Viernes, 25 de septiembre de 2009 | Hoy
EXPERIENCIAS
Desde hace dos años, la presidenta de Madres de Plaza de Mayo es la anfitriona de un taller que propone algo más que recetas nutritivas y económicas. En “Cocinando política y otras yerbas”, Hebe de Bonafini no sólo transforma los materiales en sabores, sino también el hecho de compartirlos en una oportunidad para la conciencia colectiva.
Por Maria Eugenia Ludueña
Es casi obvio y no por eso duele menos. Asistir implica adentrarse en el predio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Encarar los senderos arbolados. Caminar hasta lo que fue el Liceo Naval y hoy es el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHI) de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Bajo estos pinos cinco mil hombres, mujeres y bebés fueron torturados, desaparecidos, robados. La escenografía del horror nunca deja de estremecer. Pero desde antes de que se abriera en 2008, las Madres dejaron claro: no querían un paseíto por el museo de la muerte sino una plataforma para honrar el proyecto de sus hijos, el brillo de sus ojos.
Un martes húmedo, frío, el ECuNHI vibra de color bajo el cielo de tormenta. Aspira a convertirse en una Universidad de Artes y Oficios, con talleres de artes visuales, letras, música, teatro. A las cinco empieza uno de los más tentadores del menú. “Cocinando políticas y otras yerbas”, a cargo de Hebe de Bonafini.
El aula es amplia, aséptica de tan nueva. La voz de Hebe la puebla.
–Compañeros, hoy vamos a hacer ñoquis.
Parada detrás de una mesada larguísima, lo que impresiona no es el delantal de cocinera –con una foto del Che– sino que esté sin pañuelo. Pelo corto, mechones gris plata, ojos chiquitos, claros, sin lentes, los labios apenas colorados de una abuela coqueta. Suele contar que en su casa no usa pañuelo, tampoco si va de compras. Acá los ingredientes los compraron los alumnos. Al empezar son unos treinta. Seguirán llegando y apoyarán en la mesada algo traído para la receta. Hebe les hará señas de que retiren los materiales de estudio de la mesada. Las hojas de lectura incluyen dos recetas –hoy: “ñoquis”, la semana siguiente: “pastel chileno”– y dos textos de Eduardo Galeano. A los nuevos se nos ofrece un rectángulo de papel –con letras demasiado elegantes para llamarlo panfleto– que anuncia “Cocinando política”. Lo ilustra un pañuelo de Madres de Plaza de Mayo y la fotografía de un guiso. Lo firma Hebe: “A veces nos alteramos porque viene la Cuarta Flota de los Estados Unidos a rastrear nuestros ríos, pero ignoramos cuando se meten en nuestras cocinas. El capitalismo es muy peligroso, envenena de a poco. Acá nos encontraremos para charlar, discutir y aprender a cocinar”.
Las clases de “Cocinando política” arrancaron en agosto de 2008, en un sitio pequeño, con garrafa y sin heladera. “Lo de hoy es un lujo. Lo armamos entre todos, fuimos trayendo cosas y finalmente tenemos esta hermosa aula”, dice Hebe. Sin ocultar orgullo ni convicción, enumera:
Para dos personas necesitamos un cuarto kilo de ricota, una yema y una cucharada bien llena de harina.
Acomoda las ollas en el centro de la escena, pide: “Una compañera que me ayude”. Una de las alumnas va rauda. Abren frascos de ricota, rompen huevos, unen.
–Compañeros: es simple. Se mezcla todo en una olla. Luego, con las manos limpias y enharinadas se forman bolitas. Si las hacen muy chiquitas, se rompen al cocinarlas. Después, las apoyan sobre una fuente con algo de harina.
La ayudanta mezcla. Hebe también, en otra olla. Advierte a su coequiper:
–Ojo: la ricota no se bate, se mezcla nomás, ¿eh?
En esta versión indie de un programa del canal Gourmet, Hebe habla de platos económicos, nutritivos. Enfatiza con las manos, las uñas pintadas rojo oscuro, anillos gruesos, dedos entrenados para el trabajo puertas adentro. Antes de la desaparición de sus dos hijos, las manos ágiles estaban ahí, en interiores. Era Hebe María Pastor, le decían Quica. Tejía, cosía, hacía telares, cocinaba dulces, pintaba macetas y se las ingeniaba para venderlas y sumar plata al hogar desde el hogar. Ahora amasa, corta frente a la cámara de televisión para el programa semanal de las Madres.
“Antes se llamaba ‘Cocinando política’, este año le agregamos ‘y otras yerbas’ para ampliar. Hacemos de todo. Estamos armando las otras yerbas en la huerta orgánica”, cuenta Hebe. Arenga:
–Vamos a empezar la huerta con dos canteros grandes, ¿quién tiene una carretilla que pueda traer?
En cinco minutos están los materiales organizados y el dinero del flete. Adriana, alumna entendida en cocina orgánica y naturista, es uno de los motores de la huerta y explica a los presentes: “En el predio hay viejos tachos de aceite que podemos acondicionar para hacer abono. Hay alambres y cosas para reciclar”.
