[IN CORPORE]
En Argentina el Ministerio de Salud confirmó el martes 14 de julio que murieron 137 personas a causa de la gripe A y los fallecimientos ya superaron a los que se produjeron en México en donde, hasta ahora, hubo 124 decesos a causa de la gripe A H1N1. La pandemia de gripe A no es ni un invento ni una enfermedad menor.
Una de las manías del periodismo –que deberían evitarse– es minimizar un problema comparándolo con otro problema. Y a la gripe A no hay razones para minimizarla, sino, al contrario, para pensar medidas de prevención: que las embarazadas cuenten con licencia laboral y las madres con hijos en edad escolar también puedan faltar para cuidar a sus hijos/as sin escuela, que se aumenten las medidas de higiene en transportes y oficinas, que se puedan fabricar otros medicamentos sin depender de la patente de los grandes laboratorios y que todos los habitantes puedan acceder a agua potable y a jabón para poder lavarse las manos, como dice la regla número 1 de la prevención de la nueva gripe.
Sin embargo, la atención prestada a la gripe A H1N1 puede servir –sin opacarla– para priorizar también otros temas de salud pública olvidados. Por ejemplo, la mortalidad infantil que –por primera vez desde la década del noventa– aumentó el año pasado y tiene una de sus principales causas en la bronquiolitis, que es una enfermedad evitable (en muchos casos) y tratable con un sistema de atención de salud que pueda estar disponible para las enfermedades invernales que atacan principalmente a bebés o infantes.
Otro dato que no aparece en la prioridad de la agenda política ni mediática es que, al menos, siete de cada diez niños/as y adolescentes en situación de pobreza no tienen ni luz, ni gas, ni agua potable, por lo que están mucho más vulnerables a sufrir frío o no poder higienizarse. Además, dos de cada diez niños/as sufren “con mucha frecuencia” la falta de un plato de comida, según el Barómetro (2007 / 2008) de la Deuda Social de la Infancia, elaborado por la Universidad Católica Argentina, en un relevamiento sobre 2500 hogares.
La pobreza no es una tristeza latente. Es un gatillo que mata, como la gripe y como las armas. Un niño wichí, de dos años (hijo de un cacique de esa comunidad) murió por desnutrición en General Mosconi, Salta, según denunció la Asociación de Abogados de Derechos Indígenas de la Argentina. En la misma provincia, los médicos denuncian que uno de cada tres niños/as están desnutridos/as y los llaman “enanos nutricionales” porque tienen menos altura por falta de alimentación adecuada. “Ni repelente, ni oseltamivir, a estos chicos les falta olla”, le dijo Gladys Pernas, la jefa del Servicio de Recuperación Nutricional del Hospital de Niños Jesús de Praga de la ciudad de Salta, al periodista Mauro Federico del diario Crítica. El equipo que ella dirige relevó 2000 casos durante los últimos 24 meses y comprobó que el 33 por ciento de los chicos y chicas tenía una talla y un peso inferior al que corresponde por la edad. Sin embargo, las autoridades dicen que la falta de estatura normal no es por las consecuencias físicas de la desnutrición sino por consecuencias raciales. Una manera de seguir sin mirar –ni remediar– la desnutrición olvidada.
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