[IN CORPORE]
La dictadura estética –que suele ser el talón de Aquiles de las mujeres modernas presuntamente independientes, pero dependientes de la balanza, la celulitis y las siliconas– tiene la virtud de resaltar las virtudes sin riesgos –como las cirugías estéticas–, privaciones –como las dietas–, o el borramiento de los rasgos –como el bótox–. A diferencia del modelo único –e imposible– de belleza (cuerpos híper flacos y mujeres súper pulposas sólo posibles con restricciones alimentarias severas e implantes mamarios), no provocan felicidad ni salud, sino una permanente sensación de insatisfacción y falta de autoestima.
En cambio, el maquillaje tiene la virtud de no doler, tapar las falencias de las mujeres (hay que reconocer qué gran invento es el tapaojeras) y resaltar algunas virtudes (como el rouge que hace brillar los labios o el rímel que muestra más fuertes las pestañas). La diferencia con otros mandatos estéticos es que cada mujer puede jugar con su propio rostro y buscar su mejor cara sin herirse ni padecer. Por eso, no toda búsqueda de belleza es nociva. Por el contrario, la idea de iluminar la cara o hacerle una zancadilla de escondidas a alguna arruguita antes de salir de la casa puede ser un signo de ganas –justamente– de atravesar la puerta: del hogar y de la vida.
Según un estudio de la empresa L’Oréal –obviamente interesada en promover la industria de las sombras y las bases como un síntoma de bienestar– los cosméticos cumplen un rol social en la vida de las mujeres. “En los momentos de crisis, en donde se ven afectadas en su vida privada, el verse bien les permite enfrentar las situaciones adversas con mayor fortaleza”, dice la compañía. Por supuesto, ya en la publicidad, los cosméticos y cremas están apelando a diferenciarse del botox y las cirugías estéticas como un signo de cuidado estético sin los riesgos y los efectos colaterales de los tratamientos invasivos, quirúrgicos y, en muchos casos, dañinos a los que recurren las mujeres para (supuestamente) sentirse bien arriésgandose a sentirse mal.
Por eso, la idea de que un poco de colorete –como decían las abuelas– puede levantar el día sin tener que ir a un médico o a levantar las lolas con anestesia, encapsulamientos y pozos operatorios siempre más dolorosos de los que muestran las revistas de las chicas con las lolas “hechas” del modelo Showmatch permanente (en el que Marilyn Monroe sería mandada a hacerse una lipo para empezar a mostrarse rubia, por ejemplo).
En Francia, el Instituto de Cancerología Gustave Roussy (IGR) estudian, desde hace diez años –en un equipo liderado por Philippe Amiel, responsable de la Unidad de Investigación en Ciencias Humanas y Sociales–, qué condiciones mejoran la calidad de vida de las mujeres con cáncer. Según este seguimiento, auspiciado por L’Oréal, “el uso de maquillaje les devuelve a las pacientes un rostro con buen aspecto, redefiniendo sus rasgos (ojos y cejas, por ejemplo). Desde el punto de vista psicológico estos cuidados estéticos son también percibidos como beneficios, ya que, mediante un efecto de distracción del estrés, ayudan a las pacientes a hacer frente a su enfermedad”.
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