Actual presidenta de la Comisión Tripartita de Igualdad de Oportunidades y Trato entre Varones y Mujeres en el Ambito Laboral, formadora en el feminismo de trabajadoras, militantes políticas, sindicalistas y ex guerrilleras, infatigable luchadora por los derechos de las mujeres trabajadoras, Olga Hammar aborda estos y muchísimos más hitos de su vida en Tozudamente, un libro que, editado en la autogestionada Cooperativa Chilavert, da cuenta de las continuidades, rupturas y fugas de un recorrido siempre inacabado.
› Por Lila Pastoriza
Olga nació hace más de setenta años, en la Capital Federal, en un hogar peronista de clase media baja ubicado en el barrio de La Paternal. Era la mayor de cuatro hermanos. Su padre, Cecilio Martin, ex socialista, participó activamente de la creación del Sindicato de Empleados de Comercio, en 1946, donde seguiría haciendo política. Su madre, María Sánchez, llevaba las riendas de la casa.
“Yo viví la etapa peronista en el seno de mi hogar, a través de los relatos de mi padre sobre las conquistas gremiales, de la actividad de mi madre en el barrio y de su gente organizada, de las tareas de la Fundación Eva Perón. Es decir, tenía una visión de la realidad de lo que el peronismo había hecho y también de la pérdida de ese manto protector tras el golpe de 1955... Hasta los años 60 yo fui simplemente una ‘peronista de Perón y Evita, que aunque comprometida con los temas sociales, no había ido más allá de eso...”.
Al tiempo que estudiaba pintura con Demetrio Urruchúa (su padre también pintaba), ingresó a la Facultad de Derecho donde se recibiría de Asistente Social. Hacía las prácticas recorriendo en su moto los barrios pobres de Hurlinghan y Villa Tesei, donde se acentuó la impotencia que le producía la pobreza. Pero la facultad le mostró que había un mundo en el que se discutían ideas, proyectos, un mundo diferente al del hogar, imbuido por la opresión de un fortísimo control materno.
En junio de 1960, a los veinticinco años, Olga Martin partía hacia Cuba , respondiendo una convocatoria para alfabetizar campesinos en Sierra Maestra. Más que su indiscutible vocación social, la impulsaba la necesidad de huir del ahogo de su ámbito familiar: “Me daba lo mismo ir a la Cuba romántica de los barbudos como trabajar en Africa o en cualquier parte. Lo imperioso era salir del alcance de mi madre, me estaba escapando....” No era una metáfora. Desde hacía tiempo padecía desmayos cada vez más frecuentes cuya causa nadie podía diagnosticar, hasta que dio con una psicóloga que le cambió la vida. “Usted no tiene nada físico –me dijo–, ni epilepsia ni nada de eso, usted padece una gran opresión y se desmaya como forma de huir de la realidad, del hogar donde se siente prisionera. Lo que debe hacer es huir, pero huir en serio... váyase, lo que usted necesita es libertad.” Y Olga siguió el consejo. Recomendada por un amigo para la convocatoria cubana, vendió la motocicleta que usaba para trabajar, compró el pasaje y con los pocos pesos sobrantes y mucho miedo ante tal audacia, se embarcó. Pero el avión tuvo inconvenientes técnicos y recaló en Lima por una semana. Allí comenzaría otra historia.
Se alojó en una pensión barata, dio vueltas por esa ciudad desconocida, hasta que la curiosidad frente a un cartel –“Voz del APRA Rebelde busca Voluntarios para Cuba”– funcionó como un imán que la llevó dentro del local político: “Me reciben varios compañeros y me presentan a un argentino que allí trabajaba como periodista y que se llamaba Jorge Hammar. Como yo sabía que el peronismo no era muy bien visto en el exterior, dije que era del Partido Socialista... El problema fue que me preguntaron entonces por gente de la cual yo no tenía idea... Lo cierto es que allí entró en mi vida Jorge Hammar”.
A él le fascinó su audacia, a ella, sus ideas: “Era un intelectual brillante, un militante que no se daba tregua. Con él inicié una nueva etapa. Fue en Perú donde comenzó mi vida política propiamente dicha. De ahí en más me llamaré Olga Hammar, usando un apellido que dejó atrás todo lo familiar y con el cual me siento realmente identificada. De Jorge me atrajeron sus ideas, su pensamiento, sus conceptos de la vida, que eran muy distintos, eran mucho más profundos de los que yo conocía. El me explicó por qué existía la pobreza y por qué el mundo era como era. Y que la única forma de hacer la transformación era con la práctica revolucionaria. Y yo me enamoré de todo eso. Ocho días duraron esas charlas, los libros que me traía, los poemas... Cuando finalmente salía mi avión ya reparado y debía partir a Cuba, Jorge me propuso que cambiara el pasaje por uno terrestre y que recorriéramos América latina hasta la isla. Acepté y decidimos vivir juntos. Tres meses después, en septiembre, yo llegaba a La Habana, embarazada, en un buque de carga. No teníamos dinero para dos pasajes. El vendría luego. Ese viaje había signado nuestras vidas”.
El libro de Olga recorre aquel viaje casi mítico (“se corría la voz de que dos argentinos viajaban por esas tierras hasta llegar a Cuba y nos esperaban en los pueblitos”), la conflictiva llegada a Cuba, los encuentros con argentinos y con el Che, la preparación del proceso insurreccional en América latina, la llegada a Perú en 1961 alistados con el líder del MIR, Luis De la Puente Uceda, el nacimiento de su hijo Alejandro, el regreso a Argentina y la participación en el peronismo revolucionario y en el periódico Compañero, los siete años de militancia en Santiago del Estero (1967-1974) entre la vuelta de Perón, el surgimiento de los grupos armados y las puebladas, el regreso a Buenos Aires, la militancia sindical en la Unión Docentes Argentinos, la ofensiva lopezreguista, el golpe del ’76, su secuestro junto con el de Jorge, el exilio en Suecia y el retorno a Argentina...
–El deseo de que las nuevas generaciones conozcan la experiencia de las anteriores. Específicamente creo que la experiencia de la generación de los años sesenta está muy ausente. También es hacer justicia a los cientos y cientos de personas que tras la caída del peronismo se lanzaron a la lucha, dejaron en ella todo lo que tenían y sufrieron cárceles y persecuciones. Quise dar mi versión del papel que jugó el peronismo, tanto en sus políticas como en la generación de luchadores sociales y políticos. La película no empieza cuando uno llega, hay una continuidad histórica.
–Sí, yo tenía el motor, que sigue existiendo. Pero creo que inicialmente no sabía adónde se dirigía. Estaba huyendo, sí. Aun hoy a veces me muevo como tuco en la neblina y debo hacer profundas reflexiones sobre adónde me dirijo con esta energía y este motor en marcha. Creo que he ido afianzándome en un proyecto de vida. Y a la vez, siempre me fui escapando, huyendo: tal vez hoy menos, estoy algo cansada...Y , sobre todo cuando algo me indigna, dudo mucho sobre qué hacer... En verdad, creo que a veces es necesario huir de algunas cosas, decidir liberarse... Porque cuando digo huir es ir a la libertad ...
–Claro que sí. Totalmente. En un momento el título del libro iba a ser “Huyendo hacia adelante” Y luego pensé que “Tozudamente” mostraba mi decisión, tozuda, de seguir avanzando, pese a las dificultades, en lo que yo creo y pienso. Para mí escribir este libro ha sido un acto de libertad, de búsqueda de libertad.
Tras la muerte de Hammar, Olga se dedicará intensamente a la cuestión de las mujeres y el trabajo. Luego de sus tres años en México como directora del Departamento de la Mujer de la ORIT (Organización Regional Interamericana de Trabajadores), de vuelta en Argentina, sin abandonar la participación en nucleamientos políticos de sesgo peronista, será la lucha contra la subordinación de la mujer haciendo eje en la cuestión laboral y sindical lo que motorice sus días. Designada en 2003 presidenta de la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades del Ministerio de Trabajo, desde allí y tan tozudamente como siempre, Olga Hammar intenta una vez más plasmar alguno de los sueños que han dado sentido a su vida.
