Viernes, 9 de octubre de 2009 | Hoy
MUESTRAS
La muestra Danzantes de la Luz, en el Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, recupera la espiritualidad andina a través de sus extravagantes trajes, que en su momento fueron utilizados para rituales religiosos. Inmóviles ahora y despojados de los cuerpos que le dieron vida, estas reliquias de plata tienen la capacidad de despertar un tiempo dormido.
Por Felisa Pinto
Hace unos días se inauguró una muestra singular y sobresaliente en el Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, que tiene como protagonistas a dos trajes de placas de plata y textiles del siglo XVIII, de procedencia andina, usados para rituales religiosos en el Alto Perú, que remiten a la cultura de la riqueza aplicada entonces a los danzantes de las procesiones de Corpus Christi y otras fiestas religiosas. La exposición, bautizada Danzantes de la Luz, se plantea como una muestra de carácter monográfico, sobre un trabajo de la investigadora Isabel Iriarte, quien subraya que si bien gira en torno de un objeto, representado por un espécimen completo y partes de otros de la misma naturaleza, la justificación de esta decisión de exhibirla, es doble. Por una parte, la materia prima del traje, la plata, le otorga un lugar de excepción dentro del panorama de los trajes del baile altoperuano. Por otra, estos ejemplares del Museo Etnográfico son los únicos que se han conservado con su montaje original, es decir, como trajes y no como una serie de piezas sueltas. La muestra tiene en cuenta dos objetivos que están claros: hacer conocer la existencia de esos trajes extravagantes y suntuosos, en su contexto original e ilustrar el rol decisivo que puede desempeñar el museo como institución en la preservación de objetos como éstos, a los que cambios históricos los han condenado a desaparición o modificaciones irreversibles de su estado original.
Lo excepcional de su valor ha sido subrayado internacionalmente, cuando estos ejemplares fueron pedidos en préstamo, por el Museo Metropolitano de Nueva York, para exhibirlos en la muestra “The colonial Andes, tapestry and silverwork (1530-1830)”, en 2004, y que ahora se pueden apreciar entre nosotros.
En l9l8, por gestión del director del museo, se compraron, a un comerciante de La Quiaca llegado a Buenos Aires, los dos trajes de danzantes a un precio de 1500 pesos cada uno. Uno de ellos fue pagado por la Facultad de Filosofía y Letras, de la que hasta hoy depende el museo y el otro, fue costeado y luego donado, por Victoria Aguirre, parienta directa de la celebérrima Victoria Ocampo Aguirre, por parte de madre. La Victoria etnógrafa y apasionada coleccionista de arte colonial, en cambio, tuvo una vida bien distinta. Fue generosa donante de piezas importantes y financió incluso, expediciones culturales de investigación. Dicen que la isla Victoria, en el sur, debe a su nombre a ella. Estudiosa y soltera, vivió con su padre en la famosa Quinta Pueyrredón, actual Museo Pueyrredón. En cuanto a los trajes, era claro que tanto para el director Debenedetti, como para la coleccionista, el interés principal de que el museo realizara esta adquisición residía en que se trataba de un traje, excepcional y suntuoso, por el uso abundante de la plata y que era un atuendo completo constituido por un conjunto de prendas para ser usadas juntas en ocasiones especiales. El traje era un objeto de interés etnográfico cuya integridad resultaba decisiva y cuyo aspecto, al momento de ingresar al museo, de alguna manera reflejaba su propia historia.
Al incorporarlo al museo se preservó no solo su integridad física sino también su carácter de documento, testimonio de las condiciones históricas y culturales que los generaron. Cuando los antiguos dueños de los trajes abandonaron la práctica tradicional de alquilarlos y los pusieron en venta, las chapas de plata despertaron interés como objetos artísticos, pero los soportes textiles, las armazones rígidas de las capas, los galones de lana colorida con tintes naturales, y las cucardas que estaban hechas de géneros suaves, para adornar, fueron descartadas por la codicia, quizás. Es por lo cual hoy se encuentran bien conservadas grupos de placas de plata sueltas en varios museos del mundo, interesados en la tarea artesanal y popular de gran nivel. Las dos piezas que se exhiben en la muestra, son las únicas que han logrado sobrevivir con su formato original, y donde encontraron certificado de supervivencia. Es curiosa y conmovedora una foto de archivo de los años 20 que descubre a un ordenanza del museo probándose con orgullo la capa recamada de plata que pesaba unos 25 kilos.
