La educación inicial, esa que contiene a niños y niñas desde que son bebés de 45 días, no sólo cumple con la función de asistir y acompañar desde la comunidad a madres y padres que trabajan; también brinda herramientas para el desarrollo y podría colaborar a corregir desigualdades estructurales, aunque para eso el Estado debería asumir su compromiso en esta etapa vital.
› Por María Mansilla
El acceso a la educación temprana en la Argentina es una “deuda inconmensurable”, coinciden las fuentes consultadas para esta nota. Una deuda que terminó de quedar en rojo durante la década del ‘90 con la famosa ley de reforma educativa.
“No hay relación entre la oferta y las necesidades educativas, y ni hablar de las necesidades sociales. En el país debe haber 1 millón de niños de entre 0 y 2 años mientras la oferta, a nivel privado y público, no supera los 10.000 chicos. Es seria la falta de jardines maternales que, en realidad, deberían ser la vedette de la educación”, subraya Patricia Redondo, pedagoga especialista en temas de infancia, educación y pobreza.
La educación maternal es la única franja de formación que no está regulada por el Estado –salvo en la Ciudad de Buenos Aires–. La ley vigente, sancionada en 2006, señala que es obligatoria la educación pública a partir de los 5 años, al tiempo que declama la universalización de las salas a partir de los 45 días. Es decir, no modifica la polémica ley federal sancionada en 1993, que se tragó de un bocado la tradición argentina que data de los años ‘60, y cuida, valora y promueve que la educación pública acompañe sostenidamente esta etapa de la vida. Desde entonces, el Estado debe brindar educación a partir de los 5 años. En la Argentina, pionera en Latinoamérica con su primer jardín de infantes –el famoso Kindergarten de Paraná, que cumple 125 años–, las salas que existían para los más pequeños se cerraron.
Los jardines maternales, ¿por qué deberían ser la vedette de la educación?
“Porque si llegás a tiempo con una escuela infantil a una zona de grupos populares y tomás a los chicos de más temprana edad, asegurás este binomio de cuidado y enseñanza, que es clave. Trabajás cosas que interrumpen este circuito perverso de a mayor empobrecimiento social, mayor empobrecimiento educativo”, dice Patricia Redondo, directora del posgrado Primera infancia y la educación de Flacso y ex directora de Nivel Inicial de la Provincia de Buenos Aires.
“Porque los chicos que no tienen educación inicial están en desventaja comparativa con los que sí la reciben; porque cuando ingresan al sistema primario, sobre todo los más desfavorecidos económicamente, ya se encuentran en retraso. Este es el punto de partida de la desigualdad, y sigue, porque tampoco hay vacantes para las escuelas primarias en las zonas más pobres. Es una violación al derecho a la educación, una violación al derecho a la igualdad”, dice Nuria Becu, de ACIJ.
“La etapa de la primera infancia, como instancia de formación, no se recupera. No podés volver en otro momento, como con la primaria. Y los sectores más empobrecidos no pueden acceder, por eso debe ser el Estado el encargado de garantizarla. Esta perspectiva tiene una fuerte resistencia de los sectores conservadores, como la Iglesia, que entiende que los niños deben ser formados y educados por las familias, sobre todo en el primer tiempo de vida. Debería ser obligatorio que el Estado se hiciera cargo y lo garantice para todos los sectores sociales. Porque, si no, al nivel inicial simplemente acceden los que pueden pagar un jardín privado”, afirma María Isabel Ortega, de Ctera.
“No hay nada que pueda considerarse natural en la crianza de los niños. En sus primeros años, la impronta cultural está presente con mayor fuerza que en los años posteriores, porque se imprimen las pautas más privadas de la tradición familiar. En el maternal se enseñan y se aprenden contenidos de la cultura: el acto social de comer, los modos de descansar y las maneras de dormir, la interacción entre pares. Aparece el lenguaje y la marcha. Se comparte ese momento de autonomía que significa para ellos pararse en sus dos piernas y caminar, mirar el mundo desde otra altura, con sus dos manos disponibles. Cosas básicas pero fundantes para la constitución de su personalidad, de su autoestima, de la capacidad de compartir, de la tolerancia”, dice Marta Muchiutti, directora de Educación Inicial de la Nación.
¿Se trata de la institucionalización precoz de nenes y nenas? ¿Nos estamos enganchando con la locura por el acceso al conocimiento que se vive en estos tiempos? ¿Esta es una reflexión posible o un lujo de las clases acomodadas? Hablar de escuelas infantiles desde esta perspectiva supone, por un lado, aprendizajes propios de la etapa –enseñarles a comer, no a hablar en inglés, por ejemplo– y por otro, admitir cómo viven hoy la mayoría de los niños y niñas de la Argentina.
“Es muy importante que los nenes inicien tempranamente una experiencia de escolarización si esa experiencia es buena, es cuidada y está regulada por el Estado –defiende Patricia Redondo–. Pero si por equis circunstancias un grupo familiar resuelve una estrategia de crianza en casa, también está bueno. La institucionalización en sí misma no es buena o mala. Lo central es que el Estado garantice los jardines maternales y las escuelas infantiles; es decir, que cumpla con la universalización.”
Marta Muchiutti ahora trabaja en el Ministerio de Educación. Es entrerriana, y como directora del nivel inicial de su provincia fue testigo de otro proceso, a otra escala de los que ve hoy instrumentarse desde su cargo. “Con la incorporación de la mujer al trabajo y una serie de modificaciones de la estructura familiar, aparece una demanda relacionada con la educación inicial vinculada con la necesidad de madres y padres. La inserción en la vida laboral y profesional de ambos requería de respuestas organizadas y participativas. Para ello se gestó el Jardín Maternal de la Asociación de Trabajadores del Estado de Paraná, el cual tuve la oportunidad de conducir. Fue iniciado por el grupo de mujeres afiliadas al sindicato, que entendían que necesitaban un espacio para sus hijos: educativo e integral, conservando la identidad que lo caracterizaba al recibir a los hijos de las y los trabajadores. Autogestionado y sostenido, generó una red muy fuerte de solidaridad entre las familias”, recuerda Muchiutti.
Como las trabajadoras del Estado de Paraná hasta las madres cuidadoras del barrio de emergencia tucumano La Bombilla, las articulaciones se tejen, las redes se transforman en mediomundos.
A falta de “escuelas infantiles” o “jardines maternales” aparecen alternativas. Asociaciones civiles que hacen alianza con el Ministerio de Educación. Jardines maternales bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social. Comedores comunitarios que usan su espacio para improvisar guarderías. Madres cuidadoras que ayudan a otras madres que se van a trabajar. Escuelas bonaerenses emplazadas en las islas de San Fernando, con sus jóvenes alumnos, de 2 años, que bajan de la lancha con salvavidas naranja.
“El tema es que muchos espacios alternativos están sin regular, nadie supervisa –observa la pedagoga Patricia Redondo–. El problema es el lucro privado de quien, sin autorización, de un garage hace un jardín maternal, algo que abunda en sectores populares, un espacio donde se plantean situaciones de precarización laboral y maltrato infantil. No es que les pegan, pero ponen radios en vez de voces humanas, juntan las cunas por demás, no hay golpes, pero hay falta de cuidado. Entonces no es sólo la falta de prestación sino la desidia con lo que pasa con los más chiquitos en la Argentina. No sabemos qué harán en el futuro, pero el tema es cómo los alojamos hoy, qué es lo que permitimos que acontezca en las instituciones que los reciben.”
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux