaciones entre el adentro y el afuera. Las mujeres se han posicionado de otra manera, sobre todo a partir de los ‘90. Y bueno, las revoluciones nuestras son silenciosas, como la que llevó a la contención de la natalidad, sin estridencias pero con una efectividad indiscutible: en muy pocas décadas se redujo la tasa de natalidad de manera sorprendente. Y otra revolución silenciosa es ésta: la ocupación de lugares públicos y de dimensiones de la vida que antes eran prerrogativas masculinas. Las mujeres están pasando las murallas. En esta crisis del sistema, las mujeres salen con mayores agallas, dan la vuelta por arriba de la crisis, hacen algo creativo, reverberan las viejas apetencias de un país letrado. Les digo a los muchachos con mucho cariño: no se preocupen, cuando necesiten cupos, se los vamos a dar... Felizmente, las viejitas se están entusiasmando mucho con hacer apropiaciones, reapropiaciones, darse gustos y goces. Y las jóvenes ya tienen abierto un camino que espero que sea muy creativo, de mucha autodeterminación”.

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