TALK SHOW
› Por Moira Soto
Del pintor Robert Blue a Madonna & Gaultier, de Clara de noche a Natalia Oreiro, del historietista Dave Stevens a Dolce & Gabanna (y la lista podría extenderse largamente...), muchos/as han sacado provecho de la chica que se inventó a sí misma, sin pagarle un centavo de regalías. Tanta gente lucrando desde los ‘80 con la imagen de la linda sureña que de niña tuvo que pasar dos años en un orfanato, junto con una de sus hermanas, porque su madre sola no llegaba a sostener a la numerosa familia lavando y planchando, en los años en que su marido estuvo preso por robar un auto. Una sureña de frente enorme que más tarde disimularía con un célebre flequillo, imitando a Miss Lace, la protagonista del comic Male Call (en la ilustración), creado por Milton Caniff a pedido del ejército para sostener (quizás elevar) la moral de las tropas aisladas en el Pacífico.
Bettie Mae Page, nacida en 1923, al parecer abusada por su padre de regreso de la cárcel, alimentó desde chica el deseo de ser actriz y cantante, se subió todas las veces que pudo al escenario del colegio secundario, hizo pruebas frente a productores que no supieron ver su carisma y su desenvoltura, estudió seriamente teatro con el maestro Herbert Berghof (que la alentaba), soñó con estar en las marquesinas de Broadway, pero obtuvo el éxito en un rubro que no figuraba en sus cálculos cuando llegó a Nueva York, ya divorciada de un compañerito de colegio: como modelo sexy de fotógrafos amateurs primero, luego de profesionales, hasta llegar a la doble central de Playboy, no sin antes haber aparecido en postales, revistas para hombres, cortos, tres largos.
Esa intensa carrera de pin-up que apenas duró siete años tuvo su azaroso momento de largada en Coney Island, otoño de 1950, cuando Bettie, aburrida de trabajar como secretaria en Manhattan, ve a un negro que hace gimnasia en la playa. No por sureña Bettie era racista y se detuvo a conversar con el moreno, que resultó ser Jerry Tibbs, policía y fotógrafo en sus ratos libres, que la puso en contacto con clubes del último ramo. Ya provista de su flequillo curvo, Bettie empezó a ir a sesiones de fotos con tipos que más tarde se hicieron conocidos, como Sam Menning (“ella simplemente irradiaba”, comentó en un doc de 1997), Art Amsie (“Bettie era una perfeccionista capaz de chapotear en el agua helada con cálida sonrisa para no arruinar una toma”). Todos los que testimonian sobre ella coinciden en que Bettie Page entendía en el acto lo que querían de ella, pero también sabía lo que ella quería: jugar, divertirse, moverse a sus anchas, interpretar por instantes distintos personajes. De hecho, aunque más tarde añadiera a pedido elementos fetichistas sadomaso, Page construyó su look básico (peinado, cierto estilo de vestuario de los ‘40 que evoca a chicas fatales del noir) cortando y cosiendo su propia ropa pero también haciendo regularmente gimnasia.
Ya era secretamente conocida entre cierto público masculino cuando entra a trabajar en el estudio de Paula e Irving Klaw, donde además de posar para tapas de libros y revistas, postales y secuencias de imágenes picarescas, debuta en el largo con Striptorama, comedia para adultos, junto a Lili St. Cyr y Rosita Royce; la segunda película sería Teaserama y la tercera Varietease. Lo curioso –caprichos de la hipocresía– es que para sortear dentro de lo posible la censura, en las fotos y los films de Bettie no aparecen hombres. Además de las múltiples imágenes donde sale desnuda, en biquini, disfrazada, con animales, en las tomas de bondage (atada y amordazada, o propinando suaves latigazos), Page está con otras chicas, para regodeo del ojo masculino, en escenas hoy graciosamente pintorescas. Vale destacar que, entre tanto fotógrafo, dos mujeres apreciaron y exaltaron el don de Bettie para posar con desinhibición y versatilidad. Paula Klaw y la ex modelo Bunny Yeager que le hizo la famosa foto para Playboy, apenas ataviada con el gorro prestado por Papá Noel y una bola del arbolito en la mano (justo tapando la entrepierna) y también una serie de preciosas tomas en Miami, en muchos casos desnuda y feliz al aire libre.
Pero en 1955 apareció un senador demócrata, Estes Kafauver, decidido a investigar la influencia de la pornografía en la delincuencia juvenil. Paula e Irving Klaw fueron citados a declarar, también Bettie, pero no llegó a hacerlo porque los hermanos se refugiaron en la quinta enmienda. No fueron procesados, pero debieron cerrar el boliche y quemar fotos y negativos. A Bettie este episodio la afectó mucho, aunque no se sentía culpable. Después de concretar algunos laburitos, la sureña que no había logrado sus metas de trabajar ni en Hollywood ni en Broadway, deja todo y se borra como Greta Garbo. Aunque en realidad su desaparición no produce mayor impacto, porque si bien tenía popularidad entre sus consumidores, no era un personaje público; nadie de la prensa la tenía en cuenta por su talento o su personalidad. Así, de dejarse querer por la cámara y agitar ratones, Bettie pasó a ser una ferviente evangélica, convencida de haber tenido una iluminación en una iglesia de su terruño. Se dedicó a estudiar la Biblia y participó en las cruzadas de Billy Graham. Fanatizada, quizás un tanto chapita, un día salió a la calle pistola en mano anunciando la ira de Dios, y fue internada. Más adelante, trabajando de mucama, hirió a su empleadora con un cuchillo de cortar y de nuevo fue puesta en tratamiento. Cuando por fin la encontró un periodista en los ‘90, en California, y concedió una entrevista a la TV, desde la sombra, se la escuchó decir: “No me arrepiento de nada, disfruté posando, traté de hacerlo lo mejor posible”.
“The Notorius Bettie Page”, dirigida por Mary Harron y protagonizada por Gretchen Mol y Lili Taylor, el domingo 26 a las 23 por I-Sat.
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