Viernes, 2 de enero de 2009 | Hoy
FEMINISMOS
Periodista, profesora universitaria, guionista pero sobre todas las cosas poeta y feminista, la peruana Rocío Silva Santisteban habla de los riesgos de asociar el patriarcado con los hombres –y no como sistema– y de cuán necesaria es la radicalidad de ese movimiento político al que adscribe. Y, por supuesto, habla de poesía, de cuánto trabajo es necesario invertir en las palabras para que éstas puedan alumbrar un verso.
Por Sonia Tessa
Rocío Silva Santisteban es poeta, periodista, feminista. Vive en Lima, y pertenece a un conjunto de mujeres peruanas que comenzaron a escribir simultáneamente, sin conocerse, y no tardaron en ser calificadas como las poetas eróticas. Nacida en 1963, sitúa el albor de su vida de escritora en un año muy movido para su país: “En 1980 pasaron muchas cosas en el Perú –relata–. Como el inicio del conflicto armado interno, con una secuela tremenda y terrible. En aquella época yo estudié en la Universidad y, al mismo tiempo, un grupo de mujeres comenzamos a escribir poesía y narrativa. Fue una casualidad. Ni nos conocíamos, nos fuimos haciendo amigas después”. Ese punto de encuentro daba cuenta de una identidad común. “Teníamos el legado espiritual y cultural de los ‘70. Había interés por la cultura, la producción, la literatura, pero también por la libertad, por el sexo”, relata sobre una búsqueda que nunca cesó.
Aquellas mujeres que comenzaron a escribir al mismo tiempo, bajo la inspiración del libro Noches de Adrenalina, de Carmen Ollé, no funcionaron nunca como grupo, ni tuvieron producción conjunta. Más bien se cruzaban en los recitales de poesía y se iban convirtiendo en compinches. Hasta que, hace unos pocos años, varios críticos literarios se ensañaron con ellas, y las calificaron como “las gárgolas de la literatura”. Fue entonces que publicaron una carta abierta, firmada por más de 70 autoras. “Nos habían querido enfrentar con las escritoras más jóvenes, pero al final, ellas también firmaron nuestra carta”, relata Rocío.
Integrante de esa generación que mucho después se reconocería como tal, Rocío no sólo es escritora. También es periodista y profesora universitaria. Lo primero que dice cuando se la contacta para la entrevista es que lee Página/12, y en especial este suplemento. La autora de los poemarios Asuntos circunstanciales, Ese oficio no me gusta, Mariposa negra, Condenado amor y Turbulencia, así como el libro de cuentos Me perturbas, tiene un amplio campo de acción. El periodismo lo desarrolla en el diario peruano La República y también en La Insignia, de España. Pero también lo hace a través de su blog, kolumnaokupa.blogsome.com. Además de dar clases en distintas universidades, dirige del diplomado en periodismo de la Universidad Jesuita de Lima. Hizo todo tipo de trabajos, algunos que recuerda con poco cariño, como el de guionista de telenovelas, una asfixiante posibilidad de supervivencia que surgió cuando en el diario en el que trabajaba la conminaron a elegir entre la continuidad de su formación y el empleo. “Soy una tipa ultradispersa. Siempre escribo sobre el multiempleo ansioso, que proviene de pensar que si tú dices que no a un trabajo se te cierra una puerta y te da pánico, y entonces dices que sí. Sí, sí, sí, sí”, repite irónica.
Además de sus dificultades para decir que no a las ofertas de empleo –una característica de fácil identificación–, realiza análisis del discurso, desde una perspectiva de género. Se considera heredera del feminismo de los años ‘70, y es hipercrítica del actual devenir del movimiento en su país. “Se institucionalizó de una manera horrible en los ‘90, de pronto todas las feministas trabajaban en ONG, eran feministas de planilla (a sueldo)”. Y recuerda que por entonces, “ciertas feministas institucionalizadas” hicieron un acuerdo con el gobierno de Alberto Fujimori para avanzar en sexualidad reproductiva. “A la larga fue un desastre. En aquel momento, Virginia Vargas, que es una feminista peruana de la primera ola, dijo algo que me pareció importante. Lo que no es bueno para la democracia no es bueno para las mujeres. No puedes hacer un pacto con una dictadura porque esté reivindicando los derechos de la mujer, eso me parece atroz”. El resultado –según su análisis– fue la destrucción, lisa y llana, del movimiento social de mujeres, que había crecido en los años ’80, en paralelo al feminismo peruano. Se trataba de “un inmenso entramado de comedores populares, apoyadas por programas de supervivencia del gobierno aprista, que fue desestructurado y tirado a la basura por Fujimori. Un tejido social que se desorganizó”.
