INTERNACIONALES
El mismo obispo español que empezó 2009 diciendo que los preservativos habían servido sólo para propagar el sida –sobre todo en Africa– terminó el año justificando las violaciones hacia las mujeres que abortan, ya que según la visión del prelado Javier Martínez “matar a un niño indefenso da a los varones licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer”. Una reflexión que sirve para pensar qué clase de institución condiciona también en nuestro país los avances en la legislación necesaria para que las mujeres decidan sobre su cuerpo.
› Por Sonia Tessa
No en vano Granada fue la perla del entonces imperio español. Y los reyes católicos Fernando e Isabel están enterrados en su catedral. En esa hermosa ciudad que estuvo en poder de los musulmanes hasta 1492, y cuya caída marcó el inicio de la expansión hispánica, allí, en ese lugar lleno de historia, fue donde el arzobispo Javier Martínez dijo: “El mundo puede llamarlo estupidez. Yo le llamo valor, pero matar a un niño indefenso, y que lo haga su propia madre, da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer”. Un segundo antes, el hombre había reivindicado la Edad Media. No hacía falta. Causó un revuelo tan grande que a los pocos días debió desdecirse de la homilía que dio el 20 de diciembre pasado y expresar su “profundo rechazo a cualquier tipo de maltrato a las mujeres”. Claro que no alcanzó. El grupo de Facebook llamado “Que la justicia actúe contra el arzobispo de Granada” juntó más de 28.800 miembros, en constante crecimiento. El muro de ese grupo en la red social arde. Y se multiplican los reclamos a los poderes públicos para que tomen cartas en el asunto.
Granada es una ciudad peculiar. La Alhambra, la antigua capital musulmana, se yergue como testimonio de un pasado multicultural. Que es presente. En el barrio árabe, el Albaicín, pueden verse mujeres con turbantes y muy pocas con burka. Son los resabios del imperio de Al Andaluz. El Paseo de los Tristes es el lugar donde pasaban antiguamente los cortejos fúnebres, en la base de un cerro, y desde allí hacia la cima hay casascuevas, donde se dice que se refugiaron los árabes que escaparon tras la caída del imperio. Allí vivieron los gitanos. Es una zona llena de tablados flamencos donde la iconografía católica está ausente. Pero en el resto de la ciudad –como en toda España– las iglesias son fastuosas. Y la catedral es el lugar de referencia obligada. Nada de esto se construyó sin sangre ni dolor. En esa catedral, el 20 de diciembre pasado, Martínez dio su homilía. Nervioso como toda la Iglesia Católica de su país con la nueva ley de aborto –que lo legaliza hasta las 14 semanas de gestación sin más requisito que la voluntad de la mujer y habilita a las jóvenes de 16 años a decidir por sí mismas la interrupción de su embarazo– que el Parlamento español aprobó el 17 de diciembre pasado, el hombre se fue de boca. ¿Por qué será que los avances en las conquistas de los derechos empujan a los sectores reaccionarios a desnudar su esencia, a mostrarse tal cual son? Javier Martínez lo hizo: “Se promulga una ley que pone a miles de profesionales (médicos, enfermeras,...) –sobre todo, a ellos– en situaciones muy similares a las que tuvieron que afrontar los médicos o los soldados bajo el régimen de Hitler o de Stalin, o en cualquiera de las dictaduras que existieron en el siglo XX y que realmente establecieron la legalidad de otros crímenes, menos repugnantes que el del aborto”, dijo el arzobispo, con las manos sobre la panza.
En el grupo de Facebook, en medio de comentarios irónicos, furibundos y reflexivos, uno de los integrantes, Jesús Cutillas, comentó: “Curioso que cuando habla de médicos obligados a matar contra su conciencia hable de Hitler y de Stalin (qué bien, allí lejos) pero no de Franco, ¿por qué será?”. No es poco recordárselo al arzobispo de la ciudad donde fue fusilado el poeta Federico García Lorca. Y sí, la complicidad de la cúpula de la Iglesia Católica con las dictaduras militares no es un invento argentino.
De este modo, el mentado arzobispo es una versión más o menos moderna de los Cruzados. Con su homilía, Javier Martínez desnudó uno de los pilares de la religión católica: el control del cuerpo de las mujeres como imperativo de dominación. Impedir que decidan sobre su reproducción y abusar de ellas son las dos caras de la misma moneda.
Cuando en la Argentina parece que los avances en la legislación no llegarán –al menos por ahora– a la despenalización del aborto, es importante volver a las palabras de este arzobispo que –aunque se hayan proferido lejos, tienen el valor de desnudar un modo de pensar–. Las mujeres que se atrevan a decidir sobre su cuerpo deberán ser castigadas. Otro miembro del grupo en Facebook lo expresó con más ironía. Fue Israel Mármol quien dijo: “Yo creo que se ha quedado corto. Mejor exigir que se marque a todas las mujeres que aborten con una gran A roja en la frente para que podamos identificar sin dudas a aquellas de las que se puede abusar. Que luego vienen las discusiones, ‘que si fue un aborto natural de los que provoca el jefe de este’, ‘que si solo fue un retraso pero al final no fue nada’. Con esta inseguridad cualquiera se atreve a ejercer el legítimo derecho a forzar a una abortista, hombre. Ya que lo hacemos, hagámoslo bien”. La ironía es la forma de desnudar el sinsentido pero está claro que las palabras del arzobispo deben tomarse muy en serio, porque día a día mueren en el mundo mujeres violadas, maltratadas por sus esposos. En España, el año pasado, fueron 55 las asesinadas por sus parejas o ex parejas. En Argentina, el año pasado, se produjeron más de 200 femicidios y el 80 por ciento de los asesinos eran o habían sido la pareja de la víctima.
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