Vie 24.10.2008
las12

El legado de la amazona

Escritos entre 1978 y 1980, Los diarios del cáncer de Audre Lorde son la desgarrada memoria del tiempo en que esta mujer negra, lesbiana, madre, poeta, feminista –una identidad múltiple que ella misma necesitaba desplegar anticipándose a la teoría queer– se enfrentó a la enfermedad como una guerrera: develando al miedo, buscando las fuentes de poder que le ofrecían tanto el erotismo como su red de amistades, esquivando las soluciones cosméticas que no hacían más que perpetuar el binomio mujer y apariencia. En este mes en que se intenta concientizar sobre el cáncer de mama, este texto –recién traducido al castellano– resulta tan oportuno como fundamental para poner palabras a aquello que suele estar destinado al silencio.

› Por Veronica Gago

Es una sobreviviente, pero no escribe como una sobreviviente. Lo hace como una guerrera que no ha abandonado el miedo. Audre Lorde es una feminista, negra, lesbiana, madre y poeta que logra que esa sucesión de saberes-elecciones-y-haceres se enrosque como una víbora que va cambiando de piel al ras del piso, mientras despliega en la escritura de sus diarios una gran tarea de amor para dejarles a otras (conocidas e ignotas). Pero sobre todo se trata de una construcción destinada a sí misma, a percibirse como “miríada de yos”, como siendo en simultáneo todos los personajes de sus propios sueños, como una mujer que sabe que ya nunca podrá volver a ser la misma. En Los diarios del cáncer (publicado por Hipólita Ediciones, en su primera traducción completa al castellano a cargo de Gabriela Adelstein), Audre Lorde investiga las palabras que puedan estremecerse al igual que su cotidianidad. Que transita desde la biopsia hasta la detección de un tumor en su seno derecho, que va librando batallas y victorias frente a la muerte, que lidia con fantasías vertiginosas de una enfermedad que puede asaltarle todo el cuerpo, que resiste los altibajos del antes y el después de decidirse por la mastectomía. En el mes que se celebra la lucha contra el cáncer de mama, conviene esta lectura valiente. Que visibiliza el cuerpo de cada una como un terreno de batalla, donde se juega un combate entre poderes muy distintos: el de lo erótico y el autocuidado a la par de la maquinaria cosmética y quirúrgica; el de los prejuicios racistas y estéticos y el del miedo a ser no deseada o a perder las ganas de hacerse el amor a sí misma en simultáneo al poder curativo de una red de amistades. Son poderes que, muestra Lorde, exigen un entrenamiento de una consigo misma. Y de un lenguaje que sea también como una nueva piel.

UNA AMAZONA EN NUEVA YORK

Se cuenta que las jóvenes amazonas se extirpaban el seno derecho para ser mejores arqueras. ¿Es posible convertirse involuntariamente en una amazona? Lorde trae varias veces en sus páginas la imagen de estas quinceañeras decididas, casi como imprevistas aliadas mitológicas. O no tan imprevistas tal vez para esta mujer que cuenta que “crecer siendo una negra, gorda, casi ciega en EE.UU.” requiere también de los saberes del arco y la flecha para no morir.

Lorde nació en 1924 en el Harlem norteamericano y murió en noviembre de 1992. Hija de migrantes llegados de Grenada (una isla de la colonia británica ubicada al sudeste del mar Caribe), empezó a escribir poesía desde la escuela primaria. Estudió para ser bibliotecaria en la Columbia University, se licenció en filosofía y literatura y por entonces se casó con el abogado Edward Rollins, con quien tuvo dos hijos. Se separó ocho años después. Estudió un tiempo en México y, más tarde, fue invitada como “poeta residente” al Tougalloo College (Mississippi). Allí conoció a la mujer que sería su pareja por diecinueve años: Frances Louis, quien aparece también en sus diarios como la amante y compañera que la sostiene en esos años difíciles del cáncer.

Su primer libro de poemas, The First Cities (Las primeras ciudades), fue publicado en 1968. Fue el inicio de una trayectoria editorial que la tuvo como editora de libros –Lorde fue cofundadora de The Kitchen Table-Women of Color Press (Editorial de mujeres de color La Mesa de Cocina)–, como editora periodística –codirigió el periódico lésbico Chrysalis– y como autora nominada a varios premios importantes por sus libros, incluido Los diarios del cáncer.