Se conoce como danzantes a un grupo de entre 10 y 12 bailarines vestidos con trajes recamados con chapas de plata trabajada a martillo, con cascos y sombreros o morriones que llegaron a incluir plata, oro y piedras preciosas. Su danza era un número destacado en las procesiones de Corpus Christi y de la Virgen de Guadalupe en la ciudad de Sucre. Formaban parte del complejo mundo de las fiestas coloniales: corridas de toros, representaciones teatrales, cohetes, danzas y entradas de velas, que ocupaban gran parte del tiempo y los recursos económicos en alza de las ciudades, por aquel entonces. Las autoridades civiles y eclesiásticas, definían el programa de las fiestas y nombraban a los responsables de su realización. En el caso de los danzantes, cada año designaban con carácter de obligatorio a un gremio de artesanos de la ciudad para proveer trajes nuevos y buscar a los indígenas que debían lucirlos para bailar. Un ritual riguroso que si no era cumplido se castigaba hasta con la cárcel. Por otra parte, los trajes ya usados eran alquilados, a su vez, a comunidades cercanas. De esos tiempos son los cuadros de más de dos siglos, reproducciones que se exhiben en la muestra, con sus protagonistas en pleno baile. Y con un dejo europeo en los movimientos.
Un cuadro describe la danza llamada de Liberia y, sin embargo, aún se baila en la región de Jalq’a, con trajes similares, en los que los tiempos de esplendor de la plata han sido reemplazados con igual devoción, por piezas de recortes de chapa de latón, u hojalata que algunos observadores contemporáneos descubren como procedentes de latas de leche en polvo Nido, por ejemplo. Recurso válido para recuperar el brillo de la plata, en estos días.
Para Isabel Iriarte, al cambiar sus contextos, seguramente también se modificaron sus significados, pero el contrapunto histórico habla de una memoria empeñada en persistir.
En las dos salas que exhiben los trajes se observan también pinturas y dibujos. Un cuadro, el principal, es un anónimo europeo de algún pintor viajero que se fascinó, en su itinerario, con “trajes de los indios danzantes en las fiestas de Corpus, en Bolivia, fines del siglo XVlll o comienzos del XlX”, que actualmente pertenece al museo Soumaya, Fundación Carlos Slim, México. Esta pintura magnífica forma parte de una serie de 13, que ilustran sobre grupos sociales de diferentes regiones del Alto Perú. Y es el primer registro conocido de los danzantes, aunque dicen los estudiosos, debieron existir otros, desde mucho antes.
El pintor deja expresa constancia de que los protagonistas eran indígenas y también enfatiza en la riqueza y el peso exagerado de los trajes.
A comienzos del siglo XX desaparecieron estas danzas en la ciudad de Sucre, pero aún hoy se pueden ver sus variantes en comunidades campesinas de la región.
En la vitrina central de la muestra que actualmente se puede ver hasta casi fin de año en el Museo Etnográfico, es posible aprender y gozar de la artesanía de la plata, observando motivos que reproducen temas de la botánica y animales típicos, aplicadas a placas de plata sobre una capa de paños, unidos con galones de lana tejida y tonos logrados con tintes naturales de la tierra, más el toque casi frívolo de cucardas rosadas cosidas con maestría en géneros livianos como el organdí, tal vez. Tanto el traje completo con casco y la capa fueron prestados para una importante muestra sobre artesanía de plata y textiles andinos al Museo Metropolitano de Nueva York, en 2004. El proceso de restauración de las piezas prestadas fue financiado por dicho museo. Sin embargo, la tarea, maravillosa y de máximo nivel, fue realizada por un equipo de especialistas argentinos que demuestran en este trabajo, el sello excepcional de su profesión, en el ámbito del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, que reveló una vez más su constante vigilancia en la conservación siempre alerta de sus tesoros, que abarcan tan amplio espectro como inquietudes respetables.
En ambos trajes se observan reubicaciones asimétricas de las placas de plata, reciclado de chapas que han sido recortadas para su nuevo destino y reemplazos de piezas por otras de metales bajos, incluso cuero pintado de color plateado. La creciente afluencia de jóvenes diseñadores a tal festín de propuestas étnicas como fuentes genuinas, se descubre en las visitas guiadas, los sábados y domingos a las 16.30, a cargo de verdaderos guías que saben de qué están hablando.
Museo Etnográfico
Juan B. Ambrosetti
Moreno 350
Martes a viernes de l3 a l9 hs.
Sábados y domingos de l5 a l9 hs.
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