“Hay un antes y un después del exilio en Suecia. Allí crecí en la visión del mundo, aprendí y mamé el feminismo y el latinoamericanismo. Las mujeres que regresamos del exilio vinimos con el tema de género a cuestas. En mi caso viajé a Argentina convencida de la necesidad de crear espacios de género (que el peronismo nunca había tomado en cuenta). En este sentido, desde que llegué me aboqué a promover este tema e impulsar instancias nuevas como fueron la creación de “departamentos de la mujer” en los gremios y los nucleamientos de mujeres sindicalistas. Pero también trabajamos desde la política, dimos debates entre mujeres provenientes de la militancia setentista y las feministas –expresados entre otras publicaciones, en la revista Unidas y en los avances significativos logrados en lo que fue entonces la Renovación Peronista–. La creación del Consejo de la Mujer en la provincia de Buenos Aires y la instalación a nivel nacional (durante el gobierno de Alfonsín) del Area de la Mujer que dirigió Zita Montes de Oca fueron pasos adelante.
–Sí, y éste fue un debate que sostuvimos dentro del feminismo y en el movimiento de mujeres. Yo planteaba que el acceso por parte de las mujeres al trabajo asalariado, al generar conciencia y fortalecer su autoestima e identidad contribuía a la lucha contra la subordinación, enlazándose directamente con la prédica del feminismo respecto de la lucha contra la discriminación y por la vigencia de los derechos de la mujer...
–Sí, la ORIT venía desarrollando un nuevo concepto de la actividad sindical que sumaba a la discusión salarial otros temas relacionados con el cambio socioeconómico, como la situación de las mujeres trabajadoras desde una visión de género, la globalización, las nuevas tecnologías, el medio ambiente. En ese marco, la tarea que yo tenía asignada me permitió avanzar en el análisis de cómo se daba esa relación en América latina y su vínculo con la escasa sindicalización de las trabajadoras, directamente asociada a los altos grados de explotación.
–La situación en Argentina es mejor en sindicalización, pero la persistencia del “trabajo no registrado”, que afecta en especial a las mujeres, posibilita niveles elevados de violencia y maltrato laboral. De hecho, en 1992, al regresar al país, mi preocupación pasaba por la inminente ola de desocupación que Latinoamérica ya soportaba. Centrar en el tema del empleo y preparar a las mujeres para afrontar ese reto pasó a ser mi gran tema. Y aun hoy, desde mi tarea en la función pública como titular de la Comisión Tripartita (ver aparte), la cuestión del empleo es la crucial.
–En primera instancia, la Comisión se propone ejercer el diálogo social. Importa haber aprendido esto del diálogo para alguien como yo, que históricamente viene de experiencias de confrontación. En estos años aprendí que cualquier negociación entre las partes es superior al enfrentamiento. Y que el diálogo es un instrumento valioso. Pero también que el consenso es inviable si no hay igualdad de poder entre las partes. El representante de una poderosa entidad empresarial y el de un sindicato débil no pueden sentarse a negociar, la negociación debe darse entre pares, de otro modo no sirve. De ahí la importancia que tiene la organización para las mujeres trabajadoras, generalmente más precarizadas e indefensas. Como la Comisión Tripartita es una mesa de consenso, ésta es una de las cuestiones básicas. Por eso insistimos en la participación de los trabajadores en los sindicatos, porque su fortalecimiento posibilita la paridad en la negociación. Y son muchos los sindicatos en los que se ha generado el debate sobre este tema, ellos conocen muy bien el valor del consenso.
–El acceso a trabajo digno –al trabajo decente, en blanco– es elemental requerimiento de la democracia. De otro modo, con trabajadores/as en negro, no registrados o en cualquiera de las variantes precarias, no hay igualdad. Por otra parte, las modificaciones sufridas en el mundo del trabajo (por la globalización, las nuevas tecnologías, etc.) generan demandas imprescindibles, como la capacitación, para garantizar de manera equitativa el acceso al empleo. Y ésta es una de las situaciones que más cuesta resolver a las mujeres, a partir, entre otras cosas, de la superposición de actividades a que se ven obligadas.
–Es una cuestión reiterada la necesidad de disminuir la brecha salarial. Pero creo que es infructuoso repetir discursos, que el lema “igual salario por igual trabajo” no se resolverá por arte de magia, es decir, sin modificar las cuestiones que “bajan el precio” al trabajo femenino, sin liberar a la mujer de la pesada mochila que lleva y que le resta puntos frente al empleador.
–En América latina hay una enorme carencia de entidades de apoyo a las mujeres y un gran déficit del Estado en este sentido. Para disminuir la brecha salarial se necesitan guarderías para todos los hijos de los trabajadores hombres y mujeres, organismos municipales de atención y cuidados a familiares enfermos y adultos mayores y avanzar en las responsabilidades familiares compartidas.