EL SILENCIO NO TE PROTEGERA

“Cada mujer responde a la crisis que trae a su vida el cáncer de mama a partir de un esquema general, que es el diseño de quién ella es y cómo ha sido vivida su vida.” A partir de esta idea precisa y filosa, Lorde se propone desentrañar sus reacciones frente a la enfermedad, a la posibilidad de la muerte, a la convivencia con el dolor. Por eso mismo se ve obligada a desentrañarse a sí misma, a interpretar lo que ha hecho y la arquitectura sobre la que montó su vida.

Para cada mujer, agrega en estas notas, “el tapiz de su existencia diaria es el campo de entrenamiento para manejar las crisis”. Y ante el cáncer, analiza, se estructuran dos tipos de reacciones genéricas. Una es tapar el dolor y querer hacer la vida de siempre, para no ser vistas como simples víctimas. Supone un gran esfuerzo: convencerse que los sentimientos del dolor pueden quedar ocultos. Otra –y éste es el gran legado de Lorde– es sumergirse en el minucioso estudio de la guerrera: “No quiero que mi ira y dolor y miedo se fosilicen en otro silencio más, ni me roben la fortaleza que puede haber en el centro de esta experiencia, abiertamente reconocida y examinada”.

Lorde propone así investigar(se). No para “ver el lado positivo de las cosas”, como se burla de cierta perspectiva banal, que cree que al desdramatizar se gana tranquilidad. La investigación es parte de lo que exige un verdadero combate: saber con las fuerzas con que se cuenta, conocer a fondo los miedos y flaquezas y evaluar las armas del enemigo. Por eso la lista de cuestiones a tratar es también un relevo concreto de desafíos: “El engaño de la prótesis, el dolor de la amputación, la función del cáncer en una economía del lucro, mi confrontación con la mortalidad, la fuerza del amor de las mujeres, y el poder y las recompensas de una vida consciente”.

La perspectiva de la muerte como posibilidad cercana reorganiza de manera involuntaria la vida entera. Pero esa reorganización puede ser catastrófica o puede intentarse como una lucha sobre una misma a partir de la transformación del silencio en lenguaje y acción. “Al tomar conciencia, forzosa y esencialmente, de mi mortalidad, y de lo que yo deseaba y quería para mi vida, por más corta que fuera, las prioridades y las omisiones quedaron claramente dibujadas bajo una luz impiadosa, y de lo que más me arrepentí fue de mis silencios.” Propone Lorde a sus lectoras repasar esos silencios: las sucesivas esperas del momento oportuno, siempre postergado, para hablar, o las expectativas en ser hablada por las palabras de otras personas. El efecto es el de un lenguaje completamente exigido: “Un compromiso con el lenguaje y con el poder del lenguaje, y con recuperar de ese lenguaje lo que ha sido usado en nuestra contra”.

LOS DIARIOS

Entre 1978 y 1980, Lorde escribió sus diarios. Luego hizo una suerte de montaje entre algunos de sus pasajes, los pensamientos que iba grabando en el hospital donde no podía escribir y algunas reflexiones posteriores que surgieron a veces de la relectura de los diarios. Tienen la sabiduría de quien lleva a fondo una decisión: tomar como experiencia su día a día. “Y sí, soy totalmente autorreferenciada ahora porque es la única traducción en la que puedo confiar, y estoy segura de que recién cuando cada mujer rastree uno por uno los hilos sangrientos y autorreferenciales de su tapiz, comenzaremos a alterar el diseño entero.”

Es en la fuerza expresiva que va logrando para narrar cada una de sus sensaciones donde esa autorreferencialidad conquista la fuerza de una palabra pública, completamente disponible para otras. Porque lo que Lorde ofrece es una invitación a descifrar los propios miedos que se enquistan como silencios. “A veces el miedo me acecha como otro tumor maligno, restando energía y poder y atención a mi trabajo. Un resfrío resulta siniestro; una tos, cáncer del pulmón; un moretón, leucemia. Esos miedos son más poderosos cuando no se les da voz, e inmediatamente aparece la furia por no poder evitarlos. Estoy aprendiendo a vivir más allá del miedo viviendo a través de él, y en el proceso aprendo a convertir la furia contra mis propias limitaciones en una energía más creativa. Me doy cuenta que si espero a no sentir más miedo para actuar, escribir, hablar, ser, voy a estar enviando mensajes con una tabla Ouija, quejas crípticas desde el otro lado. Cuando me atrevo a ser poderosa, a usar mi fuerza al servicio de mi visión, entonces es menos importante si tengo o no miedo.”

