MúSICA
Adiós a la chancleta
María José Demare está tan orgullosa de haber “tirado la chancleta” que hasta sería capaz de organizarle una fiesta de despedida. A los cincuenta, por fin se sacó de encima la sombra de los hombres famosos de su genealogía y se atreve a cantar tangos componiendo sus propias letras, jugadas y autorreferenciales. Porque para ella la vida recién empieza.
› Por Moira Soto
Sobre ella cayó la maldición de ser descendiente de famosos. Por si no fuera suficiente lidiar con ser hija de Lucas y sobrina de Lucio, María José Demare empezó su carrera artística como actriz. De modo que más tarde, cuando se abrió al canto –primero al rock, después al tango tradicional, ahora haciendo sus propios temas tangueros–sufrió la mirada prejuiciosa de quienes la consideraron una intrusa en el terreno musical.
Desde chiquita, María José Demare no sólo se desvivía por bailar, cantar y hacer personajes, sino que además contaba con el respaldo de su hermana, una especie de representante que –i la ocasión era propicia–cobraba entrada a quienes querían ver las gracias de la artista cachorrita. Al tiempo que cursaba estudios de teatro, María José debutó a los quince en el escenario haciendo Nuestra Natacha, con Elcira Olivera Garcés y Florén Delbene. Muy joven y amadrinada por Tita Merello, trabajó con ella en teleteatros de Migré como “Acacia Montero”. En cine empezó con Los guerrilleros, película a la que siguieron La balada del regreso, La madre María, La guerra del cerdo..., en tanto que en la tele participaba en varias producciones de Barney Finn. A los cursos de teatro sumó los de canto, y a los 19, Emi Odeón le editó un simple con dos temas de rock propios. En el ‘72, María José estuvo en Hair, y en el ‘83, hizo otro disco de rock. Empezó a encontrarle la vuelta a esto de escribir canciones. Y poco a poco se fue decantando por el tango. Primero entonando temas clásicos, “que me gustan, pero que representan otra época. Y entonces tuve cada vez ganas más fuertes de hablar de otras cosas, desde hoy, de frente, con mirada de mina”.
En el último par de años, María José Demare tuvo la clara sensación de que la vida, su vida, recomenzaba a los 50: empezó a producir letras que la satisfacían, que alumbraban una búsqueda de años. Letras que hablaban de un país desangrado y de los sin techo que comen de la basura, pero también de una inesperada y gozosa aventura en un avión. Letras que dieron origen a un disco, Alquimia, todavía no lanzado en las disquerías, que se vende en los shows de presentación que está haciendo en La Revuelta (ex Tobago) –Alvarez Thomas 1368–. A María José la felicidad se le sale por los ojos negrísimos, por la risa contagiosa de quien tiró la chancleta sin culpas y sabe que está haciendo la suya. Ahora tiene la convicción de que sólo quiere responder por ella misma, no por ser hija del director de La guerra gaucha y la sobrina del compositor de “Malena”.
–¿Cómo fue que encontraste el sentido, la sustancia de tus letras?
–Descubrí la veta autobiográfica: desde ya, no es que vaya a contar mi vida en detalle, pero ciertos episodios, así como mi enfoque sobre la actualidad, me sirven de disparadores. Finalmente, más allá de ciertas circunstancias singulares, mi vida se parece a la de tantas mujeres, comparto muchas cosas con ellas. Esto lo siento profundamente en los shows en vivo. Me emociona representarlas en alguna medida, que se sientan expresadas, reivindicadas. El otro día en una presentación dije la letrade un tango que va a estar en el próximo disco, y pasó algo muy conmocionante. Se trata de algo ocultado por mí, que consideré en su momento vergonzante: haber sido una mujer golpeada. Todavía siento el silencio profundo que se creó, la emoción en las gargantas. Me acomodé en un taburete y la largué: “La cara golpeada de mi pasado,/ llanto de sangre,/ barro de sal/ Morder las toallas y las almohadas/ esa cara en el espejo ya no mira para atrás (...)./ La mujer golpeada que suplicaba (...)/ contrabandeaba amor en las madrugadas/ masoquista que compraba besos en liquidación/ la mujer humillada no está en mi cama/ ni esconde puñales en el colchón/ Ya no golpea puertas equivocadas/ ni es adicta al victimario/ ni víctima del desamor...”. Lo largo ahora porque no tengo paciencia de esperar el segundo disco, tengo necesidad de comunicarlo, de trasmitir mi experiencia porque me siento terriblemente solidaria con las minas a las que les ha pasado o les está pasando esto. Por eso soy de lo más sincera y autocrítica, porque sé que es la única manera de revertir la situación.