Estos son temas que aborda hoy la Comisión. Sin que durante años se haya obtenido la imprescindible ley de guarderías, nos proponemos lograr la creación de una institución que, sostenida por el Estado y contando también con el apoyo de empleadores y organizaciones sindicales, se aboque al cuidado de los niños y niñas y cubra con carácter universal a los trabajadores/as . Estos “Centros de Cuidado Infantil”, que serían creados por la Ley de Niños y Niñas, beneficiarían no sólo a los trabajadores/as sino a los chicos que pueden ser afectados si quedan en la calle, al cuidado de vecinos, etc. La Ley involucraría no sólo al Ministerio de Trabajo sino al de Educación (la ley de Educación establece crear guarderías para chicos de 45 días a 4 años), al de Desarrollo Social y a otras instancias como la comisión que regula el trabajo infantil. Esta propuesta debería ser una bandera de los trabajadores de ambos sexos para que el Estado nacional y la Legislatura definan su postura de una vez.
–La cuestión de los niños se enmarca en una más general, la del cuidado (a enfermos y adultos mayores), de la cual el Estado debe hacerse cargo. Y está directamente vinculada a las responsabilidades familiares compartidas. Si no logramos culturalmente cambiar la cabeza de los hombres y mujeres para compartir las tareas del hogar no avanzamos aunque tengamos las guarderías, porque al regresar a la casa la mujer sigue trabajando como ahora. Y lo planteamos no desde una cuestión asistencial hacia las familias sino considerando que se trata de derechos a efectivizar. Por eso también insistimos en que se cumpla la Ley de Cupos Sindicales, porque si no hay mujeres dirigentes no se avanza en estos temas.
–No, pero como estrategia, tendríamos que abandonar la ofensiva de la queja y pasar a acciones concretas, ubicándonos directamente en los espacios que nos corresponden, que son los espacios de decisión. Y cuando los obtengamos, hacer las cosas bien; no dejarnos seducir por el poder y recordar que el poder sólo sirve si es para transformar la realidad. Y colaborar con nuestras compañeras... Algunas dirigentes ejercen liderazgos no solidarios. Otras no se dan cuenta de que existen millones de compañeras en un estadio mucho más atrasado, incluso en su capacidad económica. Queda un ejército atrás sin las herramientas, la capacidad necesaria, un ejército de las mujeres pobres que sigue siendo cautivo de los varones...
–Hay un profundo machismo en todos los partidos políticos, éstos nunca tomaron la bandera de género pese a la lucha de decenas de mujeres militantes. Y sí se lograron las leyes de cupos, por ejemplo, fue enfrentándose transversalmente a la gran resistencia de los varones. Y si esto no se produce, si las mujeres no encuentran entre sí factores profundos de unidad que tienen que ver con el reconocimiento de la histórica segregación que todas hemos sufrido, no podremos avanzar. Hoy ya no tienen sentido los departamentos de la mujer, los guetos. Pero sí las actividades conjuntas. Pongamos sobre la mesa las diferencias, pero busquemos algo común: si todas luchamos por los mismos temas, si todas buscamos espacios en los ámbitos correspondientes, ¿por qué no nos juntamos? A partir del reconocimiento como mujeres –donde el tema de clase obviamente tiene que estar presente y analizarse con toda crudeza– podremos sentarnos en igualdad de condiciones a hablar con los hombres. En la absoluta igualdad. Es algo que yo ya no lo voy a vivir pero ése es el reto.
–Yo me siento muy comprometida con estas y otras cuestiones por las que siempre he luchado. Mi sensación es que tengo una suerte de deber que cumplir (y no por una visión luterana ni cosa similar), una misión que quisimos llevar adelante y que está inconclusa. Entonces, en la medida de mis posibilidades trato de “soplar para el mismo lado”, como solía decir Perón. La Argentina no puede perder esta oportunidad, debe avanzar en la transformaciones postergadas. En mi vida, y es parte de lo que quise reflejar, tozudamente, en el libro, intenté exponer lo que fue mi evolución como mujer, aun cuando en mi caso fue un hombre, Jorge Hammar, quien me ayudó a entender el mundo y me abrió las puertas al feminismo. Y esto me hace pensar que el tema de la transformación de la sociedad y de la cultura compete a hombres y a mujeres. En mi propia vida yo tuve ese ejemplo y eso es lo que quiero transmitir.
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