Vie 02.10.2009
las12

ENTREVISTA

AMORES NORMALES

Alfonsina Storni, Lola Membrives, Salvadora Medina Onrubia, Norah Lange y Victoria Ocampo son algunas de las personalidades que rodean al protagonista de El otro amor de Federico, la nueva novela de Reina Roffé sobre la visita de García Lorca a Buenos Aires, a mediados de los años ‘30.

› Por Moira Soto

Reina Roffé vino por unas semanas a esta ciudad que está dejando caer a pedazos edificios con historia como El Molino, que hace tiempo abandonó otros igualmente importantes (el teatro Odeón, por caso), que “modernizó” el tradicional bar Los 36 billares. De todos esos lugares donde estuvo Federico García Lorca cuando visitó Buenos Aires a los 35, entre octubre de 1933 y marzo de 1934, sobreviven con cierta integridad el hotel Castelar y el Café Tortoni. La escritora vino a presentar su novela El otro amor de Federico (Plaza & Janés), cuyo relato se despliega en varios planos que juegan con la realidad y la ficción, la biografía y la apropiación mediúnica de su personaje principal –verdadero en cuanto a que existió y es además alguien muy conocido–, recreado fielmente a través de situaciones posibles y de su propio fluir mental.

En esta novela donde se multiplican las voces, se abre el paisaje porteño y suburbano bajo la mirada del extranjero que por un lado se siente a sus anchas –estimado, agasajado, aplaudido con fervor– y por el otro no deja de observar críticamente ciertos aspectos de los argentinos. “Aunque la ciudad actual es bastante diferente a la que conoció Federico, sigue habiendo mucho movimiento cultural, particularmente en el teatro, se mantiene esa vitalidad. Pero quizás sí se han perdido las ganas de polemizar, el deseo de la gente de reunirse en tertulias para discutir sobre el arte en general, la política. Esa pasión parece haber sido reemplazada por otro tipo de apetencia que tiene que ver con el dinero, con aspectos más efímeros de la vida”, dice la autora que concitó la atención del mundo literario con su primera novela, Llamado al Puf, escrita a los 22, y que tres años después, en 1976, dio a conocer la osada Monte de Venus, cuya calidad literaria fue ignorada por la censura de la dictadura que la prohibió de inmediato.

En años posteriores, Roffé publicó otras dos novelas notables por lo innovadoras: La rompiente (1987, reeditada localmente en 2005) y El cielo dividido (1996), y más recientemente, el libro de cuento Aves exóticas (Leviatán), sobre mujeres comunes y corrientes que intentan alguna vía de rebelión, que buscan alguna manera de modificar su destino. Entre esos relatos breves –que la crítica literaria local pasó por alto, salvo alguna reseña en el interior– destacan por las sutiles tensiones que diestramente maneja la autora, Convertir el desierto y La noche en blanco, dos historias bien distintas que son como ondas concéntricas de la tragedia de la última dictadura militar. Roffé ha publicado asimismo textos relativos a la literatura. Espejo de escritores (1984), Juan Rulfo: Autobiografía armada (1992), Conversaciones americanas (2001) y de nuevo Juan Rulfo en una biografía enriquecida: Las mañas del zorro (2003).

Al regresar a Madrid donde vive, Reina (“nombre difícil de llevar, sí, a menudo tengo la sensación de que nunca voy a dar la talla... Espero al menos ser la reina de mi casa”) retomará sus talleres de lectura y escritura en el ayuntamiento de Alcobendas, “un trabajo que me da mucha satisfacción por el contacto con gente de diversa edad, que me exige cada vez más, lo que me mantiene en permanente búsqueda, me lleva a seguir pensando sobre la función de la escritura y sus procesos”.

A RR le encantan los tés exóticos como a Cesca –la coprotagonista de El otro amor...–, las comidas perfumadas con romero, canela, cardamomo... “Las fragancias en todas sus formas: los sábados, después de hecha la limpieza profunda de la casa, me gusta depurar con incienso, velas. Soy muy ceremoniosa. Por eso también disfruto mucho al recibir a mis amigos, hacerles ricos platos... Pero vivo con el cielo dividido: cuando estoy en Madrid, pienso muchísimo en Buenos Aires, y al revés. Ahí estoy, a dos aguas, no sé cuándo voy a resolver este conflicto. Supongo que cuando vuelva definitivamente a mi ciudad, ese es mi proyecto utópico.”

Cuando empezás a gestar tu novela ¿elegís primero Buenos Aires o a Federico?

–La verdad es que elegí esta ciudad en la que pienso tanto. Siento una gran añoranza por mi lugar de pertenencia, donde me eduqué, tuve mis primeras experiencias como lectora, como escritora, como amante... Ese bagaje es muy importante, lo llevás a todas partes. Nunca he dejado de hablar de esta ciudad. También la elección tiene que ver con mis lecturas preferidas, con aquellos autores que para mí son eje importante de la literatura argentina: Borges y Arlt.

De algún modo, volvés también a tus inicios en El otro amor... Esa joven prometedora que se inicia, que trabaja con recursos de periodista.

–Una especie de alter ego a la que le tomo un poco el pelo, que cuenta cómo conoció a Cesca allá en la infancia, cuando ella –el cabello rojo, el vestido azul, los guantes blancos– salía del departamento de Murena. Porque esta es una novela muy literaria: la ciudad en primer plano, sí, pero poblada de escritores, de escritoras.

Hay una presencia muy fuerte de las mujeres, casi por encima de los grandes nombres masculinos como Gardel, Discépolo, Girondo, Onetti...

