INTERNACIONALES
El cuerpo y la intimidad de la italiana Eluana Englaro siguen sometidos al escrutinio público, a pesar de su muerte el lunes pasado. Pero si de algo sirvió el caso de esta mujer en estado vegetativo irreversible fue para poner en evidencia la soberbia y oscurantismo del gobierno de Silvio Berlusconi.
› Por Milagros Belgrano Rawson
Hace unos días que Eluana Englaro ya no está en este mundo, pero la opinión pública de su país sigue inmiscuyéndose en su cuerpo y vida privada. Días antes de su muerte en una clínica del Norte de Italia, centenares de manifestantes, mujeres en su mayoría, blandían pedazos de agua y vasos de agua, convertidos en improvisados símbolos de la lucha contra la eutanasia. Como si a eso se limitara la vida, a respirar, saciar el hambre y la sed, buscaban demorar un procedimiento que, luego de diez años de batallas judiciales libradas por su padre, Beppino Englaro, había sido finalmente aceptado por la Cámara de Apelaciones de Milán. “Me entristece que las tentativas del gobierno de salvarle la vida hayan sido inútiles”, dijo el presidente del Consejo italiano Silvio Berlusconi cuando se anunció la muerte de esta mujer de 38 años. “Il Cavaliere” se encontraba entonces en el Parlamento, que debatía contra reloj un proyecto de ley que buscaba prohibir la interrupción de la alimentación de un paciente imposibilitado de hacerlo por sí mismo –y que fue luego aprobado tras la muerte de la joven–. Desde que el caso se hizo público, el gobierno italiano calificó de “inmoral” la decisión de Englaro de luchar por el derecho a morir de su hija. Pero si de algo sirvió esta historia fue para poner en primer plano la inmoralidad, arrogancia e ignorancia de la clase dirigente italiana.
Desde la llegada al poder de Berlusconi en el 2001, el Parlamento de ese país se ha llenado de legisladores nombrados y no elegidos y que sistemáticamente aprueban leyes que permiten al primer ministro esquivar las 17 causas que en la Justicia hay en su contra. Además de las vedettes con las que Berlusconi habría mantenido relaciones y que ahora integran no sólo el staff de la RAI –la televisión pública que, sin embargo, es controlada por el premier– sino incluso su gobierno, “Il Cavaliere” se las ha arreglado para hacer entrar en el Congreso a sus tres abogados, su asesor fiscal, su médico personal y varios correligionarios implicados en causas de enriquecimiento ilícito, amén de varios socios que lo ayudaron a edificar su imperio económico. Mientras la opinión pública italiana permanece impávida ante el machismo político y los escándalos de corrupción de Berlusconi, otra opinión pública, la “berlusconista”, como el periodista Eugenio Scalfari insiste en llamarla, expande sus tentáculos. Seguridad, tolerancia cero, xenofobia y confianza ciega en su líder es su credo, además de una particular visión del catolicismo. Se dice católico, aunque no practicante, pero en su campaña electoral del 2006 Berlusconi, por entonces alejado temporariamente del gobierno, instó a los católicos de su país “a pensar bien antes de votar por la izquierda” porque ésta planeaba, según el premier, aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo y la eliminación de subsidios a las escuelas católicas. Mientras, dentro de las filas berlusconistas, el ala “atea devota” representada por el periodista cercano a Benedicto XVI Giuliano Ferrara hacía campaña contra el aborto. En julio pasado, cuando el caso de Englaro ya era de dominio público, el periodista promovió, junto al Movimiento por la Vida italiano, la iniciativa de depositar en el atrio del Duomo de Milán botellas de agua para protestar contra la sentencia del tribunal que, según Ferrara, condenaba a la joven a morir de hambre y de sed.
Eluana no murió, como estaba previsto, días después del retiro gradual de alimentos por vía endovenosa, sino de repente. Como si su cuerpo no hubiera sufrido lo suficiente, ahora se encuentra en manos de médicos forenses que lo diseccionan para determinar si su muerte fue compatible con lo previsto en el protocolo médico aprobado por la Justicia que permitió la interrupción de su alimentación. Antes de su muerte, su padre había pedido a la periodista Marinella Chirico que la visitara en la clínica donde pasó sus últimas horas. “Eluana estaba exactamente como uno puede imaginar a una mujer en estado vegetativo desde hace 17 años: absolutamente irreconocible. Una mujer completamente inmóvil cuyo cuerpo debe ser cambiado de lugar cada dos horas para evitar que se doble”, fue el comentario de Chirico al salir de la clínica. “Si mucha gente viera una foto de Eluana en la actualidad se callaría, pero no lo haré jamás”, dijo su padre, sometido al feroz escrutinio público desde que decidió pelear en los tribunales por el derecho de su hija a una muerte digna. Con el testimonio de Chirico, Beppino Englaro buscaba acallar las grotescas críticas que ponían en duda el estado de salud real de su hija.
Después de 10 años de trajinar por los juzgados de Milán, este hombre sencillo y calmo pudo hacer respetar los deseos de su hija. Por primera vez en la historia italiana, al aprobar su pedido de desconectarla de los instrumentos que la mantenían con vida, la Justicia se expresó a favor de la libertad de conciencia y la autodeterminación. El dato no es menor en un país donde la influencia del Vaticano en la política se ha acrecentado en los últimos años. En vez de mostrarse atenta y comprensiva con los problemas concretos de la gente, la máxima institución católica se limita a dar frías demostraciones de autoridad, sobre todo en lo que concierne a los temas éticos como el aborto, la reproducción asistida y la eutanasia. Mientras la jerarquía eclesiástica se dedica a intervenir en la legislación italiana, pocos parecen notar que las tomas de posición del Vaticano, legítimas como las de cualquier otra confesión, sólo coinciden con la visión de los ciudadanos católicos practicantes y no con las del conjunto de la ciudadanía italiana.
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