[IN CORPORE]
Todo Palermo Hollywood tiene carteles amarillos y veredas que se agrandan. En cambio, hay calles de la ciudad de Buenos Aires que son intransitables, pero no para la horda de taxistas quejosos, sino para las ambulancias públicas que se niegan a ir a atender a alumnas de un barrio vulnerable. La verdadera pandemia –sin subestimar ni la gripe A, ni cualquier otra enfermedad que concentre la atención pública– son los efectos de la pobreza. Pero lo más grave es la indiferencia que provoca en una gestión con superávit para ocuparse de sus niñas y niños y que, sin embargo, deja a las escuelas públicas sin jabón y se desentiende de los chicos y chicas de barrios carenciados desamparados.
Durante dos ocasiones en el último mes, la Dirección General del Sistema de Atención Médica de Emergencia del Ministerio de Salud, del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (SAME), no se hizo presente ante la solicitud de asistencia médica en un barrio carenciado porteño. El 5 de agosto, la dirección de la Escuela Primaria Nº 12 DE 5º, ubicada en Iriarte y Montesquieu, de la Villa 21-24, de Barracas, pidió ayuda para una alumna accidentada de tercer grado. La razón para no prestar servicios de salud: la inseguridad del barrio. Y, como las ambulancias consideraban una niña de segunda a la alumna de la villa, le pedían a la escuela que consiga sus propios medios para trasladar a la nena a un centro de salud. La niña tuvo que ser trasladada por su madre, pero no recibió la asistencia que le correspondía por parte del sistema de salud porteño.
No fue una excepción, sino una muestra de cómo los discursos sobre inseguridad se convierten en el fundamento de la profundización de la exclusión. Una vez más, el 12 de agosto, una alumna de séptimo grado –con un cuadro de gravedad– fue asistida por una maestra y dos médicos del centro de salud cercano al barrio. Pero la ambulancia del SAME se volvió a negar a entrar a atender a la niña. Los propios docentes de la escuela tuvieron que trasladar a la chica hasta el lugar donde la ambulancia decidía quedarse para que trasladaran a la alumna porteña al Hospital Penna, según denunció el defensor adjunto del Pueblo Gustavo Lesbegueris.
Las diferencias entre el norte y el sur de la ciudad de Buenos Aires son tan notorias –y tan invisibles– que los y las chicas tienen que anotarse en listas de espera para ingresar a jardines maternales, escuelas y jardines de infantes (el 70 por ciento de los/las niños/as pobres habitan lejos de Barrio Parque y cerca del Riachuelo) y tienen que concurrir a colegios en condiciones de hacinamiento y sobrepoblación.
El organismo de control de la ciudad también remarca que la situación de los cientos de alumnos/as de nivel inicial y primario es que no cuentan con establecimientos educativos cercanos a sus domicilios y tienen que concurrir, desde el 2002, en micros contratados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a escuelas alejadas de sus hogares. Por eso, están expuestos a accidentes de tránsito y privados de hacer planes extraescolares con sus amigos o de ir caminando a la escuela como propone el pedagogo italiano Francesco Tonucci, con el que se sentó Mauricio Macri sólo para sacarse una foto PRO.
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