Vie 29.05.2009
las12

SOCIEDAD

Ciudad de todas

Las arquitectas de Rosario –reunidas en una comisión propia dentro del colegio profesional que agrupa a quienes ejercen la profesión– trabajan, difunden e investigan grupalmente estrategias que develen a la vez que modifiquen las barreras que impone el espacio urbano para que las mujeres puedan transitar, disfrutar y apropiarse de la ciudad en que viven.

› Por Clarisa Ercolano

Al igual que otros movimientos de corrientes renovadoras, éste también se originó en Francia, en París más precisamente. Graciela Schmidt, arquitecta de Rosario, se encontró con la urbanista francesa Solange D’Herbez de la Tour, que en 1963 había creado en la Ciudad Luz la Unión Internacional de Mujeres Arquitectas. Amigas y colegas, el vínculo creció con el correr del tiempo, una motivó a la otra y en 1996 surgió en Rosario la Comisión de Mujeres Arquitectas. “Nuestro aporte es proporcionar una reflexión crítica y diseñar los procesos de intervención urbana, permitiendo la apropiación del espacio sin exclusiones de sexos, clases sociales, edades, discapacidades, herencias culturales o credos”, resume Schmidt en diálogo con LasI12 y explica que esa tarea se hace mediante investigaciones, publicaciones, acciones y diversos intercambios educativos en espacios públicos y privados.

Las relaciones de inequidad se traducen en el territorio y en la cultura, por eso, para estas mujeres, espacio y comportamiento tienen una relación tan íntima como conflictiva. “El espacio define las acciones de la gente que lo usa y, por otro, la presencia de los actores en él determina su naturaleza y es el escenario donde se ven las relaciones de poder. Analizando los roles y lugares que les asigna la sociedad en la casa, la vecindad, el barrio y la ciudad a las mujeres, se descubren las ausencias o presencias de género.” Para pensarlo en carne propia, basta preguntarse, por un momento, cuántas veces alguna de nosotras tuvo miedo de volver tarde de la facultad o del trabajo a casa, o dejó de ir a una reunión social porque había que tomarse dos micros y un tren para llegar a destino esperando en un andén oscuro y desolado. O cuántas otras esquivamos pasar por una plaza por la que deberíamos poder pasear tranquilamente o contuvimos las ganas de ir al baño porque no había o porque lo que debería ser un baño tiene más aspecto de letrina que de sanitario.

Tradicionalmente –todavía se supone– el espacio doméstico es de la mujer y el público del varón. Desde el grupo, proponen una comprobación a simple vista, percibiendo las dificultades que ofrecen veredas y calles de la ciudad para trasladar cochecitos y sillas de ruedas, falta de zonas para recreación y deportes femeninos en parques, de equipamientos y servicios adecuados al cuidado de la familia, recorridos e iluminación con mala visibilidad y frecuencia de transporte no adaptado a la doble jornada de la mujer que trabaja, estudia y se ocupa del hogar. Sólo algunas muestras de un plano que se dibuja con lápices de grosores dispares.

Usos y costumbres

En Rosario, al igual que en el resto del país, calles y plazas ostentan más nombres masculinos que femeninos. Más allá de las denominaciones, las mujeres arquitectas señalan que “si bien fuimos parte de la historia real de la ciudad, la nomenclatura urbana parece empeñada en desoír nuestra voz”. Sólo un 3,5 por ciento de los nombres elegidos en la Cuna de la Bandera incluye a las mujeres.

Claro está, en esa ciudad, el 73,4 por ciento de las mujeres modifica sus recorridos y hábitos en virtud de no sentirse seguro cuando sale a la calle. El miedo a sufrir cualquier tipo de ataque retiene a las mujeres negándoles el derecho de transitar. Las travesías urbanas, ya sea a escala barrial o más distante, son formas de apropiación del espacio público y este proceder niega la calle como espacio colectivo, promoviendo el aislamiento, la segregación y la exclusión. “La calle se convierte así en un vacío entre lugares cerrados y no en un espacio multifuncional, y poco a poco pasa a ser territorio de los violentos”, asegura esta investigadora de campo que no duda en afirmar que las mujeres tienen una percepción de la violencia que está absolutamente diferenciada de la que poseen los varones. “Tenemos la hipótesis de que está vinculada a una violencia estructural, que las mujeres han sufrido desde comienzos de la humanidad, porque hay como una subordinación de un sexo al otro, un juego de poder. Esto se da en casi todas las ciudades del mundo, una mujer restringe sus libertades, al no poder cruzar o caminar por determinados espacios urbanos o recorrer determinados territorios públicos porque tiene miedo de ser agredida sexualmente o asaltada”, agrega sin vueltas.

