Vie 03.10.2008
las12

TALK SHOW

Guardar memoria

› Por Moira Soto

“Sí, odio profundamente a los militares, pero también odio a la Iglesia Católica que permitió todo eso: las torturas, las desapariciones, el robo de los chicos. Dijeron que había que robar a los hijos de los contrarios al régimen para que esos hijos de comunistas se transformaran en buenos católicos. Lo peor que se pudo haber hecho: que esos chicos vivieran con los familiares de los asesinos de sus padres: así lo quiso la Iglesia Católica mientras los curas estaban contando cuentos de la Sagrada Familia.” Con voz firme y bien templada, sin dejarse ganar por la emoción, Elsa expresa sus sentimientos y proclama su acusación en uno de los pasajes más impactantes de Elsa, de J.W. Berger (con la cooperación dramatúrgica de Armin Petras), una producción del Instituto Goethe, el Teatro Maxim Gorki de Berlín y el Espacio Callejón, protagonizada por Ellen Wolf, Gaby Ferrero y Javier Lorenzo. Wolf, a punto de cumplir los 82, se interpreta a sí misma bajo el nombre de Elsa en esta ficción histórica que recupera su historia y la de su familia para preservarla del olvido, para proyectarla hacia el futuro en una imaginaria cápsula del tiempo.

Una cápsula que, reformulada escénicamente gracias al inspirado trabajo creativo de la directora Carolina Adamovsky, se abre en el presente, todos los sábados, para desplegar la vida novelesca de una persona absolutamente fuera de serie: Ellen Wolf. Una mujer que llegó con sus familiares muy joven a la Argentina, escapando del nazismo, después de pasar un tiempo en Suiza; dejó de lado sus deseos de estudiar canto para casarse y tener hijos; se hizo cargo de una estancia al quedar viuda en 1975 y dos años después —bajo la dictadura militar— desapareció una de sus hijas, de 21, y entonces ella crió a su nieto. Sus otros hijos fueron emigrando, en algún momento, Ellen retomó el estudio de la matemática y a los 70 decidió ser actriz. Estudió teatro, estuvo en obras como Marlene, Jamón del Diablo, y en 2005 descolló en La omisión de la familia Coleman, suceso de crítica y de público —tres años en cartel—, labor que la llevó a ganar el premio Trinidad Guevara. J.W. Berger vio esta actuación, conversó con Ellen, conoció su historia y —alentado por Armin Petras— empezó a escribir una pieza inspirada asimismo en charlas con una hija y el nieto de la actriz, residentes en Europa.

Docente y actriz, además de directora (su puesta anterior, Comunidad, sobre un cuento de Kafka, merecidamente exaltada por la crítica, se repone en función especial el domingo próximo a las 19 en Espacio Callejón), Carolina Adamovsky aceptó una apuesta francamente aventurada: enfrentarse a la reescritura de los testimonios colectados y sintetizados por Berger. Puro relato, como dice ella, con cierta marca periodística a la que debía encontrarle un soporte dinámico para evitar justamente el registro testimonial. “Al principio fue difícil, casi no podía tocar el texto, apenas cortar un poco, y me aparecía la necesidad de quebrarlo por todos lados. Había que crearle una estructura sobre la escena para que el público pudiera seguir un hilo, crear una distancia para acerca más el relato. Entonces surgió la idea de que la propia familia graba, filma sus recuerdos.” Con estos recursos —a los que se suman proyecciones de fotos, películas caseras, objetos personales de integrantes del elenco, músicas evocadoras—, Adamovsky se vuelve coautora por la importancia decisiva de estos aportes que conducen a que la tensión narrativa se renueve de continuo. Incluso esta puesta logra que se genere una emoción a partir de la reflexión, también de la admiración que despierta esta mujer que se instala en el escenario para dar a conocer su verdadera historia, incluida la revelación de un secreto familiar que supera cualquier situación culminante de folletín. Una mujer de esa edad, con semejante temple, rebosante de energía, a años luz de la autocompasión. “Orgullosa y estoica”, le dice la excelente actriz Gaby Ferrero que interpreta a la hija. Acertada definición para una persona que supo sostener y resistir en medio de desengaños brutales, de un dolor inconmensurable. Que nunca se sintió dueña de sus hijos ni de su nieto, a quienes transmitió con su conducta su concepto de libertad.

En la edición del año pasado de Teatro x la Identidad, se ofreció Vic y Vic, de Erika Halvorsen, con Melina Petriella y Victoria Grigera encarnando a una nieta recuperada y a una HIJA (actuada por la propia Grigera) y permitiéndose chistes sobre su condición. Este año se estrenó una poética pieza de Mariana Eva Pérez que subvierte los lugares transitados por el teatro vinculado a los efectos de la dictadura, eludiendo rigurosamente toda tentación de patetismo: “Abaco es su título y acaba de reestrenarse. Elsa avanza por este camino renovador y sin autocomplacencias, rescata la figura íntegra y jugada de una joven mujer desaparecida y asesinada, que pudo salvar su vida exiliándose en Alemania y no lo hizo; que renunció al confort y se fue a vivir en una villa... Digna hija de su madre Ellen, Elsa, la mujer que está ahora sobre el escenario y de la que dice el actor Javier Lorenzo, representando a su nieto: “Me crió una mujer fascinante que llevaba adelante una estancia, iba a 180 por la autopista, tenía amantes”.

Elsa, los sábados a las 21 a $ 25 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759, 4862-1167

Abaco, los domingos a las 19.30 en Teatro Payró, San Martín 766, 4312-5922

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