CINE
La teta asustada es el multipremiado film de la realizadora peruana Claudia Llosa, que explora el modo en que el pánico es capaz de anular la sexualidad y hasta la vida entera.
› Por Guadalupe Treibel
Cuando el miedo arde en la sangre y llega por la leche, no hay vacuna ni medicina que salve. Al terror –de Estado, personal o histórico– no hay con qué darle; menos aún cuando es impuesto y corre con luz verde. La teta asustada, el film de la peruana Claudia Llosa, habla de eso de no saber cómo ser libre, de no dejar atrás los fantasmas, de ser convaleciente a las relaciones por no poner el cuerpo.
Porque Fausta, silenciosa protagonista, es hija del miedo. Veinticinco años atrás, el terrorismo en Perú se cobró a su padre y ella, desde el vientre materno, vio cómo violaban a su madre. El mito andino también se la cobró como víctima: tiene “la teta asustada”, enfermedad que las mujeres maltratadas durante la guerra pasaban a sus hijas cuando las amamantaban. Por eso, dicen que Fausta no tiene alma: del susto se le escondió bajo la tierra.
Los primeros minutos de cinta despiertan con la leyenda, en voz del canto quebrado de la madre en lecho de muerte. Voz quechua para tradición andina y llanto que acompaña el irse. En el rato que sigue, la mujercita deberá conseguir dinero para enterrarla y, con los días contados (el tío acepta conservar el cuerpo hasta que se case la prima de Fausta, para no empañar la felicidad), comienza el rito de pasaje: de una situación estanca de terror a otra ¿de felicidad?, ¿amor? Porque el recuerdo vale mientras no oprima el pecho; tiene que dejar respirar.
Ganadora del Oso de Oro a mejor película en el último festival de Berlín, la cinta de 95 minutos es una coproducción hispano-peruana que habla del crimen de género y el pánico que genera en todas las fichas del dominó. Ahora, dejarse vencer o seguir adelante será el punto clave para la muchacha personificada por la actriz/cantante Magaly Solier, sólida como Fausta.
Para eso, la mujer deberá hacer frente a su escudo autofabricado: la papa que se puso en la vagina para evitar que a ella también la violen. Así, el tono mítico sirve para una fábula que cruza la pobreza de Lima con las necesidades de orden moral, el sistema clasista (la “blanca” que contrata a Fausta y canjea sus canciones), el desprecio por el color de la piel, el pasado, el amor desde el diálogo mínimo y un tubérculo en el lugar menos pensado. “Para alejar a los asquerosos con el asco”, dirán.
Fausta será heroína siempre y cuando pueda romper con el pánico que la paraliza, pueda permitirse un amor, la sexualidad, una caminata (“No va sola a ningún lado”, explica la prima a un equis), cuando finalmente abandone la papa/armadura. A medida que se lance a la confianza, desde la inocencia irá conociendo flores y colores, en plenos suburbios devastados de una Lima pobre (con sus bodas rococó, sus piletas improvisadas y más).
Así, La teta asustada hace posible la esperanza y el terror, sin necesidad de mostrar el crimen. Con cada escena, cada plano, cada actuación (precisa), Llosa captura con sutileza la belleza que crece, aun donde –a primer vistazo– pareciera escasear. ¤
La teta asustada estrenó ayer, 9 de abril, y puede verse en el nuevo complejo Arte Cinema (Salta 1620), dedicado a películas de autor con cinco funciones diarias, desde las 15.
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