La transformación territorial y física de espacios vacíos, sitios que no existen y transportes que no pasan es para ella un desafío. Ese es el trabajo que las congrega a diario y que les valió la distinción “Mujeres XXI, más de un siglo por los Derechos”, por parte del Concejo Deliberante local.

Sin embargo, saben que un diploma de honor no cambia las cosas. Y citan al investigador urbano Alfredo Rodríguez, quien plantea que pensar una ciudad democrática es pensar en un modo de habitarla, participar en ella y construirla; con dimensiones muy diferentes que expresen las nuevas relaciones que deberían existir entre sus ciudadanos y ciudadanas.

Uno de los mayores obstáculos que enfrentan para lograr un desarrollo humano sostenible es la persistencia de la desigualdad en las oportunidades que se dan a nivel de las clases sociales, de diferencias étnicas, entre lo urbano y lo rural y entre hombres y mujeres. “Cruzar estas diferencias es todo un desafío y cada uno de estos cruces implica un campo que debemos evidenciar y para el que hay que tener propuestas que permitan equiparar.”

Bordes y periferia

En una ciudad rodeada por un río inmenso y un cordón consecutivo de asentamientos y villas de emergencia, ¿qué participación tienen las mujeres para mejorar la inclusión? Podría decirse que mucha, ya que el 52 por ciento de quienes conforman la mayoría de los movimientos sociales que trabajan por el mejoramiento de las condiciones de vida de los barrios carenciados, el acceso al agua, a la vivienda, el cuidado infantil, el transporte, la seguridad, la salud, la educación y la recreación, son mujeres.

“No obstante, este aporte no remunerado de las mujeres está naturalizado y no se ve reflejado en la representación política ni local, ni nacional. En los distritos descentralizados de la Municipa-lidad de Rosario es en donde ahora trabajamos con grupos residentes que organizan tareas para mejorar la calidad de vida de los vecinos y vecinas del barrio”, contó Schmidt, antes de destacar la revisión de la Plaza Libertad, la Plaza Pringles y el Parque Urquiza, a fin de desarrollar ideas para la construcción de lugares urbanos como espacios que brinden identidad cultural, la presentación de la serie “Huellas Urbanas” para instalar un espacio en la memoria colectiva sobre las mujeres que lucharon y actuaron desde los tiempos de la conquista hasta el siglo pasado, y la consulta constante con compañeras de la periferia, que no por vivir en los bordes dejan de ser apropiadoras de sus derechos de ciudadanía.

Esta comisión, que ha abordado al interior de un colegio profesional una problemática que usualmente está por fuera de la agenda institucional, sabe que aún debe desandar caminos. Así lo expresó su mentora cuando evocó a Rosa Montero en una presentación: “Todas esas mujeres tienen en común una traición, una huida, una conquista: traicionaron las expectativas prejuiciosas que la sociedad depositaba en ellas, huyeron de sus limitados destinos femeninos, conquistaron sus libertades personales”.

Al pie del Monumento a la Bandera, las esculturas de Lola Mora parecieran señalar un camino, marcar una senda para estas constructoras de igualdad. Sin embargo, un telefonista las califica “graciosamente” como “el grupo de las locas” cuando Las12 inició el primer contacto para esta nota. Tal vez, pensar el espacio urbano con una perspectiva de género suene a locura, pero no son los ladrillos y los adoquines los que hacen distinción por sexos –y también por vulnerabilidades– sino quienes pusieron uno sobre otro esos ladrillos pensando que el muro le pertenece a quien lo alza o que en este paisaje de concreto también rige la ley del más fuerte. En definitiva, las diferencias y las inequidades se construyen cada vez que se evita cruzar la frontera del propio punto de vista sin fundir la mirada con la de otros, con la de otras...

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