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En el origen fue Raël En el origen fue Raël
Los raëlianos son la secta que hace furor en el mundo, combinando con destreza mediática trajes espacialesy pipetas de laboratorio. No predican ni se dedican a seducir a adeptos, más bien arremeten con conferencias de prensa y su compulsión por los clones.
› Por Soledad Vallejos
Por Soledad Vallejos
Es como tener un embarazo, para mí y para toda la humanidad. Creo que es realmente hermoso”, deslizó, tal vez haciendo una de sus muecas de madraza de película de David Lynch, hace poco menos de dos años, cuando todavía era morocha y la lluvia de niñitos clones que planeaba sólo existía en sus sueños más dulces. Brigitte Boisselier no pasaba entonces de ser la ilustre desconocida que hablaba, ocasionalmente, en nombre de una secta que no llegaba ni a los talones de la popularidad glam de los cientólogos. Nadie tenía idea de dónde había salido y, la verdad, tampoco importaba demasiado. Pero algo debe haber cambiado radicalmente de un tiempo a esta parte. O por lo menos se modificó lo suficiente como para que, en estas semanas, hayamos escuchado y visto hasta el cansancio que la cloncita Eva nacida de padres norteamericanos, que la hijita de la pareja de lesbianas hipotéticamente holandesas, que los clones por venir. El asunto pareciera ser que, a esta altura de las (invisibles) evidencias, poco importa cuántos engendritos de pesadilla de ciencia ficción pudieran haber nacido en lo que va del 2003. Digamos que la cuestión, tal vez, sea otra: después del mentadísimo temor por la posible locura informática que sobrevendría a principios del año 2000, de los atentados contra las Torres Gemelas, y de los videos hogareños de Bin Laden, todo este asunto de los clones, los raëlianos y su científica doctorada en Química analítica Brigitte es una de las más grandes operaciones de prensa global de que tengamos noticia en los últimos meses. La pregunta, entonces, podría ser no tanto si efectivamente nacieron clones humanos como: ¿de dónde salieron ese periodista deportivo francés, Claude Vorhilone, devenido hermano de Jesús e hijo de Dios por obra y gracia del espíritu ovni que se hace llamar Raël, sus seguidores y la mujer francesa que afirma vislumbrar un futuro plagado de clones capaces de asegurar la inmortalidad de cualquiera, a cambio de unos módicos 200 mil dólares? ¿Por qué, de entre todas las sectas del mundo, son los raëlianos y no otros los protagonistas del que seguramente será el culebrón del año? Tal vez nunca tengamos tantas respuestas, pero por lo menos se puede intentar saber quién es esa chica ahora tan pero tan pelinaranja que, cada nacimiento de clon, organiza conferencias de prensa en lugares insólitos para que podamos seguir devorando las entregas folletinescas del que, quizás, recordemos en el futuro como el verano de los clones.
Dicen que soy obispa
Había una vez en Francia una señora felizmente casada, madre de tres pequeños, y portadora de un currículum por lo menos respetable (doctorado en Química analítica de la Universidad de Dijon, un post-doctorado sobre gases en alguna universidad de Houston, y todo con menos de 40 años) que trabajaba para Air Liquide, una compañía de gas líquido... como gerente de ventas para la región de Lyon. Pero su especialidad, como recordaron algunos de sus antiguos colegas en algunas entrevistas con medios franceses, eran “todos los métodos que permitieran separar mezclas gaseosas”, así que finalmente consiguió un lugar en el centro de investigaciones de la empresa, y asoció su trabajo al de una universidad abocada a la ingeniería molecular. Tal vez no sea más que pura malicia lo que afirman esos mismos ex compañeros de laboratorio sobre la inutilidad de las investigaciones y publicaciones de Brigitte (“sus trabajos no tenían absolutamente ninguna aplicación biológica o biomédica”), porque lo cierto es que la chica de “personalidad orgullosa” sólo se alejó de la empresa una vez que empezó a ventilar su nueva fe: el raëlianismo. No se sabe demasiado sobre cómo fueron sus primeros contactos de extraño tipo con ese señor de chivita y túnica blanca que decidió rebautizarse y crear una religión a su medida después de su segunda cita con los Elohim (en hebreo antiguo, asegura, “los que vinieron del cielo”), en 1975. Tal vez, el enamoramiento de esta secta que practica una suerte de teología de la creación científica (radicalmente opuesta al evolucionismo darwinista) haya comenzado con la lectura de alguno de los ¡5! libros que Raël publicó entre 1974 y 1980 para explicar cómo la Humanidad fue creada por esa raza espacial a partir de manipulaciones de ADN. O quizás, habida cuenta de que todavía no se habían filmado los Expedientes X, haya caído deslumbrada ante relatos que desgranaban cómo, de una máquina muy parecida a los platillos de Ed Wood, asomaban lentamente “dos pies, dos piernas y luego el resto de un cuerpo nítidamente antropomórfico, de aproximadamente un metro veinte, ojos alargados, largos cabellos negros y barba”. Alguna vez, Brigitte contó que escuchó el génesis según Raël recién en 1992, y que también ese día el misterio de la resurrección de Cristo quedó develado: había regresado de entre los muertos gracias a manipulación genética. Por eso, “considerar esta teoría que dice que fuimos creados por seres inteligentes, significa que ellos usaron su ciencia para darnos vida. Entonces, por eso la ciencia es tan importante”.
El asunto es que, por 1997, haber publicado un paper alabando la posibilidad de clonar humanos le costó el puesto, y es casi seguro que sus conflictos familiares hayan empezado cuando su marido Panos Cocolio (el mismo que, tras una “batalla jurídica demasiado difícil y demasiado grave”, según contara ella, obtuviera la tenencia de su hija menor, Ifigenia) empezó a cansarse de que la contribución mínima anual para conservar la membrecía del Movimiento Raëliano Internacional (el 7 por ciento de la renta total, libre de impuestos, o un mínimo de 1000 francos) llevara demasiado de los ingresos hogareños. Así que, una vez convertida en obispo raëliana, no esperó dos veces cuando su líder le propuso asumir como directora científica de una empresa con vocación de estrella internacional. Armó sus valijas y las de sus otros dos hijos (Marina, la mayor, que figura entre las 50 primeras postulantes a madres sustitutas de clones, y Thomas, el pequeño que quería estar cerca de sus amigos raëlianos) juró nunca más volver a pisar Francia, y cayó de patitas en Montreal, sede central y legal de Raël (autodenominado “El Mensajero”), que sabe aprovechar tradiciones de tolerancia cuando las ve.
Ovnilandia
Sentar las bases de Clonaid, la empresa que desde su página de Internet ofrece en estos días servicios de clonación de mascotas y humanos, mantenimiento criogénico de células para “su propio equipo de reparación genética”, o compra y venta de óvulos humanos (“¡el derecho a elegir la apariencia de su futuro bebé!”, tomando el té con la mujer donante; “si quiere comprar cigotas o vender las suyas por 5 mil dólares, por favor, contacte a nuestro biólogo”) parece que era poco para Brigitte. Mientras discutía los detalles del proyecto desde las aterciopeladas praderas de Ufoland, el pueblo raëliano respetuoso de la libertad sexual, el placer sensual y el amor a la ciencia de las afueras de Valcourt (una ciudad de la provincia canadiense de Quebec) con edificios e instalaciones que homenajean a los ovni amigos de Raël mediante esculturas y carteles de neón (“Ufoland”, “El Mesías vive entre nosotros”), decidió despuntar el vicio de la docencia. Y, ¡sorpresa!, dos universidades norteamericanas se disputaban su cátedra. El mundillo académico ya empezaba a conocerla como la mujer que defendía la clonación humana cuando la oveja Dolly apenas mostraba sus rulos (“me emocioné, significaba que la clonación humana era inminente, como decía Raël”), y tal vez por eso, tras una breve temporada en las aulas de Plattsburgh, la doctora se mudó al Hamilton College, que le ofrecía un contrato de tres años y la posibilidad de recorrer los mismos claustros de los que habían salido lumbreras como el pionero de las terapias sexuales William Masters y el ganador del Pullitzer y columnista prestigioso del Washington Post, Henry Allen. La Universidad todavía está intentando sacudirse la estela de sorna que le impregnó Brigitte cuando empezó a destaparse todo el tema de la clonación, poco antes de que venciera su contrato, pero parece que todos sus ex alumnos la adoran.
“No se puede prohibir la ciencia. Todos sabemos a qué lleva la prohibición, así que Raël fundó Clonaid y yo fui feliz de seguirlo. A lo largo de los años, empecé a recibir pedidos de parejas que querían tener hijos: infértiles, parejas homosexuales, personas solteras o personas con VIH, o toda esa gente que podría beneficiarse con este servicio. Y después de algunos años hablando con ellos, realmente, lo hice por ellos, porque creo que lo merecen, y no es justo decirles que no lo hicieran. ¿Por qué?, ¿por dignidad humana?”, explicó por CNN el 28 de diciembre, dos días después de anunciar el nacimiento de la primera clon... desde el lobby de un apart-hotel de Hollywood. Convertida en una especie de Madre Bondadosa freak de la Humanidad siglo XXI, Brigitte sabe qué hilos tocar para que su risa resuene tan alto como la vez que tuvo una audiencia personal con una comisión del Congreso de Estados Unidos, en marzo del 2001, para defender su proyecto de clonación humana. Y, además, siempre tendrá el apoyo del Frente Unido por los Derechos del Clon, el Movimiento liderado por un señor Randolfe Wicker, un columnista de GayToday que ya en 1997 decía adorar los planes de Brigitte y los raëlianos porque “el histórico monopolio heterosexual de la reproducción ahora está obsoleto”.