–¿Cuándo y cómo se te aparece ese travesti como protagonista de un tema?
–Fue el primero de este disco: lo empecé a escribir en el ‘89 y hace dos años le hice el estribillo, le di forma de tango. Vivía en una casa en La Boca y estaba viendo un noticiero: me impresionó como pasaban los travestis, los pelos revueltos, el maquillaje corrido. Imaginate, después de una razzia. Y pasaban sin olvidarse de desfilar, miraban a cámara y hacían un gesto exagerado de seducción, con las barbas que empezaban a crecer. Salí a caminar y cuando volví escribí esta letra, primero con música de balada.
–Siempre parece un poco misterioso el encuentro de los versos de una canción con la música apropiada.
–No te creas que fue fácil musicalizar estas letras, editar este tipo de repertorio. Hubo gente a la que le hablé que ni me escuchó. La mayoría me decía que yo estaba loca, que cómo iba a hablar desde el tango de un travesti, de una aventura en un avión, de un tipo que vive en la calle... Tardé en conseguir a alguien como Daniel García, un hallazgo para mí: con la música él hace la misma ruptura que yo con las letras. Me gusta mucho como compone, sus arreglos. Sabe lo que puede mi voz. Lo maravilloso es que nuestra relación es primariamente musical, ni siquiera somos amigos. Daniel era lo que yo necesitaba para completar mis tangos. Quiero hacer el próximo disco con él.
–¿La actriz siempre está presente cuando cantás?
–Desde luego, el tango, además de técnica, necesita intérpretes. Pero me encantó la experiencia de la película Rosarigasinos que se vio el año pasado, me halagó la candidatura al Cóndor, el premio de los cronistas de cine. También estuvo bueno estar en algunos capítulos de “Primicias” en la tele. Y si de elegir se trata, me fascinaría hacer algo dirigida por una mujer: aprecié mucho Herencia, de Paula Hernández, y La ciénaga de Lucrecia Martel, los trabajos de Rita Cortese y Graciela Borges me parecieron brillantes.
–Pero no hay como escribir y cantar las propias letras...
–¿Sabés qué pasa? Que esto es lo mío, plenamente mío. No tengo a nadie que venga a indicar cómo lo tengo que hacer, que me imponga criterios de ningún tipo... digo lo que quiero, como quiero. Me siento totalmente libre.
–Con Sangre de tango ajustás cuentas con tu propia prosapia tanguera?
–Con Sangre... me pasó lo que otras veces: iba por la calle y me tuve que meter en un bar y escribirla de un tirón, tal cual como quedó después. La música también es mía: homenaje, sí, y también el deseo de lanzarme sola. Venía de romper una historia de amor y musical. Para mí era comenzar a decir “voy a cantar mis propios tangos”. Me di cuenta de que ya no tenía que dar ninguna explicación: que si mi papá, que si mi tío... Sí, hay unaherencia, cosas que he mamado, pero lo que hago ahora lo elijo y lo escribo yo.
Tabúes por la borda
–En “Prohibido” deschavás una historia personal, al tiempo que te animás con el estigma que todavía recae sobre la mujer que tiene una historia con un tipo bastante menor. Si consideramos que en el tango clásico las minas un poquito maduras son descolado mueble viejo, descartables...
–Ese aspecto del tango es terrible. Disfruté realmente haciendo “Prohibido”. Y sí, me sucedió a mí. Todas mis canciones tienen rasgos autobiográficos. En este caso, digo francamente que a este chico lo doblo en edad, y que además le gusté mucho. Fue él quien me levantó. Y está bueno, si te da la gana, atreverse a una historia así y poder contarla desde un tango. No sabés cómo les divierte a las mujeres en los shows que pase por encima de ese prejuicio. Esta es una historia de deseo, de calentura. Cuando lo presento en vivo, aclaro: “Señores, las mujeres experimentamos el deseo con la misma intensidad que ustedes”. A veces viene con amor, a veces no. Creo que el deseo es poderoso, que es bueno asumirlo y, si es posible, realizarlo.
