Vie 09.10.2009
las12

CRóNICAS

Me tomo 20 minutos...

› Por Juana Menna

“Pero señora, estos tipos la engañaron con un chiste viejo. ¿Usted no se informa? ¿Usted no mira tele?”, le pregunta el oficial parado en la puerta de la casa, mientras toma notas con desgano. “Genial, hasta un policía me toma el pelo”, piensa Celia mientras pierde todo interés en seguir con el relato. Total, es probable que no pueda recuperar la notebook, un celular, la alianza y los 200 pesos. Porque ella misma les entregó todo eso a dos muchachos que por teléfono le mintieron sobre un secuestro expres.

El sábado por la mañana, decidió quedarse un rato más en la cama. Su marido estaba de viaje. Su hija Pierina, de cuatro años, se trepó a la cama matrimonial y abrazó la espalda de su madre. Sonó el teléfono. “Hay un accidente de colectivo en Coronel Díaz y Santa Fe. Tenemos menores desmayados”, le dijeron cuando levantó el tubo. También dieron el nombre completo de Celia y la dirección de su casa. Y explicaron que eran policías, que tenían ese número como referencia.

Sus dos sobrinas adolescentes viven con la madre a pocas cuadras de esa esquina. Celia se asustó. “Lleven a las chicas al hospital Fernández, que es ahí cerca y voy para allá”, soltó sin pensar demasiado. “Necesitamos que nos confirme el nombre de las chicas”, insistieron del otro lado. Ella se los dio. “Bueno, mami, no hay ningún accidente. Tenemos a tus sobrinas secuestradas”, respondieron. Agregaron que, en realidad, estaban tras la pista de las hijas de un empresario. Pero que estas chicas, por alguna razón demasiado confusa, se habían metido en el medio. De todos modos, estaban dispuestos a negociar. Ella explicó que no tenía demasiado para darles. Se pusieron nerviosos. Uno le pasó el tubo al otro. Le gritaron que cómo no se daba cuenta, que todo era una mentira. Pero repitieron su nombre completo y su dirección. “Contanos qué podemos pasar a buscar o te quemamos”, la apremiaron.

En ese momento, ella pensó en una cosa que no tenía nada que ver con el asunto: los stickers de los Aristogatos que tenía en su notebook. Los había pegado Pierina mientras la madre apuraba los capítulos de una novela con la nena jugando a su lado. Celia, con los supuestos secuestradores siempre en el teléfono, decidió que mejor les decía más o menos la verdad sobre lo que podía entregarles. Era preferible a que ellos se descolgaran por su casa. Le daban pena los stickers. Pero más le apenaba perder la novela guardada en la notebook.

Mientras se aseguraba que su hija siguiera dormida, fue subiendo a su correo electrónico los capítulos terminados. Miraba con desesperación el messenger, sin gente conectada a quienes gritarles “socorro”. En cuanto a las otras cosas, cuando todo pasó armó un inventario rapidísimo para restarle importancia al asunto: el dinero se podría recuperar. El celular estaba roto y no funcionaba. Y la alianza era una suplente de peor calidad que la primera, la que se habían llevado unos ladrones muy reales que habían entrado por el patio hacía no mucho tiempo. Por orden de los tipos, dejó todo en un basurero cercano, adentro de una bolsa de Carrefour. Ellos le dieron las gracias, se hicieron los piolas diciendo que todo era “una joda para Videomatch” y cortaron.

Cuando pasó un rato, Celia llamó al 911, la línea de emergencias de la Federal. Y a la madre, que insistió con que era muy poco juicioso no tener en su casa una alarma y una puerta blindada como la de la propaganda, con un ladrón morochón dándose de bruces contra una muralla detrás de la cual descansaba una familia con cara de gente correcta. Celia se opone a las puertas blindadas, a la demanda de “más seguridad”, a ciertas madres que quieren lo mejor para sus hijas. Por las dudas, borró su nombre de la guía de teléfonos y se dio de baja en el Facebook para evitar que cualquier dato privado circule por ahí. Dice: “Fueron apenas veinte minutos pero desde hace dos semanas lloro cuando me pongo a pensar que me paralizó el miedo”. Cada vez que cuenta esta historia, alguien comenta que cómo hizo semejante cosa. Ella responde que no pudo lidiar con el asunto de otro modo, que le viene bien para resolver un problema que tenía una de las protagonistas de su novela. Y que gracias, pero que basta de buenas intenciones.

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