Vie 20.12.2002
las12

UN AñO INOLVIDABLE PARA LAS MUJERES

regreso sin gloria

Por Dolores Valle

En la catástrofe económica del 2002 se cumplió rigurosamente aquello de “las mujeres y los niños primero”. Y no porque se les diera prioridad en las tareas de salvamento sino por todo lo contrario: tuvieron que absorber tempranamente el impacto más brutal de la crisis y probablemente deberán convivir largo tiempo con las consecuencias.
El desamparo de gran parte de la población infantil está a la vista y es conocido el dato de que los chicos son absoluta mayoría entre los pobres y los indigentes. Se dice bastante poco, en cambio, sobre el deterioro de la situación de las mujeres. Sin embargo, la realidad indica que el 2002 resultará inolvidable para casi todas, por motivos más bien desalentadores.
Para empezar, las trabajadoras domésticas soportaron los efectos de dos calamidades. Por un lado, la recesión hizo bajar drásticamente la demanda de estos servicios, como lo ilustra una investigación recién divulgada del Banco Mundial (“La crisis argentina y su impacto en el bienestar de los hogares”) para la que fueron encuestadas 2800 personas en todo el país. Allí se revela que cuatro de cada diez familias que habitualmente contrataban personal doméstico eliminaron o redujeron esta partida de su presupuesto en el 2002.
También el corralito hizo estragos, al restringir la circulación de dinero en efectivo, único medio de pago para el sector informal, donde se encuentra la mayoría de la fuerza laboral femenina. (En contra de lo que auguraba Domingo Cavallo en el clímax de su alucinación, las mucamas por horas, los vendedores ambulantes y las familias de cartoneros siguen sin asomarse al confort de la banca electrónica.)
En el caso de las mujeres que pasan extensas jornadas en un empleo, la mayoría no sólo debió absorber el trabajo doméstico que antes contrataba sino que tuvo que dedicarse, como ya venían haciéndolo en los últimos tiempos las amas de casa, a la manufactura hogareña de productos habitualmente adquiridos en tiendas y supermercados.
También esto aparece reflejado en el estudio del Banco Mundial. Puestos a indagar en las estrategias de las familias para hacer frente a la crisis, los investigadores observan que sólo el 13 por ciento logró incrementar sus ingresos mediante la incorporación al mercado laboral de la mujer o uno de los hijos. Frente a la imposibilidad de conseguir fuera del hogar el dinero que les permitiera mantener su capacidad adquisitiva, los argentinos dejaron de comprar bienes con alto valor agregado y recurrieron a la vieja alternativa de lo “hecho en casa”. El informe destaca que seis de cada diez encuestados dijeron que reemplazan productos y servicios con trabajo hogareño que, salvo escasas excepciones, realizan las mujeres: preparaciones culinarias a partir de ingredientes básicos, confección y arreglo de ropa, etcétera.
La tendencia es asombrosamente generalizada. Tres de cada cuatro mujeres del segmento más pobre de la población asumieron esta carga adicional de trabajo, pero también lo hizo el 43 por ciento de la clase media.
Las investigaciones de consultoras privadas sobre los recientes cambios de hábitos de los consumidores en el mercado local exhiben otras tendencias significativas.
Han mermado considerablemente las visitas semanales o mensuales a los grandes supermercados. Las amas de casa invierten cada vez más tiempo en recorrer almacenes y ferias, por tres motivos fundamentales: buscarprecios más bajos, alejarse de las tentaciones que siempre acechan en las góndolas y controlar el gasto, estableciendo cuotas de consumo. El stock de reserva hogareño se reduce al mínimo, con lo que las reposiciones de alimentos, bebidas y artículos de limpieza deben hacerse una o más veces por día.
Los productos más sofisticados para el cuidado de la ropa y la casa quedaron excluidos del presupuesto y se los sustituye por otros que demandan más esfuerzo. Esto es fácilmente comprobable en las campañas publicitarias. Sólo las marcas de mayor precio, dirigidas al segmento ABC1, se basan en la promesa de ahorrarle tiempo y esfuerzo a quien las use. La norma es ofrecer costo más bajo o rendimiento más conveniente. Parece casi abandonada la idea de que el tiempo de quien realiza las tareas domésticas es suficientemente valioso como para compensar el diferencial de precio.
En el sector de los llamados bienes durables se registra otra tendencia que apunta en el mismo sentido: un artefacto doméstico que se rompe difícilmente se cambia por otro nuevo; si es posible, se lo repara, y si no, se prescinde de él.
El desánimo y el pesimismo que atraviesan a toda la sociedad (según el estudio del Banco Mundial, cuatro de cada diez argentinos declaran sentirse siempre o frecuentemente desalentados) afectan particularmente a las mujeres, aprisionadas entre el clima hostil del mercado laboral y el agobio creciente del trabajo doméstico.
Nadie podría argumentar, sin una gran dosis de cinismo, que esta vuelta a las hornallas y a las labores de aguja tiene algo que ver con la revalorización de la vida hogareña que proponían las post-feministas norteamericanas años atrás. Este es un regreso sin gloria y sin alegría.
Pero no todo apunta en la dirección de una marcha atrás en la historia del género. A pesar de los muchos pesares, éste fue también el año en que miles de mujeres descubrieron, en marchas, piquetes y escraches a los bancos, que con las cacerolas también es posible intentar milagros fuera de la cocina.

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