El programa “Espacio por la paz”, organizado por Unicef y Boca, lleva a la cancha a chicos y chicas de 12 a 15 años de escuelas vulnerables para enseñarles valores de convivencia pacífica y no discriminación. Los pibes/as terminan dando lecciones mientras miran el partido y los adultos insultan o se pelean. Las nenas disfrutan de ver la pelota correr y cuando hablan aprovechan para reclamar por su derecho a la felicidad de patear en los potreros o canchitas de sus barrios del conurbano bonaerense.
› Por Luciana Peker
Alejandro Schilman saca la tarjeta amarilla. No es árbitro. Pero es su manera de mostrar las reglas como capacitador del programa “Espacio por la paz” que les cuenta a los chicos sus derechos en dos jornadas repartidas entre la escuela y la cancha de Boca. El 21 de junio, 40 alumnos/as del colegio EPB 30 de Tigre desembarcan, primero, en el microcine donde ven imágenes de situaciones de discriminación, violencia o ejemplos de igualdad y conversan, piensan y reflexionan a partir de esos disparadores. El plato fuerte llega después, cuando suben sus ojos al césped y ven pegaditos al vidrio que separa el juego de los espectadores la pelota que rueda, los jugadores que corren y ellos también se hacen eco del eco de la cancha.
En épocas donde parece que hablar de igualdad es amarrarse la boca de corrección política o deambular por un globo aerostático fuera de toda posibilidad terrenal, esta iniciativa de Unicef convierte en fiesta la idea de que la infancia vuelva a ser un espacio en donde los cuerpos se junten para correrse, amagarse, encontrarse, divertirse, pero no para asustarse o lastimarse. En el 2008 ya 1800 chicos y chicas participaron de la iniciativa destinada a que jóvenes, de 12 a 15 años, de escuelas carenciadas (hasta ahora de los partidos de Tigre y General Rodríguez del conurbano bonaerense) reflexionen acerca de sus derechos de una manera original y tan palpable y apasionante como abrazarse por un gol.
Alejandro no tuvo que usar la tarjeta amarilla porque todos los chicos y chicas bajaron del micro con ganas de espiar a Martín Palermo o Rodrigo Palacio, pero alentadoramente sin el descontrol que suele aterrizar cuando un contingente escolar baja, por ejemplo, en el zoológico. La idea de “Espacio por la paz” es trasmitir valores en un primer tiempo en el microcine del Museo La Pasión Boquense que incentive la convivencia pacífica que se rompe tan fácilmente por una mala mirada en el baño o un juguete roto en el patio y que intente combatir la discriminación. Pero tampoco desde un altar de saberes. Algo fundamental que a veces se olvida es escuchar a los que van a escuchar y siempre tienen mucho para decir y enseñar.
Cuando termina la charla, los alumnos y alumnas, ya instalados como espectadores en el partido de Boca, pueden ver que mientras los adultos que se sientan atrás suyo gritan “puto” o “la concha de tu madre” ellos y ellas se alegran de los goles, se agarran la cabeza en los casi casi casi (goles), discuten los penales, piensan en cómo jugar en el club de su barrio o se ilusionan con que la pelota los roce (aunque les dijeron, a su pesar, que si les cae en las manos tienen que devolverla). Pero más allá de hacer buena letra, ellos y ellas realmente aprenden y no es nada poco en un país que cada vez se conforma con más poco con otras letras. Las de los derechos de chicos y chicas: “A no ser explotado”, levanta la voz un pibe con un celular colgado que lo dice como un derecho que sabe que está al revés pero que, para él, ahora forma parte de la voz, de su voz, de lo que no debe ser ni con él ni con su vida. “A la diversión”, agrega otra nena adornada con una bufanda de colores. Los profes los provocan con una foto con un chico mirando tele. ¿Y entonces? “Noooooooooo”, gritan algunos. “¿Pero eso no es divertirse?”, consultan los capacitadores. “Sí, pero no desde tan cerca, eso es una exageración”, apunta Matías que pide salir a dar más vueltas por la calle y ver la tele un ratito y no de tan cerquita.