Más allá de la ilusión (idealista) del fin del miedo, se trata de conocer el miedo como parte de la propia naturaleza para justamente dejar de temerle. Familiarizarse con él para desarmarlo. No suponer su desaparición mágica para no paralizarse cuando llega. Atravesarlo. Convivir con él al punto de adivinarle sus mañas. En este sentido, el diario deja de ser íntimo, o dicho de otra manera: radicaliza su intimidad a punto de volverse manifiesto político, interpelación de una hermana extranjera o de una maestra sabia, como con la que sueña a veces Lorde. Desde ahí, la pregunta es frontal: “¿Cuáles son las palabras que todavía no tenés? ¿Qué necesitás decir? ¿Cuáles son las tiranías que te tragás día a día e intentas hacer tuyas hasta que te enfermes y mueras de ellas, todavía en silencio?”.

MULTITUD SEXUAL

En el poema que se titula “Mujer”, Lorde escribió: “Pero yo que estoy limitada por mi espejo/ además de por mi cama/ veo causas en el color/ además de en el sexo/ y me siento aquí preguntándome/ cuál de mis yo sobrevivirá / a todas estas liberaciones” (The Black Unicorn, 1978). La famosa teórica feminista y amiga de Lorde, Adrienne Rich, dijo a partir de estas palabras: “Audre Lorde se niega a circunscribirse a una única identidad simple. Escribe como mujer negra, como madre, como hija, como lesbiana, como feminista, como visionaria”. Y, efectivamente, hoy muchos de los escritos de Lorde se inscriben como precursores de la teoría queer. En ellos aparece la radicalidad de una multitud sexual, una multiplicación del yo que desacata el régimen político de la heterosexualidad. Y también un desafío estricto al feminismo blanco, a sus comodidades, desde una feminista que dice que parte de una vida conquistada a la muerte porque “en América no se suponía que sobreviviéramos”.

Escribe en su diario: “Soy definida como otra en cualquier grupo del que formo parte. La de afuera, la extraña, a la vez fortaleza y debilidad”. Sobre esa ambivalencia, Lorde ancla el vaivén de su escritura: una poesía que se resiste a ser un lujo, las limitaciones devenidas atributos, las propias visiones tomadas como sabiduría directa y las fantasías como materia de iluminación de la palabra. Negarse a escribir desde ese ser siempre otra es también una forma del miedo, “una renuencia a reconocerme a mí misma, a mis propias experiencias y a los sentimientos que están enterrados en ellas, y a las conclusiones a ser extraídas de todo eso”.

La de Lorde es una escritura de la autoconstrucción, que hace del tono personal una táctica guerrera. Que borra los límites entre escritura y confesión, entre investigación privada e invectiva pública, para llegar a una intimidad política no espectacularizada sino fuertemente disruptiva y amorosa: “Porque soy una mujer, porque soy negra, porque soy lesbiana, porque soy yo misma, una guerrera negra haciendo mi trabajo, que viene a preguntarles: ¿están ustedes haciendo el suyo?”.

LA PROTESIS COMO MORAL

Apenas después de que le extirparan uno de sus pechos y mientras se recupera en el hospital, a Lorde se le acercan de una organización de ayuda a las pacientes del cáncer con un paquetito: es un corpiño especial y un bollo de lana de cordero para rellenarlo. Las reflexiones que Lorde va enhebrando seguirán un hilo rojo: poder versus prótesis. Primero, porque describe con maestría cómo estas organizaciones de ayuda generan en las mujeres post-mastectomía “un vínculo regresivo con el pasado que es enfatizado por la concentración en el cáncer de mama como problema cosmético, un problema que puede ser resuelto mediante una simulación protésica”.

