ENTREVISTA
Escritora, poeta, ensayista, feminista desde siempre, galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de este año, la canadiense Margaret Atwood pasó fugazmente por Argentina. ¿A qué vino? A participar en un congreso internacional de conservacionismo de aves, causa de la que es ferviente activista. Sobre conciencia ecológica, literatura y feminismo se explayó ante Las 12, cada vez que uno de sus propios chistes lo permitió.
› Por Soledad Vallejos
Se dice que Margaret Atwood sabe imitar los cantos de distintos pájaros de una manera extraordinaria. Dicen que podría engañar a las aves, y que hace unos días lo demostró interpretando todos los sonidos posibles de un cuervo. Alguien que las ha visto cuenta que ella y la princesa imperial Takamado, de Japón, son imparables cuando se sueltan en medio de un campo para hacer avistaje de aves. De hecho, si tarda en llegar a la cita es porque le cuesta abandonar la Reserva Ecológica de Costanera Sur, adonde llegó con los demás participantes de la Conferencia Mundial de Conservación de Aves de Birdlife International –ella y su marido, Graeme Gibson, son presidentes honorarios del Club de Aves Raras de la asociación–. Es una mañana llena de sol y Atwood se demora. Mientras tanto, las leyendas urbanas sobre esta escritora canadiense que en un par de semanas recibirá el Premio Príncipe de Asturias (y a quien de tanto en tanto se menciona como candidata al Nobel), que fue feminista antes de que las norteamericanas pusieran de moda el término, que tanto puede escribir poesía, novelas o ensayos con la misma agudeza (no hay más que leer la mítica entrevista que, en 1978, le hiciera Joyce Carol Oates para el New York Times), que parece tener un humor inesperado , crecen. La expectativa también.
Entonces aparece: una mujer menuda, de rulos plateados y mirada azul; lleva una cartera, un chal rojo, lanza un buenos días general, se sienta. Avisa a la intérprete que ella comprende el español bastante bien, pero que tal vez necesite que le apuntale algunos términos; explica que las aves importan porque “nos indican la salud del planeta, y si ellas están en problemas, nosotros estamos en problemas”.
–For example... –dice Atwood.
–...por ejemplo –dice la intérprete, que ha traducido simultáneamente cada una de sus palabras, y Atwood la mira sin poder contener la carcajada por el cuerpo a cuerpo verbal.
–... un árbol maduro produce los 2/3 de oxígeno necesario para un hombre. Si taláramos todos los árboles, nos moriríamos asfixiados.
Demuestra que su preocupación ecológica no es improvisada. Agrega cifras sobre la escasa atención que se presta al cuidado del planeta. “En el mundo de habla inglesa, el 97 por ciento del dinero destinado a caridad va a parar a cuestiones relacionadas con el ser humano; la mitad del 3 por ciento restante va a las mascotas, perros y gatos... canarios... y así sucesivamente. Eso quiere decir que sólo el 1,5 por ciento se le da al planeta. El planeta del que dependemos para todo: comemos, bebemos y respiramos.” Esa, agrega, es la situación que ella y un grupo de gente de todo el mundo intenta cambiar, tomando a las aves y su cuidado como punto de partida. Atwood es una novelista que se especializa en narrar distopías: utopías negativas de futuros sombríos, donde se ha perdido todo, o especialmente, donde se ha perdido lo humano, una ruina que comienza en la falta de atención al mundo de alrededor.
Justamente ella ahora agrega:
–Ahora imaginen un mundo sin árboles, sin flores, sin aves, sin animales. Solamente con edificios. Piénsenlo. Es lo que estamos haciendo.
–Soy muy optimista. Hay una crisis, de eso no hay duda, pero no está perdido todavía. Lo que me hace optimista es la energía y el entusiasmo de la gente de organizaciones como Birdlife. Aquí identificaron las diferentes zonas donde hay pájaros. Y ese parque... la Reserva Ecológica... aquí, en medio de su ciudad, ¿no es algo? Si van mañana, van a ver un poster grande que dice “área importante de aves”. Lo inauguramos esta mañana, con la princesa Takamado. Fuimos a hacer avistaje ahí.
