Vie 10.04.2009
las12

TECH

Bajar el pulgar a la violencia

El videojuego japonés Rapelay incita a la violencia sexual contra las mujeres a través de reglas en las que se suman puntos con violaciones y abusos sexuales a niñas, adultas y adolescentes.

› Por Luciana Peker

La idea de sentir que bajar el pulgar es tener poder viene desde el circo romano o desde que en la infancia escuchamos el cuento del emperador bajando el pulgar y mandando a los leones a una desigual lucha entre cuerpo (humano) y dientes (leoninos). Desde hace rato que bajar el pulgar –un pulgar cada vez más utilizado a diferencia de casi todo el resto del cuerpo– es otra cosa. Hace tanto que ya es de culto recordarlo: el pacman apenas devoraba frutitas y huía de fantasmas y desde la guerra naval que el pulgar dispara fueguitos que encienden la adrenalina y muestran una pantalla que –literalmente– explota.

Es como el huevo y la gallina: no se sabe si un mundo más violento, más rápido, más artificial necesita de máquinas que simulen meter goles, matar y correr a toda velocidad para olvidarse de las amenazas, las limitaciones y el miedo. O si –en verdad– jugar a matar, a apretar el acelerador y a simular jugar también contribuyó –y sigue haciéndolo– a una violencia que no para. Pero pensar en que todo tiempo pasado fue mejor es tan inerte como apretar el pulgar. Y levantar el dedo para juzgar a todos los jueguitos electrónicos es una prueba de nunca haberse rendido a la pulseada de pulgares de unos fichines.

Sin embargo, la tolerancia a la ficción de los videojuegos tiene –y debe tener– límites. ¿Cuáles? La delgada línea por la cual se puede aceptar algún nivel de simulación y no otra es tan finita como la ranura por la cual se pasa la tarjeta para desalentar el game over. No necesariamente los criterios tienen que ser estancos o pesadamente correctos. Pero sí debe haber criterios. Un barco pirata que dispara es una simulación de una batalla histórica. En cambio, golpear –a través de algún alter ego– a los inmigrantes simulados es alentar una violencia real, actual y latente. No es igual, aunque todos los juegos parezcan estallar como chasqui bum frente a los dedos.

El videojuego japonés Rapelay (rape en inglés significa violación) pasa todos los límites del juego y representa una apología del delito en movimiento. El objetivo es violar a la mayor cantidad de mujeres posibles (por ejemplo una colegiala y una nena de diez años) e incluso (a medida que se pasan los niveles) la pantalla ofrece obligar a abortar a la víctima para convertirla en esclava sexual. “El jugador se ve metido en la piel del violador que ha logrado salir de la cárcel y se mete en una casa en la que viven tres chicas. En el juego dispones de varias opciones como recorrer cualquier parte del cuerpo, desnudarlas en un tren o en un parque y quitarles la ropa a tu antojo”, se presenta Rapelay.

Supuestamente, el videojuego se puede vender en Japón al público adulto, pero en Internet se consiguen copias truchas. El diputado británico Keith Vaz ya intentó prohibirlo cuando se enteró que Rapelay se podía conseguir por Amazon, donde ya no está disponible, según relató una nota del diario Crítica. En Brasil, el director de la ONG Thiago Tavares advirtió: “En muchos casos de pedofilia hemos visto a los criminales enviar juegos de este tipo para convencer a las víctimas que la relación entre un niño y un adulto es lúdica y natural”.

En Mendoza comprobaron que naturalizar y festejar la violencia sexual costaba sólo 12 pesos. La copia se podía comprar fácilmente en una galería céntrica –como demostró el legislador Miguel Serralta con sólo ir a buscar el videojuego–, a pesar de que nadie la importe oficialmente de Japón. Por eso, un proyecto presentado en el Senado provincial busca prohibir el videojuego y la Defensoría de los Derechos del Niño va a denunciar judicialmente al negocio que vendió la copia. Pero la idea es avanzar en la limitación a cualquier juego “que incite a cometer vejámenes contra la integridad sexual y/o violencia sexual” y la penalización con multas de 10 mil pesos (y el cierre del local) a quienes vendan que violar a una mujer da puntos.

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