–Lo que no es de nadie es de todos. Y todos somos nosotros –remata Hebe. –Hasta invernáculo podemos tener –se entusiasma Adriana–, paisajista, integrante del primer grupo de agricultura orgánica de la Argentina. Cuenta: “Me interesa una cocina natural, con semillas, en base a nuestros cultivos, anticapitalista. Por eso vine”. Hebe anticipa que otro día va a enseñar “una torta con batata, mandioca, zapallo y huevo, sin nada de grasa”. Una de las alumnas susurra a la de al lado: “Hoy la veo más joven, más flaca y más linda a la Madre”. Varios le hablan como a como una sacerdotisa: “Madre: ¿esto lleva sal?”.
–Compañeros, a la ricota no hay que ponerle sal porque se aplasta mucho. La sal se agrega al agua de cocción.
Algunos se acercan a hacer ñoquis. Alguien llega tarde con más ricota. “El taller es gratuito, cocinamos con lo que traemos. Nos turnamos según las recetas. Todas son saludables, nutritivas, económicas, de América latina”, comenta Olga, otra participante. Olga es docente, vino desde San Isidro. “Vivo sola, era maestra rural. Volvía del campo, encendía la radio y escuchaba a Hebe. Desde su programa nos alentaba a que cocináramos con lo que había. ‘Piquen una cebollita’, decía. Supe que daba clases y vine”. En el aula hay gente de todas las edades y barrios. José Hernández, ayer comerciante, hoy jubilado, vive en Villa del Parque. “Hay gente que dice que es grosera, pero ella, si tiene que decir algo, lo dice. Hebe es un fenómeno, tenerla cerca me energiza. ¿Viste cómo habla?”, pregunta José y acomoda su boina.
Hebe pide silencio. Lee en voz alta El arroz civilizado de Galeano, una historia de filipinos en la cárcel de Manila, que comen el arroz salvaje y oscuro de los pueblos primitivos. Militares de fuerzas invasoras los consideran malnutridos, les envían el arroz “civilizado”, blanquito. Los presos enferman. Cuando vuelven a comer el arroz salvaje, termina la peste. Los talleristas ríen.
“Hoy no podés hablar de marxismo a la gente en una silla. Hay que hablar desde lo sencillo, cotidiano, lo más simple. En la cocina hay mucha creatividad, se pueden hacer tantas cosas. Cocinar es una manera de recuperar la cultura, nuestros cultivos, de agrupar a la gente, que se estaba acostumbrando a comer basura” –explicará después Hebe–. Convencida de que “el capitalismo te hace comprar lo que no necesitás”, contará anécdotas de esta docencia gastronómica. “Un día vino una señora y dijo: ‘Soy de esas que se compró el freezer, pero nunca lo pudo llenar y usar. Primero porque no tenía plata y después porque falleció mi marido. Les regalo el freezer”.
En primera fila hay dos mujeres atentas. Hebe presenta: “Dos compañeras que hacían la diplomacia de las Madres en Europa”. Aplausos. Una de ellas se acerca con bastón a la mesada y colabora.
–Compañeros, los bollitos se ponen con la mano en agua hirviendo. Suavecito, se rompen. Cuando flotan, los sacan, los acomodan en una fuente, agregan queso crema y queso rallado. Pimienta. Nada más, no tiene vueltas.
El vapor se eleva desde la olla, borronea la cara del Che Guevara en el pecho de la cocinera. Ella esparce copos de queso crema en la fuente. Un alumno pregunta: “¿cuánto queso Hebe?”.
–Poné nomás, corazón.
Los ñoquis humeantes marchan en platos a labios del alumnado. Pasa Teresa Parodi, directora del ECuNHI, papeles en mano. Alguien la convence de probar. Hora de comer, limpiar, conversar. Hebe llena otra fuente, cuenta que están armando un libro de cocina con esta experiencia. Dice: “El otro día hicimos una de esas sopas nutritivas, riquísimas, que convida Evo. Otro fuimos a Ensenada para que conocieran el Astillero Río Santiago. Siempre hay alguien de afuera. Una chica del altiplano, vino un año y se volvió, nos dejó su aguayo”, señala el tejido en la pared. “Una vez vino una mujer y se presentó: años antes, había dado información anónima para el escrache a un represor. Hay de todo. Otros confesaron que lo habían votado a Macri”, se ríe.
–Madre, qué delicia.
–¿Vieron? No dan trabajo y son dietéticos. El domingo los hice con pesto.
Hebe se quita el delantal, lo guarda en una bolsa con sus dos delantales preferidos. Llevan el rostro de mujeres cruciales: Evita y Pepa, su madre. Se despide y sale acompañada de otras Madres. Van tomadas de los brazos, hablando de sus proyectos: radio, viviendas, universidad. Caminan despacio, sin apuro, con la serenidad que corona los años de lucha. Donde hubo odio, hay amor. En el centro más grande de detención y exterminio, hay comida casera, entibia la noche bajo el brillo de sus ojos.
Cocinando Política y Otras Yerbas
ECuNHI, Libertador 8465, Martes de 17 a 19.
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