Aunque su formación fue en Letras, en sus textos, y en lo que dice ahora mismo, hay ecos múltiples, filosóficos, sociológicos; hay un pensamiento inquieto que será todo lo voraz que necesite para entender dónde está parada. “Bueno, crecí en medio de biólogos (su padre lo era, su hermano lo es), y leí biología, digamos, pop... o sea, siempre y cuando no tuviera que prestar atención a la parte técnica, lo leía, disfrutaba las ilustraciones, todo por diversión. Yo casi estudio biología, ¡mi familia siempre pensó que iba a ser una buena botánica! Así que sí, leí otras cosas. Y en la universidad leí filosofía, mucha filosofía. Odiaba el positivismo lógico. Me interesaban la ética y la estética.” En esa época también se especializó en dos tipos de literatura. “Una es la inglesa, y la otra la francesa... con el ridículo resultado que cuando fui por primera vez a Francia podía recitar Racine pero no podía preguntar dónde está el baño, o decir ‘¿podría traerme un café?’.” No le gusta mencionar qué escritores vivos elige para su biblioteca, porque “los demás escuchan a quienes nombré y después dicen ‘¿por qué no habló de mí?’”, pero asegura que la lista es larga, y que entre vivos y muertos el espectro es amplio, casi universal. Hay excepciones, claro, pero marcadas por el ritmo de la industrial: la literatura latinoamericana y española, por ejemplo, cuyo acceso, estando en Canadá, viene limitado por la escasez de traducciones. Algo, sin embargo, ha tenido oportunidad de leer.
–Cada país tiene en su literatura alguna manera típica de matar a sus personajes. Además del asesinato, quiero decir. En Australia son los cocodrilos, los tiburones, las víboras venenosas y también el perderse en el desierto, donde la gente se calcina. En Argentina, ¿cuál es? Piénsenlo. Perderse en situaciones absurdas, o meterse en problemas en la ciudad, laberintos, problemas que no pueden resolverse, vagar sin sentido y que pase algo. Es un sentimiento surrealista. En Canadá tenemos: ahogarse, congelarse, y una vez cada tanto encontrarse con los osos –la voz aflautada se convierte en una risa vagamente ronca–. Si vas al norte, donde están los esquimales, siempre podés tener una conversación muy interesante sobre osos. ¿Por qué? Porque los osos polares no le temen a nada, no huyen de las personas... Los osos polares no temen a nada salvo a las morsas machos. La morsa tiene estos dos dientes enormes, se los clava al oso, el oso muere. Claro que la morsa también puede ser peligrosa para las personas... ¡Si vas en kayak, pueden ser peligrosas, suelen andar en grupos grandes, como un equipo de fútbol!
Calla celosamente el tema de su próxima novela, que se editará el año próximo; pero cuenta que en octubre aparecerá –en inglés– un libro ensayístico increíblemente a tono con la sensación apocalíptica que emana de Wall Street: Payback. Debt as Metaphor and the Shadow Side of Wealth (algo así como Revancha. La deuda como metáfora y el lado oscuro de la riqueza).
–Es un tema muy del siglo XIX, de esos donde un personaje se deja llevar y pierde su dinero. También es muy siglo XIX que tenga un título y un subtítulo... Pero el tema de las deudas y la riqueza permite pensar sobre el comportamiento primigenio del ser humano frente a estas situaciones, la relación entre acreedores y deudores... Por ejemplo Bovary, podría haber seguido cometiendo adulterio felizmente hasta ser vieja y estar llena de arrugas, si hubiera sabido usar mejor un libro de doble entrada, si hubiera sabido llevar una doble contabilidad. Lo que la perdió no fue su comportamiento sexual, sino endeudarse. ¡Y el acreedor se quería cobrar, entonces revela todo!
