DANZA
Con el cuerpo bajo la lupa y la idea de hacer dialogar lo humano y lo animal, Opus Corpus II, de la finlandesa Favela Vera Ortiz, revisita la carne desde la danza contemporánea con tres bailarinas argentinas de la compañía Fuera de Eje en escena.
› Por Guadalupe Treibel
Hay tres mujeres y un escenario oscuro. El cuerpo, motor y detonante, está en su color natural, mientras las cabezas se vuelven una forma, sólo una forma anatómica, tapada con medias de nylon. Lentamente, los pasos se desarticulan en una conversación que define el límite de lo humano. La música es suspiro, mientras las bailarinas exploran la carne, la elasticidad, el grotesco. Con la animalidad como bandera, como inevitabilidad de la condición Persona, Opus Corpus II se vuelve una obra necesaria para revisitar y reivindicar las capacidades expresivas del cuerpo. Como un paisaje anatómico observado a través de un microscopio.
Con coreografía de la finlandesa Favela Vera Ortiz y baile del grupo independiente de danza contemporánea Fuera de Eje (Melina Martínez, Paloma Macchione, Marina Ottomano), la obra propone –durante la media hora que dura– un espacio escénico despojado, donde la luz y el movimiento pondrán en primer plano al protagonista de la cuestión: el cuerpo y su animalidad. Y su humanidad, claro.
Con algunas modificaciones, la obra es una reposición del trabajo de Vera Ortiz de 2005, Opus Corpus, con estreno en Finlandia, su país de origen. Gracias a una beca decidió traerla a Argentina y así lo hizo. Al menos, durante tres funciones.
Nacida en Helsinki, graduada en la Universidad de baile Danshögskolan, en Estocolmo, Suecia, en el año 2001, al parecer el estilo de Favela se refuerza y complejiza entre soportes: el movimiento abstracto, el teatro/danza o el performance. Un plan y una manera para cada idea.
Mientras trabaja con su beca para artistas de la Fundación de Cultura Sueca en Finlandia y prepara su próxima obra, Estación ET (entrecierras), con estreno en Helsinki en mayo de este año, repasa Opus Corpus, un tratado al cuerpo humano.
–Pienso al tiempo en redondo, que siempre vuelve. Los movimientos egipcios, por ejemplo, son algo viejo e histórico para la humanidad. Pero usarlos no significa hablar de historia de Egipto. Siempre hubo un cuerpo en movimiento. Y, en la obra, además de la propia exploración física, está el reconocimiento del cuerpo ajeno.
–No hay. Necesitaría más teatralidad para comunicar esa perspectiva, menos abstracción.
–Sí, pero ésta es una nueva versión con elementos diferentes. En la primera versión había bailarinas finlandesas sobre pista y paredes blancas. Era más clínico. Ahora estamos con muros negros, rotos, y me encanta porque hay más animalidad, más carne. Tiene un estilo similar al teatral y permite exaltar lo grotesco. De todas formas, explora la misma temática y lo hace con la misma música, que es del compositor finlandés Jan Noponen.
–Al principio, no sabía cuál era la versión para ellas. Buscamos juntas con improvisación. Sí ya tenía la idea de las medias de lycra para tapar la cabeza, la cara. ¡Tenía siete kilos gratis y había que hacer algo con ellas! En la primera versión, les había hecho trenzas a las finlandesas. ¡Pero las argentinas tienen mucho más pelo! Igual, me gusta mucho la forma anatómica que cumple sobre la cabeza la media. Y aunque al principio estaba preocupada porque el brillo del nylon podría hacer desaparecer a la persona, no sólo no ocurrió sino que, además, genera cierta idea de embrión. Si está el cuerpo viejo de Egipto y también hay embriones, ¡buenísimo! Recorremos todo el ciclo (risas).
–Yo pienso mucho en la energía del cuerpo. Y el movimiento es energía. En la primera versión, las chicas corrían y saltaban hasta el final. Iba subiendo y subiendo. En esta versión, hay una nueva investigación del movimiento. Y todo es distinto porque la energía también lo es. Hay una acontecer más lento; hay más tiempo por cuerpo para explorar la animalidad. Cuando la energía sube, es colectiva y ya se mantiene, aun sin movimiento.
–Hay también algo extraterrestre. Por las luces que alumbran de atrás, se ven siluetas recortadas. ¡Pero seguro que el iluminador algo me dice!
–Es una obra de movimiento abstracto y me gusta representarla así. Tengo algunas cosas más teatrales, con más escenografía. Pero OpusCorpus me gusta así. Si tengo una idea, busco la mejor manera para que la gente pueda verla. No fuerzo un estilo o movimiento. Por eso, las escenografías no tienen sólo lo que yo puedo hacer sino lo que quiero y las bailarinas sí pueden llevar a cabo. ¡Sinceramente me aburren un poco las clases de baile! Sobre todo, la parte técnica. Me gusta hacer mundos.