“Estamos acostumbrados a que los varones pueden hacer determinadas actividades y las chicas otras”, provoca el politólogo Alejandro Schilman. Entonces, desde la miniplatea resuenan los lugares comunes que se juegan en la tierra del día a día:
Las mujeres pueden jugar a las muñecas.
Los varones pueden andar en bici y las mujeres no porque se caen y se lastiman.
Ahí cuando los muros visibles de la discriminación de género se levantan, también levanta la voz Camila, de 12 años, con ojos tan grandes que avivan el mundo:
–Los chicos me dicen que no puedo jugar a la pelota, pero es medio tonto porque lo que pueden hacer los varones lo pueden hacer las mujeres –refuta Cami.
–Yo tenía una amiga que jugaba conmigo en el jardín al hombre araña y la hija de la novia de mi papá juega al fútbol –suma Matías.
“¿Y qué es discriminación?” preguntan los capacitadores/as.
–Decirles marimachos o machonas –se rejuntan a gritos–, que no esperan el buen orden de levantar la mano las respuestas.
La foto del microcine del Museo Pasión Boquense muestra, ahora, a dos varones que se besan en la boca. La platea instalada en el museo no puede quedarse quieta como si fueran estatuas y no niños/as sorprendidos y movilizados ante un beso diverso y apasionado. Los silbidos y risas muestran que la no heterosexualidad puesta en pantalla moviliza. Pero enseguida el chiflido les da lugar a las palabras. “Todos tenemos derechos a ser como somos”, propone Matías.
Las imágenes siguen y muestran a jugadores que se pelean. El full amerita que Alejandro Schilman saque su tarjeta roja para los ejemplos de quienes tienen que jugar limpio y prefieren ganar a cualquier costo. “Los malos ejemplos pueden venir de la cancha”, advierte para que cuando los chicos y chicas vean fútbol no crean que todo lo que reluce es oro, aunque parezca que el fútbol sólo es una máquina de convertir a jóvenes en millonarios dorados como Lionel Messi.
La charla termina y por un tubo, el domingo 21 de junio, los chicos empiezan a llegar a la cancha para ver jugar a Boca (que pierde 2 a 1) contra Gimnasia. “Nada de insultar al rival”, es la última advertencia. Cristian, de 11 años, y pelo cubierto por su gorrita naranja, rescata: “Si un chico no tiene brazos igual puede jugar al futbol”. Agustín, de 10 años, opina: “En la escuela se pelean y se agarran a las piñas, pero ahora me parece que no pelearse es más piola”.
Las buenas intenciones están. Pero la realidad también. “A mí me discriminan por la altura. Me dicen ‘duende de jardín’. Te pueden decir muchas cosas, fea o bajita o que si te sacan una foto se rompe la cámara, pero lo importante es hacerte respetar”, enseña Leyla, de sexto grado.
Antes del partido pasa un cartel por el césped con una advertencia “Por Soledad y por cada mujer que amas, tratamiento diferenciado para violadores”. El reclamo de los familiares de una víctima de violación palpita la violencia de género que se trasmite en la calle y llega a la cancha como ruego y propuesta. El proyecto “Espacio por la paz” es contarles a los chicos y chicas que existen otros caminos y voces posibles, incluso, que la igualdad es una manera de prevenir la violencia. Que se puede patear por otro lado, con esa seguridad infinita que da una pelota que corre tras nuestros pasos. La cancha es ese lugar en donde la igualdad no se convierte en corset, sino en fiesta.
–Sí –contesta Laura, de 11 años, que dice que ahora quisiera ser arquera y, de grande, peluquera y tiene una sonrisa imborrable sentada ante Boquita.
