DIEZ PREGUNTAS > A LAURA KLEIN
–Forma parte de un ciclo mayor en el cual cada año trabajamos un texto del Antiguo Testamento. ¿La propuesta? La cosa empezó cuando me encontré, por un problema de traducción, con que el relato que nos han contado del pecado original poco tiene que ver con el texto bíblico de la expulsión del paraíso. Empecé a perseguir esa distancia, a percibirla en distintas narraciones del Antiguo Testamento. Y descubrí, con alegría, que es mucho menos moralista que lo que nos contaron o que, en todo caso, esa moral no es la nuestra. Entonces se trata de pensar cómo varias lecturas de un mismo texto generan concepciones del mundo diferentes y cómo éstas afectan nuestras vidas.
–Para mí, éste es uno de los libros más poéticos de la Biblia y también, y tal vez por lo mismo, uno de los más extraños. Habla del dolor, de la injusticia del dolor, de un hombre bueno azotado por los peores infortunios. Nietzsche dice que el dolor no es –no debe ser– un argumento contra la vida. Y Job no envenena su dolor, no se convierte en un resentido, y quizá por esto se queda solo. Su careo con Dios puede leerse como un desconcierto vital, una aceptación que no negocia, como si la expresión del sufrimiento hubiera encontrado un lugar que ninguna queja podrá usurparle. O en los términos del poema de Dylan Thomas: “No entres dócilmente en esa noche quieta. Rabia, rabia contra la agonía de la luz”.
–Un hombre encara a Dios y batalla contra los hombres que se proponen ser abogados de la divinidad. En vez de un dios cruel pero viviente, sus amigos consuelan a Job con un dios sensato y racional, una deidad a quien Job no percibe ni en su propia existencia ni en el mundo, y que no puede hallarse en parte alguna, salvo en el dominio de la lógica. Es el dominio de la lógica el que queda cuestionado en este libro, poniendo de manifiesto que la relación entre causas y efectos es una construcción moral que tranquiliza a la sociedad y, condenando al desgraciado, también deja aún más solo al dios cuyos designios pretende conocer.
–Por su obstinación en no entender y querer entender: es como si de alguna manera una se pudiera seguir acompañando con Job. Job es empujado a la disyuntiva entre renunciar a sí mismo o renunciar a su dios, a su creencia, a su ideal. Job no opta, no acepta la elección, rechaza los términos del juego y ésa es una posición ética. Ni elimina sus preguntas ni se somete sin comprender; mantiene el problema, no lo aplana.
–Soy una creyente mal acostumbrada.
–En Job no es la situación sino la pregunta la que se cierra sobre sí misma y desgarra. En cambio, en la cuestión del aborto indago cómo los discursos hegemónicos a favor y en contra del aborto legal temen, velan, explican, reducen y congelan el desgarro que la experiencia de abortar genera en cualquier mujer, incluso si lo desea, incluso si la alivia.
–Sí.
–Estaba tratando de responder si me creo imprescindible para algunas cosas y para cuáles, y me convertí en un gran interrogante para mí misma.
–A las ofertas en el colectivo, a un Glennfidish, a un par de aros glamorosos, a ciertos malos pensamientos y a muchísimas otras cosas.
–Te digo dos, que están más vinculadas que lo que parece: eutanasia y aborto legal.
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