–Era una obra de diosas que paseaban entre columnas, fuentes y escaleras. Tres diosas hermanas, del destino, que tiraban de las cuerdas de la vida. Cuando las cortaban, asesinaban. Pero aunque los movimientos venían de esa idea, la gente no sabía que los estaban matando. Con Moerae estuvimos en el parque de Villa Ocampo por ocho espectáculos. Tampoco había demasiado presupuesto, entonces hice el vestuario con bolsas de plástico de supermercado: pelucas, tutús. Antes usaba bolsas; ahora, medias. También hicimos una versión para escenario que nunca se había estrenado hasta el pasado septiembre, cuando quedó seleccionado para un festival de Chile. Yo estaba en Finlandia. Por primera vez, no pude ir a mi propio estreno.
–Va más allá de ser hombre o mujer. Es algo anatómico. Es un espacio transparente, que podés ver, que está dentro del cuerpo. No son sólo formas. En Opus Corpus, es más difícil en cuanto a técnica. Hay diálogo entre lo animal y lo humano, un terreno difuso que no representa un personaje per se.
–Porque el hombre, lo humano, es animal. Cuando empezás a focalizar, como un zoom anatómico, ves más animal aún porque todos tenemos un cuerpo. Nos iguala.
–En realidad, a mí me gusta hacer movimientos sin música. Es mi estilo, un pulso de movimiento más que ir marcando el “uno, dos, tres, cuatro”. Me gusta que las bailarinas tengan el mismo pulso, se escuchen entre ellas. En el primer Opus Corpus, hice la coreografía y después el compositor hizo las melodías sobre lo armado. Ahora usamos esa música hasta el fin, durante los 30 minutos de obra. Lo que quise que esté sí o sí es la respiración (que es la respiración de la primera bailarina) y pálpitos del corazón. Era importante que el cuerpo esté presente también en lo que se oye.
–Llega el black y están en otro lugar. No puedo ver todo lo que pasa; tiene que ver con el tiempo. Es un rompecabezas. Antes de cada black, se explora una parte del cuerpo, salvo por el cuadro final que es integral. Y hay dos niveles, dos mundos cercanos de los que tomo cosas para mis obras. En este caso, uno sería el de las personas y otro el de los animales.
–(Risas.) Sí, es que ellas tienen más clásico y la idea de la obra es otra. Eso no significa que haya estudiado los movimientos animales. ¡Me gusta el gorila! La animalidad y su energía son muy puras y profundas. Todavía, después de años y años, la gente camina mirando al suelo y tiene relajada la postura. ¡Todavía estamos animales!
–Hay mucha gente que no tiene una buena relación con su cuerpo, que está muy en su cabeza y no lo conoce. No lo puedo comprender. Creo que la gente en conexión con su cuerpo tiene más fuerza. Justamente la obra no es una historia sino una energía que sube, que crece con concentración. Es un depósito de energía colectiva que no explota.
–Hubiese estado genial hacer más funciones, pero es todo el lugar que conseguimos por ser verano y con grillas armadas. De todas formas, espero que las chicas sigan buscando lugar para continuar con la obra cuando yo ya no esté en el país. Porque ahora tengo una beca para trabajar como artista un año. En tres semanas, me voy. Fue todo muy rápido. Comenzamos los ensayos en noviembre, cuando volví a Argentina. Apenas hicimos dos semanas de pausa y el resto del tiempo estuvimos trabajando ¡Me encantaría bailar más tango, pero todavía no pude! (Risas.)
–Mi papá (Eduardo Vera Ortiz) es argentino, de Buenos Aires, y músico. Yo nací en Finlandia, siempre viví allá. Aprendí español recién cuando vine en el 2007. Sí hablaba francés, alemán, inglés, sueco y finlandés. La primera vez que estuve acá fue en el ’98, pero hace dos años quise regresar para estar más tiempo, saber un poco más, conocerme a mí misma. Es algo raro porque siempre pude sentirme a gusto acá. Como en casa. En Finlandia, mi temperamento es argentino; hablo fuerte, soy vueltera para contar algo. Pienso y hablo como si fuera porteña. Debe estar en los genes.
–Creo que la idea sobre qué es danza contemporánea en Argentina es bastante cerrada. En Europa, en cambio, puede ser cualquier cosa. ¡Aunque no haya nadie bailando en el escenario! Es muy conceptual. También me han comentado que acá la gente no ve las obras de otros colegas. Yo comprendo esa idea porque mi inspiración no viene de otras piezas de baile. Viene de la gente, del ambiente, las discusiones, exhibiciones, libros, películas, del arte visual, la literatura.
–Me gusta su energía y sus colores fuertes. En la escuela hice algo inspirado en él, una obra basada en la repetición del movimiento teatral. ¡Y yo también uso figuras femeninas fuertes! No hice obras con hombres. Es que en Finlandia no hay muchos bailarines y los mejores están siempre ocupados. Y hay buenísimas bailarinas que no tienen trabajo.
Opus Corpus II se presentará los viernes 6 y 13 de marzo a las 21.30 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Reservas al 4863-2848. Entradas: $15 y $20.
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