PERSONAJES
Anna Paquin, la actriz que ganó un Oscar a los 11, se retiró para terminar el colegio, tuvo una adolescencia feliz lejos de Hollywood y vuelve (al cine y la tele) cada vez con más gloria.
› Por Soledad Vallejos
Anna Paquin es rara y se le nota.
Sigue teniendo los dientes tan separados como hace quince años, cuando subió al estrado de la Academia para recibir su Oscar a la mejor actriz de reparto y dio el discurso de agradecimiento más notable en años: treinta eternos segundos de silencio, en un evento –¿es preciso recordarlo?– que suele destacar por la sobredosis de palabras. Anna Paquin tenía 11 añitos y había entendido tanto y tan rápido del showbizz que, en lugar de explotar haberse vuelto reconocible como la nena de La profesora de piano (era Flora, la hija de Holly Hunter), en lugar de entrar en la adolescencia alardeando porque Jane Campion la había escogido a ella –que no quería actuar en nada y estaba en el casting acompañando a su hermana– de entre cinco mil niñas que sí estudiaban actuación, en lugar de pasearse con el premio y dejarse mimar por Hollywood y tragarse años tenebrosos, como los que suelen soportar los talentos precoces... se retiró a la paz de su hogar.
Anna rechazó un guión tras otro durante un par de años. Así como no había llegado a un set de filmación de manera intencionada (porque lo suyo era tocar cello, piano, nadar), no pretendía subirse a la montaña rusa de las películas teens y de estudiantes en ebullición consumista-hormonal. Desde el Oscar hasta eso de los 18 años, se negó a aceptar roles, con excepciones: sufrir como Jane Eyre (en una versión de Zeffirelli, 1996), cuidar una bandada de aves huérfanas (Volviendo a casa, 1996), poner la voz a un par de comerciales... ¿Por qué hizo eso? Porque quería terminar el colegio: aunque nacida en Canadá, sus padres eran neocelandeses, y a esa tierra original había regresado a los cuatro años, allí cursaba la primaria y llevaba una vida común. Siguió su camino, luego hubo mudanza a Hollywood por divorcio de sus padres. Cumplió con el servicio comunitario que prescribía su colegio al finalizar los estudios (atendió una cocina en un centro de educación especial), y había empezado la universidad, pero sólo cursó un año. El viento había cambiado: le proponían con más frecuencia cosas que le interesaban.
El fin del siglo le trajo un par de batacazos, como los blockbusters mundiales de los X-Men (2000, 2003 y 2006; ella era Rogue, la chica peligrosa y con look capilar símil Sontag), un rol de grupie en Almost famous (2000), el coprotagónico de La hora 25 (2002) y el rol de chica pizpireta y desesperada que acosaba a un Jeff Daniels en pleno divorcio de Laura Linney en The squid and the whale (2005). “Preferí papeles de adolescente que se introducía en un mundo de adultos”, explicó cuando le preguntaron por qué eligió saltearse las películas teens (“no supondrían ningún reto para mí”). Para rematarla, en 2006 cumplió el sueño de la productora propia, Paquin Films, un berretín que comparte con su hermano mayor Andrew, y del que resultaron Blue State (2006) y Margaret (tiene fecha de estreno para este año).
Y entonces le llegó la propuesta de audicionar para una nueva serie de HBO: tanto le gustó el guión de True blood que fue a una audición tras otra (cinco en total), aceptó teñirse para ser tan rubia como la heroína freak soñada por la escritora Charlaine Harris. Finalmente, Anna se convirtió en Sookie Stackhouse, la camarera de pueblo que tiene un don que detesta (puede escuchar los pensamientos de los demás) y conoce a un vampiro cuya mente no lee, le atrae románticamente y siente la tensión sexual (Sookie es virgen: nunca logró intimar con nadie sin leerle la mente), se banca los prejuicios de los vecinos, que no soportan un mundo lleno de vampiros que salen del ataúd y pelean por sus derechos civiles. Sookie, dijo Anna, es una chica “muy dulce, vulnerable, inocente y un poco intrépida. No es uno de esos personajes femeninos que tienen que escoger entre ser dulce, femenina y guapa o dura y fuerte”. ¿Qué otra cosa la atrajo de la serie? Que tiene una intención política: “Todo el mundo dice ‘ellos (los vampiros) dan miedo, son peligrosos, van a matarnos’. Y Sookie es más de ‘ve a conocerlos’. Lo desconocido no es necesariamente algo de lo que debes tener miedo”.
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