La inmediatez del ofrecimiento le hace advertir a Lorde que se trata de un aliento a “no aceptarse a sí misma como alguien física y emocionalmente real, aunque haya sido alterada y traumatizada. Este énfasis en la cosmética postquirúrgica refuerza el estereotipo de mujer de esta sociedad: somos sólo nuestra apariencia, así que éste es el único aspecto de nuestra existencia que necesitamos resolver. Cualquier mujer a la que se le ha sacado un pecho por cáncer sabe que no se siente igual. Pero no se nos permite tener tiempo o espacio psíquico para estudiar cuáles son nuestros verdaderos sentimientos, hacerlos propios. Con rápido consuelo cosmético, se nos dice que nuestros sentimientos no son importantes, que nuestra apariencia es todo, la suma total de nuestro yo”.

Su decisión a no aceptar la prótesis le quita la simpatía de las enfermeras, genera mala cara en sus médicos, y en una consulta posoperatoria le explican que produce daño “moral” que sea vista por otras mujeres, en la sala de espera, sin prótesis. Además, le aconsejan, la prótesis resulta fundamental para evitar problemas a la hora de reinsertarse en la vida social y laboral. ¡Justo a ella le van a advertir sobre la discriminación! “Sugerir que la prótesis es una solución a la discriminación laboral es como decir que la forma de luchar contra el prejuicio racista es que los negros simulen ser blancos.”

Lorde es despiadada con las propuestas de alivio express que ofrece la prótesis. Con astucia analítica, desmenuza en su diario lo que la simulación física de la prótesis significa para la mujer post-mastectomía. Primero: la obliga a hacer el duelo en secreto, “como si esta pérdida fuera el resultado de algún crimen del cual fuera culpable”; segundo: “la aleja de lo que significa esa constelación en términos de su vida, y de las prioridades del uso del tiempo que sea que tiene por delante”; por último: “la incentiva a ignorar la necesidad de vigilancia nutricional y armadura psíquica que pueden ayudar a evitar la reaparición del cáncer”.

De la investigación social-comercial-ambiental (“los vínculos entre grasa animal, producción hormonal y cáncer de mama no son un secreto”) a la elucidación de la maquinaria de actores que interviene sobre la definición de lo que debe ser el cuerpo femenino (“¿Es una coincidencia que los cirujanos plásticos más interesados en vender la reconstrucción mamaria y más involucrados en los aspectos superficiales de los pechos de las mujeres hablen el lenguaje de los cerdos sexistas?”) pasando por las posibilidades de la medicina alternativa, va transitando la prosa íntima–pública de Los diarios del cáncer devenidos cuadernos de notas del estudio minucioso de la guerrera. “La prótesis ofrece el consuelo vacío de ‘Nadie va a notar la diferencia’. Pero es precisamente esa diferencia la que yo quiero afirmar, porque la he vivido, y sobrevivido, y quiero compartir esa fortaleza con otras mujeres. Si vamos a traducir el silencio que rodea el cáncer de mama al lenguaje y la acción contra este mal, entonces el primer paso es que las mujeres con mastectomías se hagan visibles unas a otras. Porque el silencio y la invisibilidad van de la mano de la impotencia.”

LO EROTICO COMO PODER

Dice Lorde que el amor de las mujeres la sanó. “Además de la energía de mujeres fuera de mí, sé que debe haber habido una energía correspondiente dentro de mí que me permitió conectarme con el poder que fluía.” Ese poder que fluía, cuenta, se compuso “de un conjunto especial y vívidamente erótico de imágenes y sentidos”. Contra la “espiritualidad falsa” tan a la moda, Lorde reivindica lo erótico como fuente de poder.

Escribe: “Lo erótico es un recurso dentro de cada una de nosotras que descansa en un nivel profundamente femenino y espiritual, firmemente enraizado en el poder de sentimientos no expresados o no reconocidos. Para perpetuarse, toda opresión debe corromper o distorsionar las fuentes de poder, en el interior de la cultura del oprimido, que puedan proporcionar energía para el cambio. Para nosotras, esto ha significado una supresión de lo erótico como fuente de poder y conocimiento en el interior de nuestras vidas (...). De ahí hay sólo un paso a la falsa creencia de que solamente por la supresión de lo erótico dentro de nuestras vidas y de nuestras conciencias las mujeres podemos ser realmente fuertes. Como mujeres, hemos llegado a desconfiar de ese poder que surge de nuestro más profundo e irracional conocimiento. Pero lo erótico ofrece un pozo de fuerza para la mujer que no teme su revelación”. Otro descubrimiento de la guerrera.

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