Por eso, cree que las feministas no deben renunciar nunca al activismo, al impulso revulsivo, de cuestionamiento cultural al patriarcado. Y rechaza que sólo se trabaje para incidir en las políticas públicas. “Ocurre que para eso tú tienes la financiación de tu ONG, puedes poner tus resultados al final del año, y los mandas a las financieras. En cambio, qué resultados vas a plantear en un año para un tema cultural –dice y rememora–. Aunque hay algunas pocas ONG que en Lima lo han estado haciendo. De hecho, el grupo Flora Tristán estuvo trabajando mucho en el tema de publicidad sexista. Hace ocho años la publicidad de cerveza en el Perú era atroz, era hipersexista, hipermachista y ahora no hay un solo cuerpo de una mujer calando junto a una botella de cerveza.”
A la par de esos reconocimientos, ahonda las críticas. “Las feministas decidieron incidir en políticas públicas a través de lobbys y dejaron la fuerza radical del feminismo. Pero sí veo que en estos momentos en el Perú está resurgiendo, con grupos de gente muy joven”, describe. Para ella, “el feminismo en términos amplios debe incidir en que la opresión masculina es un sistema, y no es necesariamente algo que sea intrínseco en los varones”. Para lograrlo, le parece “bien importante activar en el feminismo, algo que no se debe olvidar, y se debe hacer gratuitamente”. Así es como sostiene un taller de poesía en una cárcel, pero ni lo menciona durante la entrevista.
Rocío estuvo en Rosario para el Festival Internacional de Poesía, donde leyó sus textos y participó de intercambios diversos, uno de ellos con detenidos en una cárcel de Rosario, del que participaron todos los poetas que estuvieron en el festival. “Un interno me preguntó en qué momento escribo. Me puse a pensar y de pronto me salió la sinceridad total y le dije que lo hago cuando estoy deprimida. Para mí la poesía también es como un ejercicio de sostenerme. Es importante simbolizar, sacar, y la poesía me permite eso. Claro que después uno tiene que corregir mucho, porque sino sale espuma, como diría César Vallejo”, aplica a su trabajo. La conversación con ese detenido está contada en uno de los últimos posteos de su blog, con su propio sello poético, claro.
La pregunta del interno de la cárcel rosarina se repite en muchos lugares. Cuándo escribe, cómo escribe. “De primera mano, siempre te sale una cosa horrorosa. La poesía no puede existir sin trabajo, sin el trabajo del verso, no puede existir, es imposible”, consideró. Como ejemplo, trae dos anécdotas. Una de ellas, de un escritor peruano del siglo XIX, Ricardo Palma, a quien una señora le preguntó cómo escribía poesía. “Es muy fácil, usted comienza con una palabra y termina con una palabra. Y después, las palabras finales, trata de rimarlas unas con otras”, contestó el artista. La señora le preguntó: “¿Y en medio?”. La respuesta fue un tanto desalentadora: “Ah, talento”. También el brasileño Jorge Amado, en una conferencia a la que asistió la propia Rocío, contó su teoría. Para el autor de Teresa Batista, cansada de guerra –según el relato–, “un escritor tenía que tener tres cosas. Una, inspiración, el talento. Dos, un trabajo de esclavo, tiene que ser esclavo de su propio trabajo. Y tres, tiene que tener suerte. Y es verdad, si no tienes suerte”
Suerte, privilegio. En verdad, el currículum de Rocío es impresionante. Y lo logró con sacrificio. Estudió derecho y Ciencias Políticas, está diplomada en estudios de Género y es magíster en Literatura Peruana, cursó el doctorado de Literatura Hispanoamericana en Boston University. Y aunque le haya costado, se considera una privilegiada. Para ella, se trata de otra convocatoria a la acción. “La poesía para mí es un activismo. Tengo una cierta responsabilidad, ya que he tenido el privilegio de recibir la educación que tengo, en un espacio como América latina, donde los niveles de analfabetismo de las mujeres son altísimos, lo menos que puedo hacer es devolver. Es mi responsabilidad mínima”, afirma sobre su tarea de poeta. “Cuando mis amigas se quejan de la poesía yo les recuerdo todos los lugares del mundo que conocemos gracias a la poesía”, cuenta entre risas.
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