–Bueno, toda la primera parte está contada a través de la Astróloga, hasta un punto espejo del Astrólogo de Los siete locos. Y aparte de la aparición de Alfonsina Storni, Salvadora Medina Onrubia, Blanca Luz, Norah Lange y otras mujeres con peso propio en la cultura, está Cesca, la marginal que se mueve de manera casi imperceptible y que encandila a mi Lorca. Yo no sé si Federico se enamoró alguna vez de una mujer, pero creo que podría haber ocurrido. En la novela hago que Lorca diga que no todo es de una sola inclinación: las personas se enamoran de personas, no de un sexo determinado. Incluso, es posible enamorarse de alguien que no inspire ningún deseo sexual. En la novela, la joven narradora siente una enorme fascinación por Cesca, ya de 63, tan atractiva, que atesora esa historia sorprendente que la maravilla. Lorca era un tipo que consideraba mucho a las mujeres, las quería, las valoraba, se identificaba con todos los sufrimientos, las opresiones que ellas padecían en esa época. Esto se puede notar en los conceptos que anota en sus obras teatrales, en esos personajes femeninos custodiados, vigilados por una mirada autoritaria.

Que es asumida a veces por mujeres que representan el pensamiento machista, los mandatos de la Iglesia Católica...

–Sí, esas cuñadas que lleva el marido en Yerma. Esa madre que no deja respirar a sus hijas en La casa de Bernarda Alba, que sobreactúa esa masculinidad opresiva. La mirada social era muy pesada en esa época con las mujeres, muy cargada de prejuicios. Lorca siempre se puso del lado de las minorías maltratadas.

Aparte de crear esos tremendos personajes femeninos, siempre estuvo rodeado de mujeres.

–Ocurre que la mayoría de sus obras las estructuró en torno a rasgos de mujeres que conoció y trató mucho. Por ejemplo, tomó el lenguaje popular, la picardía de las criadas que tuvo en su casa familiar, en la de sus amigos. También se sabe que se entusiasmó con chicas que tocaban el piano, chicas sensibles con las que podía hablar de música, de poesía. Había tres o cuatro cosas que yo quería trabajar de Lorca: la relación intensa que tuvo con las mujeres; la relación fuerte que tiene todo escritor con la propia escritura; el deslumbramiento por la amistad que se cultiva en la Argentina y que no es igual en otros sitios. La novela muestra la angustia de no estar a la altura de la fama que ha ganado aquí, un Lorca que se pregunta si no es un farsante, como todos los escritores nos preguntamos alguna vez.

El tema de la sexualidad de Federico, muy puesta en evidencia en los últimos años a través de artículos y biografías, aparece en tu libro de manera casi oblicua...

–Por aquello de los matices, no quería poner su sexualidad como algo protagónico. Creo que todos podemos, en determinado momento de nuestras vidas, tender a la normalidad como una manera de calmar la zozobra que nos produce la mirada social o familiar. Y en otras oportunidades, como también hace el propio Federico en la novela, quitar todas las máscaras, revelarnos a los demás tal como somos, vivir la sexualidad libremente. En su momento, se hicieron chistes fáciles sobre la sexualidad de Federico como una manera de denigrarlo. El no se merecía ese trato, nadie se lo merece. Por otra parte, hay gente que busca los aspectos que despiertan más morbo. Y yo esos gustos no se los doy a nadie. Sin embargo, en las cartas pensadas para la madre, Federico se puede permitir algunas cosas que no le escribiría sobre el papel.

¿La madre es el primer personaje femenino importante en su vida?

–Es muy importante, lo marca mucho, para bien y para mal. Es la imaginativa de la familia, que le lee al niño, que lo apoya en su carrera de escritor. Pero también es la castigadora, la que le exige que trabaje, que aproveche el tiempo... De ahí la gran preocupación de Lorca por satisfacer a su familia, por probar que podía ser todo un hombre y ganar dinero escribiendo. Además, él quiere compensar a los padres por el daño que les pudiera causar por ser homosexual. Ese sentimiento lo lleva a pensar en la posibilidad de tener una familia con Cesca. Es que la normalidad es una tentación muy grande porque te ahorra mucho sufrimiento. Te reafirma, te asegura, conseguís más protección en la vida. Pero si te descarriás, vas a tener problemas.

¿Podés señalar el momento en que la novela te toma, en que los personajes comienzan a tomar decisiones por su cuenta?

–Me sucedió, sí. Todas mis novelas anteriores, incluso mis cuentos, habían sido de formato breve. En El otro amor... hay un cambio importante, alcanza las 450 páginas. Es que no podía para de escribir, me aparecían más personajes interesantes, que percibía que tenían que estar. Fui tomada realmente por estos personajes que me fueron cautivando, empezaron a crecer de manera casi independiente, como brotes que ya no podía controlar. Pero por supuesto, hay un momento en que hay que tomar distancia, reapropiarte, revisar, pulir. Cosa que hice hasta quedarme con el rasgo esencial de cada uno, dentro de ese mosaico.

Esta es una novela donde yo me manejo mucho con sospechas, con intuiciones, llevada desde luego por profusión de lecturas, algunas no tan recientes. Textos literarios, biografías, libros de historia. Y desde luego, la obra de Federico, sus cartas. La literatura, aun desde su vertiente más ficcional e imaginativa, nos revela la falsedad de la vida, saca a la luz aquello que los gobiernos de turno, la historia, incluso el progreso y la ciencia, arrinconan, olvidan. ¿Qué es la literatura sino una suma de memorias que van componiendo una especie de incesante biografía de cada época, cada lugar del mundo? A mí me interesó preservar la memoria de ese momento, también como una manera de oponerme al totalitarismo que siempre propuso, sobre todo a los argentinos, esa fórmula condescendiente del olvido o la amnesia como consuelo a las violencias y aflicciones sufridas.

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