Vie 21.08.2009
las12

ARTE

No están solos

Los trabajos de Florencia Vespignani recopilados por primera vez en un libro son testimonio de una época reciente, pero también de un modo de entender el arte y su relación con la política.

› Por Marta Dillon

Estos trabajos han sido vistos. No siempre mirados, es cierto, sino vistos. Desde los medios de transporte, en las pantallas que reproducen alguna manifestación o el aniversario que todavía convoca a columnas de desocupados sobre el Puente Pueyrredón, ahí donde cayeran heridos mortalmente por balas policiales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Estos trabajos, también, han cobrado vida. Suelen expandirse en el pecho generoso de alguna mujer que declama de ese modo que “lucha y resiste”. Son capaces de mecerse al viento agitadas las imágenes sobre el trapo de una bandera. Capaces de cortar al mismo cielo en dos cuando esa bandera se agita, cuando debajo de ella caminan los que eligen como una identidad el verbo resistir porque resistir resiste sólo quien elige poner el pecho, caminar con otros y con otras, hacer oír su grito en el cielo, cortarlo en dos con una bandera. El resto es transcurrir, nada más, aunque se transcurra en el margen. Estos trabajos se han metido en la retina a fuerza de insistencia, de repetición, de manos que los multiplican en stencils pintados en cualquier lado, en cualquier momento, porque ésa es una forma de hacerse visibles. Es una forma de hacer visible lo que nadie quiere ver, oír, recordar: que hay sentidos que circulan como un poder alternativo, que hay memorias que se niegan a la anestesia, que hay quien cree que puede trabajar con otros y otras sin patrón y a veces también sin marido, sobre todo cuando esa palabra monta su escena sobre ese orden ancestral de falso deber y sometimiento. Florencia Vespignani es la autora de estos trabajos que por una vez se quedarán quietos entre las páginas de un libro. Aunque Florencia, “militante y artista popular” según su propia definición, descrea incluso de la propiedad privada sobre su firma. Si estas imágenes, como ella afirma, “fueron surgiendo al calor de la lucha junto a mis compañeros y compañeras” y son el “reflejo de la práctica compartida y colectiva”, no podrían haber dejado su huella en la mirada sin “el proceso de organización territorial de los MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados), sin el 19 y 20, sin las asambleas de 2002, sin el dolor de Puente Pueyrredón... sin la reflexión sobre género y feminismo”. Entonces este libro no es su libro sino el libro de todos y todas las que se apropiaron de sus trabajos, quienes los empujaron con sus historias particulares y colectivas, quienes han compartido con la artista el tiempo, el camino, la lucha. Pero ¿artista? ¿Qué clase de artista pinta remeras al costado de una ruta, produce para revistas que nunca van a venderse aunque circulen de mano en mano, huye de las galerías, las cotizaciones, los premios? Esta artista. La que ha construido una obra que lleva su impronta pero también la impronta del colectivo al que pertenece, de su tiempo histórico, de las angustias y también las alegrías de quienes se ven representados en sus obras. Esta artista que ahora ha decidido, tal vez por empecinamiento de sus editores, tal vez por dar algún lugar a sus trabajos, tal vez para que no estén solos, reunirlos en un libro. Un libro como una ventana que se abre a una época, una en la que la Argentina vivió en peligro y hasta amenazó con parir un modo nuevo de relacionarse y decidir. Hay quienes creen que esa época no ha pasado. Florencia Vespignani es de ésas. Esas que creen y crean a pesar de todo. En el arte, en la política, en sus compañeras y sus compañeros. En la posibilidad cierta de abrir espacios aun ahí donde todo parece estar cerrado.

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