–¿Por qué la palabra “prohibido” en el título, entonces?
–No por la edad del pibe, sino por otra situación que no me interesó detallar. Creo que los obstáculos incentivaron el deseo. Y “Sin heridas” es la continuación, después de transcurrido un tiempo desde la ruptura. ¿Viste que cuando una tuvo una relación sexual, física con alguien, si te hacés amiga queda como una comodidad que se trasluce? Te conocés desde otro lugar, compartiste una intimidad... Me gustó eso de querer al otro después de que pasó toda la locura.
–También reconocés tus miserias. Por ejemplo, los celos descontrolados.
–Pero por favor, lo volví loco al pibe con celos estúpidos, y además asegurándole: yo no soy celosa. Fue muy bueno poder sincerarme en una canción. Doris Lessing es mi escritora favorita, y cuando ella reconoce cómo le pudo revisar los bolsillos, las agendas a un tipo, me resulta de una honestidad liberadora. Bueno, sí, somos humanas: capaces de rebajarnos si nos ataca el demonio de los celos.
–“Milonga para César” es nada menos que la historia de un excluido, de un desposeído hasta de la razón. Una historia tristísima...
–Y verdadera, concreta: yo voy mucho a la casa de mi amiga Susana, en Chile al 1300, y en la vereda veo a un tipo tirado, a veces durmiendo, con aspecto de gran abandono. Mi amiga me explica: “Parece que es un hombre que ha vivido en esta cuadra porque lo han sacado y siempre logra volver. Fue combatiente de Malvinas; los vecinos le llevamos cosas y por la noche grita: jódanse, ustedes lo votaron. Una mañana le llevamos un café con leche y los Lemancitos que pide para fumar, traté de hablar con él, pero ya no se puede conectar. El es un símbolo de tantas historias desgraciadas, de tanta gente sumergida en la indignidad. Es un tema que me duele muchísimo.
–De “César” pasamos con lamentable naturalidad a “Está rota mi Argentina”, tango en el que también usás un lenguaje muy actual y hasta te permitís hablar de “ese puto instante” en que el avión aterriza a la vuelta de un viaje y sentís el impulso de apostarle todas las fichas al país...
–Sí, y diez minutos después el piquete me deja varada en la Riccheri. La verdad, pensé por un momento que esa expresión podía, si se le buscaba la quinta pata al gato, ser malinterpretada. Pero resulta que yo soy malhablada, y en este caso era mi manera espontánea de decir algo a la porteña, sin otras connotaciones: ese momento justo en que creo que voy a encontrar un país mejor: pura ilusión.
–¿No te preocupa que varios de estos temas sean tan coyunturales?
–Ojalá perdiesen vigencia, ojalá pronto pudiera hablar de otras cosas... Salvando las distancias, quizás a Discépolo le dijeron, cuando escribió “Cambalache”, que en el 2000 todo iba a estar maravillosamente. Sucede que hablo de ciertas cosas por necesidad, no busco una temática atemporal. Es lo que tengo para decir aquí y ahora. ¿Por qué no va a poder adaptarse el tango a nuestra realidad? Yo empiezo por tirar mi propia chancleta, revelar instancias de mi propia historia sin pensar en el qué dirán.
–¿Tenés claro que escribís como mina, que tus letras revelan conciencia de género?
–Seguro que sí, aunque no podría especificar con exactitud en qué radica la diferencia. Pero sé que escribo desde mis experiencias de mujer, que quiero quebrar represiones y superar discriminaciones que hemos sufrido las mujeres, destapar los abusos... Todo esto me sale del corazón. Y no quiero descartar nunca el humor, que aparece bastante en Alquimia.
–¿Por qué el nombre de este disco? ¿Encontraste tu piedra filosofal?
–En un punto, casi te diría que sí. Al menos, encontré mi propia alquimia, pude procesar cosas mías, episodios personales, opiniones, ideas, inquietudes, y transformarlas en canciones poéticas, sin atenuar ni endulzar la realidad. Ni la mía ni la que vivimos colectivamente.