–Los varones porque no nos dejan jugar al fútbol y nos dicen que nos vamos a lastimar. Pero nosotras tenemos que jugar porque nos gusta, igual que a ellos.
En el 2008, Boca sumó a los colores azul y amarillo el logo de Unicef a su camiseta. Además de pintarse de corrección armó un espacio en el microcine para poder charlar de no violencia e igualdad (en un lugar en donde la alegría es mucho más energizante que un aula) e incluso para que después chicos y chicas puedan ver un partido y verse reflejadas sus caras de pasión, de amistad, de fiesta en la pantalla, mientras el entretiempo deja de marcar tantos y puede mostrar todo lo que el fútbol puede hacer para que la infancia sea abrazo y no pelea.
La abogada Gimol Pinto, especialista en protección de derechos de Unicef remarca: “Esta iniciativa se suma a las acciones que Unicef realiza para prevenir la violencia y promover la equidad de género entre los chicos y chicas, ya que en las capacitaciones se trabaja especialmente estos dos temas como ejes necesariamente complementarios que atraviesan los talleres. Es un espacio donde los adolescentes aprenden sobre sus derechos de una manera original. Y el aporte desde una perspectiva de derechos y de género queda fortalecido por la participación en la capacitación de expertos en violencia doméstica”.
Delfina Somerville tiene rulitos y energía de maestra que sólo con su sonrisa puede aunar a una decena de chicos y chicas para una foto, hacer fila para acompañar al baño (¡y en la Bombonera!) repartir sanguchitos con mandarina y nunca desencajarse del plan que aprender y respetarse no sea una lección con el dedo levantado, sino con las manos en alto y las palmas que festejan cada buena gambeta o pelota que roza la red. Ella es la coordinadora del programa y valoriza que la cancha sea un espacio sin zapping ni merchandasing sino con mucho aprendizaje: “Esta es una iniciativa que surge en el marco de la alianza entre Unicef y Boca. Trabajamos junto a los chicos y chicas en dos instancias. En las escuelas les contamos acerca de los Derechos del Niño. En la Bombonera compartimos otra parte de reflexión en la que se hace foco en temas como la no discriminación y la no violencia”.
Con ella trabaja, camina, pregunta e intenta sacar de los libretos correctos y también enseñar a disfrutar sin las malas palabras y descalificaciones que los adultos dicen en la cancha a espalda de los chicos y chicas el capacitador y profesor en Ciencias Políticas Alejandro Martín Schilman. El cuenta de su experiencia de poner cinturones de seguridad en un micro naranja, atajar las risas cuando en el cine muestran fotos de dos varones gays y los chicos se ríen con la lógica de lo nuevo y aprenden también con la lógica de saber escuchar si se les habla sin burlas que no hay que discriminar a nadie por su deseo sexual y después estar sentado entre pulseritas azules y fotos firmadas a granel por Martín Palermo. “Este proyecto es una oportuidad única que tienen estos chicos y chicas para hablar sobre sus derechos, sobre la violencia y sobre la discriminación. Es muy importante que desde jóvenes se acostumbren a opinar, participar y decir lo que piensan.”
Alejandro blinda la idea de que los menores se hacen pibes chorros por un gen de maldad o que se pegan en los recreos porque se trata de “cosas de chicos”. “La violencia no viene de fábrica, se aprende de los adultos. Por eso, participar de un proyecto así en la cancha de Boca les muestra que ellos pueden ser un ejemplo: en la cancha, en sus casas, en sus escuelas o en el barrio.”
Y recomienda: “Trabajar con los chicos es una experiencia única. Cuando se les da la oportunidad de expresarse y reflexionar a partir de temas y situaciones que los afectan directamente, expresan sus opiniones con mucho entusiasmo. En general, los adultos nos olvidamos de lo mucho que los chicos y las chicas tienen para decir. Sería bueno que aprendiéramos a escucharlos y escucharlas más”.
Más información: www.espacioporlapaz.org.ar
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