–En realidad soy una pre feminista, empecé antes del movimiento del ‘68. Pero en Canadá no sufrimos el lavado de cabeza que hubo en Estados Unidos, por la posguerra: las mujeres deben estar en sus casas, no deben tener cerebro. Nosotras no tuvimos eso. Sí tuvimos abuelas muy fuertes, que podían serlo porque trabajaban en las granjas, también tuvimos madres fuertes, ellas no pensaban que las mujeres no tenían que decir nada, no hacer nada, no pensar nada. Y a mí me dijeron tenés que prepararte para hacerte cargo de tu vida, para ganarte la vida... ¡porque puede ser que un día lo necesites! –estalla en risas–. Entonces no te quedabas esperando al príncipe azul. Genial si aparecía, pero podía no aparecer, así que nos preparamos para tener trabajo y una vida económica independiente.
–Ante todo, en los ‘80 y los ‘90 hubo una reacción mundial ante el término feminismo. Muchas de las cosas que habían propuesto las feministas, digamos, iniciales, ya estaban aceptadas por las mujeres jóvenes, las mismas que decían “yo no soy feminista”. Pero si intentás poner a esas chicas en las condiciones que había en los ‘50 y ‘60, gritarían mucho, no las aceptarían para nada. Y si analizás las condiciones de los últimos 300 años, ¿qué pasa? Los debates eran: ¿las mujeres deben tener educación?, ¿deben leer, deben poder criar a sus niños?, ¿deberían heredar dinero?, ¿y tener cuentas bancarias?, ¿pueden conseguir trabajo? Claro, si se hicieran esas preguntas ahora, todos dirían que sí sin dudarlo, pero esos fueron grandes debates en su tiempo... ¿Tienen las mujeres alma? Algunos de los padres de la Iglesia decían que no, que sólo los hombres tenían alma, que las mujeres se asemejan a los animales. Quiero decir, muchos temas propuestos por el feminismo ya son de aceptación general, pero en su momento no fue fácil. En realidad es una cuestión de terminología. Digamos que en muchas partes del mundo todavía se están peleando las primeras batallas, y las batallas de los derechos humanos están pendientes en lugares donde las mujeres todavía son tratadas como animales... Por otra parte, si la pregunta es si hombres y mujeres son iguales, yo tengo que decir que no, ¡son diferentes! Está demostrado, por ejemplo, que hay diferencias neurológicas, que hombres y mujeres no piensan lo mismo. Por ejemplo: los hombres aceptan el riesgo, por eso entran en edificios en llamas. La mujer se para y dice “yo ahí no me meto”. ¡Por eso los bomberos (firemen) son bomberos y no bomberas, a las mujeres no se les convence de hacer eso! Hay un premio, los Darwin Awards, que se otorga a personas seleccionadas, por hacer algo muy arriesgado y estúpido... tanto que se mataron al hacerlo –apenas puede seguir hablando, se tienta por sus propias palabras–. La mayoría de los ganadores son hombres, es un premio póstumo. Los hombres hacen bungee jumping, saltan de puentes con la cuerda bungee... ¡wiiiii! La mujer diría: “primero midamos las distancias...”. Y hay una razón evolutiva para esto: cuando el león estaba atacando, alguien tenía que ir atrás con un palo, mientras la mujer se quedaba escondida en el bosque...
–Creo que tiene que ver con la idea de lo justo, lo correcto en un sentido moral (fairness). Tiene que ver con esa ecuanimidad que uno quiere tener presente cuando ve un grupo que no está siendo tratado de manera equitativa e igualitaria. Los seres humanos tenemos esa noción innata, podemos decir cuándo algo es injusto. De allí viene el feminismo, de allí vienen los movimientos sociales. Porque la gente va a tolerar hasta cierto grado de inequidad, en especial cuando se les dice eso es lo que quiere Dios o algo así. Pero si lo llevás muy lejos, saben que no es justo. Intentarán encontrar un balance. Claro, a veces van muy lejos en la otra dirección, y hay que volver atrás. Siempre se trata de un movimiento pendular. Por eso me gusta estar en el medio. Y porque soy canadiense... Tenemos un dicho: hay un concurso, completar la expresión “as canadian as” (tan canadiense como). Y el ganador fue: “as canadian as possible under the circumstances” (tan canadiense como sea posible teniendo en cuenta las circunstancias). Eso es lo que somos: as canadian as possible under the circumstances. Es muy interesante.
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